lunes, 21 de diciembre de 2015

La hermenéutica de H-G Gadamer y el psicoanálisis

La hermenéutica de H-G. Gadamer y el psicoanálisis


Hans-Georg Gadamer


Ante todo ofrezco excusas a mis lectores por este espacio de tiempo sin aparecer aquí con nuevas aportaciones acerca del psicoanálisis actual. Sirva de excusa mi mudanza, de casa, de país, de continente, que me han ocupado en oficios muy diferentes a este. 

Hablar de Gadamer y su hermenéutica tiene particular significación para mí, pese a ser un autor que tan solo muy recientemente he descubierto. Ello porque su pensamiento parece coincidir con varias ideas expuestas en trabajos míos anteriores, lo cual no podría ser casual, y que la misma obra de Gadamer puede explicar, como veremos.

La hermenéutica es una práctica muy antigua, generalmente definida como el arte de interpretar textos religiosos, pero que, a partir de Heidegger, y especialmente de Gadamer en el siglo pasado, es re-definida como aquel aspecto de la filosofía dedicado al estudio de la interpretación social. Interpretar es siempre interpretar a un otro, o más bien a su obra, a lo que Gadamer alude abreviadamente como interpretar un texto. Y el punto de partida de este autor en sus reflexiones, vertidas en su obra más influyente Verdad y método (Gadamer, 1960), es el estudio de la experiencia artística. Mi propio punto de partida en muchas de las elaboraciones que vengo haciendo sobre el psicoanálisis, como algunos de mis lectores saben, es precisamente la creación artística (Gisbert, 2004), lo cual explica en parte (pero solo en parte) las coincidencias a las que aludí en el párrafo anterior.

Ya el solo hecho de que la hermenéutica moderna se dedique a estudiar la interpretación tendría que relacionarla directamente con el psicoanálisis, dado que éste, desde sus mismos inicios, se dedica primordialmente a interpretar las ocurrencias o asociaciones de los pacientes. Pero como decía al comienzo, tan solo muy recientemente he topado con esta disciplina y con su autor principal, Hans-Georg Gadamer. La razón de esto es, sin duda, que la orientación teórica de Freud es bastante opuesta a la de Gadamer. Freud tomó como modelo de su nueva disciplina la metodología científica de su tiempo, basada en un modelo cartesiano de sujeto-que-conoce y objeto-a-conocer. Gadamer, en cambio, afirma que las ciencias humanas (y el psicoanálisis lo es) no pueden basarse en este modelo, pues el sujeto y su supuesto objeto se funden en uno solo para poder llegar a la verdad.

La verdad es tema muy importante para el psicoanálisis, y a él tendremos que dedicar algún espacio aquí, pero por ahora nos concretaremos a conocer someramente a Gadamer y su obra. Este filósofo alemán nació con el siglo XX (1900) y murió en el siguiente (2002). Fue discípulo de Heidegger, quien influyó mucho en su obra. Su libro más importante sobre hermenéutica, que ha tenido gran repercusión en la filosofía y en la cultura actuales, es, como antes dije, Verdad y método, cuyas ideas centrales intentaré resumir en una próxima entrega.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Repetir o crear, ¿un dilema?

(Nota: Lo que sigue es una conferencia dictada en unas "Jornadas Sigmund Freud" de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis, hace ya algunos años. No representa enteramente, por tanto, mi pensamiento psicoanalítico actual, que ha cambiado en ciertos aspectos. Si la reproduzco aquí es porque ya se insinúan allí algunas de las líneas de desarrollo que he seguido en estos últimos años, especialmente en lo que se refiere a la función de la metáfora en psicoanálisis, acerca de lo cual prometo hablar en una entrega posterior)

REPETIR O CREAR: ¿UN DILEMA?

Alfonso Gisbert[1]


         El tema que propone este titulo plantea lo que a primera vista parece una contradicción, pues como todo el mundo sabe, crear es lo contrario de repetir. Pero “lo que todo el mundo sabe” no siempre resulta del todo cierto. Es verdad que la creación lleva implícito lo nuevo, mientras la repetición alude a lo ya conocido, lo viejo. Una obra de arte cualquiera, no importa cuan antigua sea, la vemos siempre como una creación admirable, tal vez por lo novedosa que fue en su momento, mientras que una copia, así no sea idéntica, la despreciamos como un plagio. Sin embargo los freudianos insistimos, cuando hablamos de técnica psicoanalítica, en la idea de la repetición, e incluso la proponemos como algo no solo necesario sino sumamente valioso[2]. Alguien dirá que lo que pasa es que el psicoanálisis es una cosa y el arte otra muy distinta, idea con la que yo no estoy de acuerdo. Creo que, al contrario, el psicoanálisis y el arte se parecen mucho, y un somero repaso a la obra de Freud, sobre todo aquellos trabajos relacionados con el arte y la creatividad, nos bastaría para darnos cuenta de que él siempre anduvo rondando alrededor de esta idea, aproximándose o alejándose de ella; si no la llegó a aceptar por completo, y hasta la negó expresamente en algunos momentos, estoy convencido que fue por ciertas inhibiciones personales que nunca pudo superar. Véase como ejemplo esta cita del capitulo final de su Gradiva[3], donde se pregunta cómo es posible que el autor de la novela y el psicoanalista lleguen a similares resultados al analizar a los personajes:

Lo probable es que nos nutramos de la misma fuente, elaboremos idéntico objeto, cada uno de nosotros con diverso método; y la coincidencia en el resultado parece demostrar que ambos hemos trabajado bien… [El poeta] averigua desde si lo que nosotros aprendemos en otros, las leyes a que debe obedecer el quehacer de eso inconciente; pero no le hace falta formular esas leyes, ni siquiera discernirlas con claridad: debido a la actitud tolerante de su inteligencia, ellas están encarnadas en sus creaciones. Nosotros desarrollamos estas leyes por medio del análisis de las creaciones de él, tal como las hemos inferido de los casos de enfermedad real”. (op. Cit., pag. 76)

Pero no pretendo hablar ahora de Freud el hombre ni de sus posibles inhibiciones, sino de su teoría tal como nos la dejó en sus obras, que al cabo de más de un siglo de trajinar por el mundo sigue siendo fundamento para muchos profesionales de la psicología, la psiquiatría, la sociología y, por supuesto, el psicoanálisis. Cosa, por cierto, que alguien podría entender como un perfecto ejemplo de repetición, desde que una teoría tan vieja se continúa enseñando, repitiéndola año tras año en las aulas.

Pero también se repite la música de Mozart, de quien no hace mucho se  cumplieron con gran pompa 250 años. De ella nadie dice que sea vieja, o que sus innumerables interpretaciones y discos sean repeticiones, y seguimos disfrutando sus obras como si acabaran de ser compuestas. Alguien insistirá, por supuesto, en que una obra científica como la de Freud es algo muy distinto al arte musical de Mozart. Lo cual en principio no es mentira, claro, pero... Antes de hablar de este “pero” y exponer mis argumentos, preferiré en este punto citar a un conocido sociólogo chileno, Fernando Mires, quien a propósito de El malestar en la Cultura, de Freud, dice lo siguiente:

“...cada vez que he leído este libro me ha sido posible entenderlo de manera diferente. Pero la manera diferente no anula, curiosamente, la impresión obtenida en el pasado, sino que agrega otras que parecen tan inagotables como las veces que se puede leer un libro. Esto significa que parte de la genialidad de una obra reside en la propiedad que ella tiene de comunicar al observador nuevas sugerencias e ideas a través del tiempo...” [4]

No he citado este trozo tan solo para subrayar lo parecidas que pueden llegar a ser una partitura musical y una obra científica, sino que esta cita nos coloca en el mismo centro de lo que quiero comunicar. ¿Diremos, pues, que escuchar a Mozart una y otra vez es repetirlo? ¿O que es repetición leer a Freud una y otra vez? Y si decimos que no es así, deberemos dar una razón convincente, pues no cabe duda de que, descriptivamente hablando, se da allí, en un caso como en el otro, lo que parece una repetición. El punto decisivo en la cuestión es, para decirlo de una vez, que esas repeticiones no son un calco pasivo de la obra en cuestión, sino que, como dice Mires, ellas comunican al observador “nuevas sugerencias e ideas a través del tiempo”. Por eso llamaré a este fenómeno: una repetición creativa.

Repetición creativa... Sin duda es una expresión extraña, pues como dije antes, repetición y creación parecen ser términos antitéticos, por lo que esta denominación es una paradoja. Pero los psicoanalistas nos sentimos cómodos en la paradoja y en la antítesis, pues la teoría freudiana, desde sus mismos comienzos, es una dialéctica de términos antitéticos, y con mayor evidencia aun desde los aportes de Donald Winnicott acerca de los que él llamó “fenómenos transicionales”. En estos, la fantasía y la realidad, que se suponen también términos antitéticos, se alían para dar origen a lo que yo llamo una “tercera realidad”, distinta de las dos clásicas realidades freudianas, la externa y la interna. Esta tercera realidad, que no es ni interna ni externa, o más bien es las dos al mismo tiempo, conforma, según Winnicott, tanto el mundo del juego infantil como, posteriormente, el mundo cultural del adulto, incluido el arte, la ciencia y, por supuesto, el psicoanálisis.

Abundaré un poco en esta afirmación, que puede resultar sorprendente a algunos. Winnicott era pediatra además de psicoanalista, y como tal tuvo oportunidad de ver y reflexionar sobre los muchos bebés con sus madres que fueron a su consulta, provisto del bagaje practico-teórico de su formación psicoanalítica, y de su indudable genio creativo. En esta observación prefirió ubicarse, a diferencia de otros observadores del desarrollo infantil, en el punto de vista del bebé, lo cual le permitió crear una teoría novedosa sobre el desarrollo psicológico infantil, y muy especialmente acerca del pasaje de la temprana simbiosis materno filial a la separación psicológica (individuación); o en otras palabras, ir de la “omnipotencia” donde todo lo circundante es sentido como formando parte del yo[5], hasta el reconocimiento de lo “no-yo”; que correspondería a lo que Freud conceptuaba, desde un punto de vista teórico diferente, como la irrupción del “principio de realidad” en el reino hasta entonces irrestricto del “principio del placer”. Este pasaje tan importante, dice Winnicott, no puede, o no debe, realizarse abruptamente, sino a través de una etapa “transicional” que permita al bebe la adaptación a un nuevo estado de cosas muy diferente. Cuando por alguna razón no ocurre así, las consecuencias siempre son graves para el desarrollo psicológico del bebé. En esta etapa el bebe “crea” lo que podemos considerar su primer juguete y su primer símbolo, que generalmente es una cobijita, peluche, o cualquier objeto de textura suave. Este “objeto transicional”, desde nuestro punto de vista pareciera representar a la madre, o al pecho, pues tranquiliza al bebe cuando aquella no esta presente, pero para el bebé es su primera posesión “no-yo”, aunque reteniendo similares cualidades omnipotentes que las de su experiencia anterior.

A esta primera creación del niño no podemos calificarla simplemente como una fantasía, pues está anclada en un objeto concreto del mundo real que le resulta necesario palpar y acariciar para conseguir el efecto tranquilizador buscado. Es al mismo tiempo una creación fantasiosa y una realidad tangible, algo del mundo interno y del mundo externo a la vez, sin que podamos discriminar hasta donde llega el uno o el otro. Podríamos también afirmar, extremando la interpretación, que es la primera metáfora del ser humano, lo cual nos lleva ya mucho más lejos que la psicología evolutiva para internarnos de lleno en los predios del arte y de la cultura humanas.

Y es que, pensemos, ¿hay en verdad tanta diferencia entre ese primer objeto transicional y una obra poética o plástica? Así como la cobijita representaría (suponemos) a la madre, la obra de arte o la metáfora poética representan alguna o algunas otras cosas, sean naturales o culturales. Pero ciertamente la obra de arte, o cultural en general, tiene un estatuto y un valor propios, que nadie confunde con aquello que representa. Tampoco el bebe confunde la cobijita con la madre, pues su objeto transicional tiene valor por si mismo, aunque pueda tener efectos que a nosotros nos parecen “mágicos” (recuérdese la omnipotencia que, según Winnicott, persiste en esta etapa). Esta experiencia transicional por la que todos (o casi) hemos pasado tiene una continuidad en el tiempo a través del juego infantil, y en el adulto culmina en el mundo cultural. Pero en fin, tampoco era mi intención profundizar ahora en esta interesantísima cuestión, sino subrayar la trascendencia de los hallazgos winnicottianos.

Retomo mi afirmación anterior de que el psicoanálisis y el arte tienen mucho en común. No me refiero tan solo a la obra teórica y a la práctica de Freud o de los psicoanalistas posteriores, que es científica pero pudiera tener también mucho de artístico[6], sino también al tratamiento psicoanalítico mismo. Muchas coincidencias podríamos alegar entre las dos actividades, pero me interesa en este momento destacar el aspecto procesal de ambas. Me explico. Tanto al arte como al tratamiento analítico podemos definirlos como procesos. Y aun más, como procesos dialécticos. Winnicott decía que para que pueda producirse una obra original o un crecimiento mental, debe instaurarse una contradicción entre la tradición y lo nuevo. Sin tradición no puede haber novedad, pues esta última tiene que oponerse dialécticamente a lo ya existente para constituirse en novedad. Lo contrario también es cierto: sin las novedades que van surgiendo en el tiempo, no podría constituirse ninguna tradición.

Ahora bien, estaremos de acuerdo en que la tradición se ubica en el pasado, y lo nuevo en el futuro. Por eso el arte, que busca lo original, lo nuevo, es un proceso progresivo, busca siempre hacia adelante, por así decirlo. Ahora bien, es casi un lugar común decir que el psicoanálisis busca hacia atrás, en el pasado. Ciertamente, Freud siempre insistió en la importancia de recobrar los recuerdos reprimidos infantiles, y eso sigue siendo válido en el psicoanálisis contemporáneo. Aquí pareciera que nos topamos con un argumento contrario a mi tesis, una de esas diferencias definitorias que se postulan entre el psicoanálisis y el arte. Pues bien, yo postulo que esa diferencia no es tal, que el psicoanálisis terapéutico también busca hacia adelante, y no hacia atrás. Tampoco busca hacia adentro (del paciente), como a veces se dice, pues el progreso que buscamos no lo encontraremos “adentro”, sino en la realidad transicional, como la llamó Winnicott, o tercera realidad, y que es algo en última instancia perteneciente al mundo real, aunque pueda estar “embebido” (permítaseme el símil metafórico) de mundo interno. Algo que quizás no sea, en el caso del analizado, palpable en sentido concreto, pero que sí lo es en el metafórico, como el juego infantil o la experiencia musical, algo que se puede discutir con el analista y compartir con los demás; en todo caso, algo que ya no pertenece al mundo estrictamente privado de la fantasía inconciente.

Veamos un poco más. Para empezar, los recuerdos supuestamente recobrados en la cura analítica nunca son una copia de lo realmente acontecido en el pasado, sino una mezcla de fantasía y realidad que por lo general tiene más de lo primero. Freud tuvo que admitirlo muy tempranamente en su obra, cuando descubrió que los supuestos recuerdos de seducción de sus histéricas, que al principio lo llevaron a postular una teoría traumática de las neurosis, eran en verdad fantasías. Pero ese descubrimiento, al principio desilusionante porque le desbarataba su flamante teoría de la seducción por parte de adultos, lo llevó a la postre a algo mucho más importante, su concepción de “realidad psíquica”, que entonces opuso a la realidad que él llamaba “efectiva” y nosotros solemos llamar “realidad” a secas (o si lo preferimos, interna y externa, como hacía Melanie Klein). Winnicott prefería calificar a esta última (la “externa”) de realidad compartida, dando a entender que, al menos los no psicóticos, estamos más o menos de acuerdo sobre ella. La oposición entre las dos realidades freudianas resultó en lo sucesivo capital en la teoría psicoanalítica, pero es la postulación de una tercera realidad, resultante dialéctica de las dos anteriores, la que permitió conceptualizar al acto creativo y en general a la cultura humana[7]. El arte y la ciencia, y también el psicoanálisis y su práctica, están incluidos en esta categoría tercera.

Recordemos muy someramente cómo funciona la práctica psicoanalítica. Como es consabido, el analizando asocia libremente, y “transfiere” sobre el analista lo que Freud llamaba una neurosis transferencial. ¿Qué hace el analista con esta especie de neurosis experimental que se produce en el proceso analítico? Pues, como también es consabido, la “interpreta”. Y aquí ya vemos asomar una similitud bien específica del psicoanálisis con el arte, pues para poder apreciar la música de Mozart, o el arte dramático o escénico, por ejemplo, requerimos también de una interpretación, musical, teatral, dancística o lo que sea. Esto es, para poder entender lo que Mozart o Verdi o Shakespeare han escrito hace muchos años en lenguaje musical o verbal, necesitamos de  intérpretes actuales, es decir, de músicos, actores, bailarines o cantantes.

En psicoanálisis, la obra inconciente del autor-analizando (que se expresa en las asociaciones libres) también requiere de un intérprete, que en ese caso lo es el analista. Y en todos los casos que he mencionado antes la interpretación es creativa, pues el intérprete-analista siempre aporta algo original, tal como el intérprete-músico o el intérprete-actor-cantante-bailarín, etc. Por eso, y dependiendo de qué tan creativos sean, hay buenos y malos actores, músicos, bailarines, cantantes o analistas. No se trata de comunicar literalmente lo que el autor pretendió originalmente, pues ello sería, de ser posible (que no lo es), inútil y aburrido. Pero ciertamente no podemos en ningún caso penetrar con certeza la mente del autor cuando escribió unas notas o unas palabras o verbalizó en el diván unas asociaciones que siempre son, todas ellas, ambiguas o equívocas. Claro que reflejan el pensamiento del autor, o al menos eso suponemos, pero siempre requerirán de un intérprete que las traduzca, llámese actor, lector, músico, analista, etc. Si esa traducción es creativa, esto es, novedosa, diremos que es buena; si no lo es, probablemente será un plagio de algún creador anterior. En psicoanálisis suele pasar con ciertos terapeutas principiantes, que se apegan demasiado a las teorías freudianas o post-freudianas, sin atreverse a desplegar su creatividad propia. Nada diferente, por cierto, del pintor o el poeta que plagian a un artista del pasado. El autor que en la práctica psicoanalítica se debe interpretar no es Freud o Klein o Winnicott, sino el analizando: no es sino a él a quien hay que traducir a través de la interpretación. Otra cosa es, por supuesto, cuando hablamos de teoría.

Pero es que, además, y esto me parece muy importante, el autor de una obra realmente creativa siempre habla en metáforas, y las metáforas dicen mucho más de lo que parece a primera vista, o incluso de lo que pretendió el autor en un principio, cuando las creó. Considérese la cita de Fernando Mires, por ejemplo, y piénsese si es probable o no que Freud estuviese conciente de todos los significados que sus lectores del futuro le encontrarían a sus palabras. La respuesta será probablemente que no. Lo mismo pasa con cualquier obra artística, ya que todo artista habla en metáforas, y las metáforas tienen muchos significados, en realidad tantos como intérpretes se acerquen a ellas.

¿Y es que Freud, siendo un científico -se preguntará el lector- hablaba en metáforas también? Pues sí, los científicos también hablan en metáforas, quizás no tan obvias como las poéticas, quizás de características algo distintas, pero metáforas sin ninguna duda. ¿Cómo, si no, habríamos podido entender y aceptar su teoría topográfica, o la “energética”, de la mente, por poner tan solo dos ejemplos? En realidad yo creo que la metáfora es la única forma en que el hombre logra hablar a sus semejantes acerca de cosas profundas, abstractas o desconocidas. Son estas metáforas, artísticas o científicas, las que permiten que, para cada espectador de la obra, ella tenga significados nuevos que son casi inagotables. Si así no fuera, los museos de arte (donde puede haber obras muy antiguas) no tendrían sentido, ni las reimpresiones de las grandes obras literarias (bastaría en estos casos con leer una recapitulación o resumen de algún crítico), etc. Algo similar ocurre con la ciencia, incluido el psicoanálisis y el proceso psicoanalítico (terapéutico), del que Freud decía que era interminable: una vez que se ha descubierto el carácter metafórico de las asociaciones libres, los significados contenidos en ellas y en las llamadas “formaciones del inconciente” (sueños, lapsus, recuerdos encubridores, etc.) permiten al analista interpretarlos, esto es, sacarlos de su claustro inconciente, y es a partir de allí que el proceso se enriquece y avanza, teóricamente ad infinitum. Igual ocurre con el proceso histórico de la ciencia en general, que se va enriqueciendo cada vez más y más a partir de las teorías científicas anteriores. También este tema podría llevarnos muy lejos, y no es mi intención incursionar ahora en el, pero era importante mencionarlo.

Volvamos al intérprete. Este es, ante todo, un traductor, o un pretendido traductor del pensamiento original del autor. Pero por eso mismo, y ahí otra paradoja, también es un traidor, según la famosa máxima italiana (“traduttore, tradittore”), un inevitable traidor del autor, a cuyo pensamiento original nadie podrá jamás acceder, sino es a través de la interpretación del músico, del actor o del analista. O de nuestra propia traducción, en el caso de la literatura o las artes plásticas, que no por prescindir de intérpretes intermediarios es menos incierta. Este interprete-traductor pretende instalarse en el pasado de lo producido por el autor, esto es, en la tradición, en el origen, pero ello es imposible (lo cual resulta aun más evidente en psicoanálisis, pues este se las ve con el inconciente que, claro, es inconciente). Así, privado de la posibilidad de traducir fielmente al autor, tan solo le queda descubrir algunos de los significados implícitos en las metáforas creadas por aquel, a través de su propia interpretación.

Y es por eso que en la traducción interpretativa siempre se da, corrijo, debe darse, un proceso creativo: analítico, científico o artístico, que avance siempre hacia adelante, hacia el futuro, en donde el aparente repetir de lo antiguo no es sino una nueva oportunidad de crear algo descubriendo nuevos y nuevos significados. Por eso Picasso hacía varias versiones previas de sus cuadros más novedosos, por ejemplo, donde “repetía” cada vez el anterior introduciendo allí novedades hasta llegar al definitivo. Y en música hay versiones de ciertas piezas, lo que se llama “tema con variaciones”, que también se da en la pintura a propósito de cuadros famosos (y nada de esto es plagio, pues es creativo). Y en psicoanálisis resulta imperativo repetir (y que el analista lo permita), en el proceso transferencial, la neurosis infantil original, pues es sobre esta neurosis infantil que había permanecido reprimida, inconciente, que se van proponiendo significados nuevos, soluciones creativas que el analizando termina manejando en su conciencia y en su voluntad, ya no en la forma automática y siempre idéntica en que antes le era dictada desde su inconciente. A esto último lo llamamos neurosis, claro, pero podríamos llamarlo también una “repetición no-creativa”.

A propósito de Picasso, uno de los consejos que él solía dar a los pintores jóvenes era que no aguardaran la llegada de la inspiración, sino que esta “los pillara trabajando”. Y trabajar, sea en pintura o en música o en química o en psicoanálisis, es en buena medida repetir. Repetir, por ejemplo, las enseñanzas aprendidas de los maestros, o las piezas musicales o plásticas ya existentes, o las técnicas de investigación científica o, en el caso de la cura analítica, la neurosis transferencial. Esto probablemente no tenga nada de fascinante en sí mismo, aunque sea interesante para quien tiene determinada vocación; pero es siempre en esta repetición, y solo en ella, donde la chispa creadora consigue brotar, para sorpresa y  regocijo tanto del creador como del espectador, del artista como de su intérprete, del investigador científico como de su continuador, del analizando como de su analista. Y es ahí, según creo, donde radica el secreto de cualquier progreso cultural humano.



[1] Miembro titular y didacta de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis
[2] Véase, como ejemplo, el fundamental trabajo técnico de Freud Recordar, repetir y reelaborar (1914). Obras completas, Tomo XII, Amorrortu editores, Bs. Aires.
[3] El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen, Freud, S. (1907) Obras completas, Tomo IX, Amorrortu editores, Bs. Aires
[4] Fernando Mires (1989) El malestar en la barbarie. Editorial Nueva Sociedad, Caracas
[5] Winnicott no lo describía en estos términos, mas propios de una descripción externa, sino como que en el mundo del bebe las cosas simplemente “ocurrían” (esto es, si tiene hambre el pecho aparece, como  si fuese a consecuencia de su deseo, si tiene frío aparece el abrigo, etc.) y debían continuar ocurriendo así para que la experiencia de vida no sufriera una brusca interrupción.

[6] Aludo aquí a cosas como que Freud mereciera el premio Goethe por lo bien que escribía, por ejemplo, o a la metáfora sobre el “arte” de curar, pero lo que pretendo es insistir en las similitudes ciencia-arte que sugiere la cita anterior de Fernando Mires.
[7] Para una revisión más completa de este tema, véase mi libro Psicoanálisis de la Creación, bid & co. Editor, Caracas. 

jueves, 29 de octubre de 2015

Las neurociencias y el psicoanálisis

      
Eric Kandel

Las “neurociencias”    

Cuando yo estudiaba Medicina en los años 60, las “neurociencias” no existían tal como se las concibe hoy, como una disciplina científica compuesta de varias otras (de allí el plural), pero que en verdad podemos concebir como una sola, y definirla como la ciencia del funcionamiento cerebral: una definición muy breve pero que abarca un campo muy amplio. Esta disciplina podría ser una aproximación a lo que Edgar Morin proponía que fuera la ciencia: única, transdisciplinaria y compleja. En los años 60 existían, sí, la neuroanatomía, la neurofisiología, una neuroquímica incipiente, y algunas otras especialidades aisladas que hoy se han ido integrando a lo que se llama “neurociencias” (el psicoanálisis, como veremos luego, se podría considerar una de ellas); pero en aquel entonces la idea de Morin, que nos parece más natural hoy, resultaba poco menos que impensable. Muchos descubrimientos tendrían que sobrevenir aun, pero sobre todo faltaba que entráramos de lleno en el espíritu postmoderno actual, para que esta disciplina se conformara en lo que hoy es la neurociencia. Como se ve, yo prefiero el singular, y así la seguiré denominando de aquí en adelante.

Esta posición tan especial de la neurociencia se debe a que el cerebro humano, amén de ser el órgano más complejo del organismo, es el que tiene que ver con nuestras funciones cognitivas, nuestra conducta, nuestras emociones, la memoria (y con ella nuestra historia, real o supuesta), la conciencia y el inconciente, la relación con otros seres humanos, la vida en sociedad, y muchas otras cosas. Es esta imbricación ineludible entre cerebro y mente la que justifica la estrecha relación de la neurociencia con la psicología, el psicoanálisis, la sociología, etc., pues el psiquismo humano, así como sus aspectos “culturales”, únicamente en el cerebro tienen su asiento. Hubo un tiempo en que el desconocimiento casi absoluto del funcionamiento del cerebro justificó el surgimiento de aquellas disciplinas humanísticas como ciencias independientes, pero hoy en día los abundantes descubrimientos en este particular y en otros como la genética, la física, la bioquímica, etc., hicieron imperativo cotejar los descubrimientos anteriores de aquellas ciencias con los de los neurocientíficos, en un intercambio de doble vía que va resultando fructífero. El psicoanálisis ha tenido un puesto destacado en este intercambio por la profundidad de sus insights propios. Freud, en una época tan lejana como 1895[1], tuvo un atisbo muy claro de la necesidad de esta colaboración, pero carecía por completo de los instrumentos necesarios para llevar a cabo su ambicioso proyecto de una “psicología neurológica”, de modo que, fracasado este, se dedicó de lleno a inaugurar y desarrollar una nueva ciencia que llamó psicoanálisis, más cercana a la psicología y la psicopatología, lo que le permitió avanzar con rapidez en su práctica clínica y en su teorización, pero en la que nunca dejó de lado por completo lo que podríamos llamar una neurociencia intuitiva. Algunas de sus intuiciones teóricas han sido comprobadas hoy, mientras otras se han descartado, pero no deja de llenarnos de admiración su clarividencia.

La neurociencia y el psicoanálisis
Echemos un vistazo rápido a aquellos descubrimientos de la neurociencia que tienen una íntima relación con el psicoanálisis (y viceversa, recordemos que esta es una vía de doble dirección). Comencemos por el desarrollo cerebral después del nacimiento. El cerebro, como ningún otro órgano, es inmaduro al nacer y requiere de un tiempo prolongado para madurar, y más aun, diríamos que la vida entera, para desarrollar todo su potencial. Ello no implica sumar neuronas, pues ya venimos con más de las que vamos a necesitar en la vida, sino sumar circuitos neuronales. Y los circuitos neuronales tan solo se desarrollan ejercitando las funciones correspondientes, sea ésta la visión, la motricidad o la relación con los demás seres humanos, por poner tres casos típicos e importantes. Si la vista no se ejercita, por ejemplo cuando existen cataratas congénitas que no son operadas a tiempo, a partir de cierto momento ya no se podrá recuperar la visión aunque ocurra la operación, y tendremos un sujeto ciego. Winnicott fue uno de los primeros en descubrir que si la relación con una madre “suficientemente buena” no ocurre en las primeras etapas de la vida, y en la que él llamaba fase transicional, los daños psíquicos sobre la socialización son irreversibles y tendremos, probablemente, un sociópata o un psicótico. Esta idea sobre la importancia de las relaciones tempranas con las figuras parentales ha prendido con mucha fuerza en el psicoanálisis teórico y clínico, y es hoy un pilar fundamental en la comprensión de la patología psíquica en todas las teorías psicoanalíticas en boga.

Desde el punto de vista neurológico esto se debe a que la capacidad del ser humano para “mentalizarse”, esto es, para entender que yo tengo una mente con emociones, deseos y pensamientos y que los demás también la tienen similar a la mía, depende de la existencia de las llamadas “neuronas en espejo”[2], que me capacitan para entender a los demás (así como a los demás para entenderme a mí) gracias a un mecanismo de feedback afectivo o “espejamiento”[3], en que el rol de los padres es tan importante como el del niño. La relación de esto con la teoría de Kohut sobre el surgimiento y fortalecimiento del self  gracias a la relación con los que este autor llama  “objetos del self” (por lo general representados por los padres) salta a la vista. Kohut descubrió que en aquellos pacientes llamados narcisistas la ausencia o insuficiencia de un “espejamiento narcisista” de los padres hacia el niño provoca grandes fallos en la conformación estructural de un narcisismo normal en este, con todas las consecuencias patológicas graves que de allí se derivan. Afortunadamente también descubrió que este proceso (en los pacientes narcisistas), puede ser reversible en el proceso psicoanalítico, en buena parte gracias a la empatía del terapeuta. La misma idea subyace al concepto de “reverie” de Bion, o el ya mencionado de “madre suficientemente uena” de Winnicott, o los estudios sobre la relación padres-bebé de los analistas relacionales e intersubjetivos, etc.

Los neurocientíficos han descubierto cosas muy interesantes para el psicoanálisis (y también este para la neurociencia, hay que decirlo) acerca de la memoria. Hasta bien avanzado el siglo XX solo se reconocía un tipo de memoria, la llamada evocativa, pero ahora se han descrito varios otros tipos que no tienen que ver con el recuerdo conciente. De gran interés para el psicoanálisis resultó el descubrimiento de una memoria no declarativa o implícita (por oposición a la memoria declarativa o explícita, referida a los recuerdos concientes), que tiene que ver con aquellas experiencias no procesadas concientemente, y por tanto con el llamado “inconciente no reprimido”. Por poner un ejemplo bastante banal en el área motora, cuando manejamos una bicicleta realizamos todos los movimientos necesarios para que la bicicleta permanezca en pie y continúe corriendo, pero no tenemos conciencia ninguna de tales movimientos. Se han descrito varios tipos de memoria implícita, aunque la de mayor interés para el psicoanálisis (y para la psicología cognitiva) es aquella a la que se ha dado el nombre de memoria de procedimiento, que tiene que ver con las pautas de relación interpersonal y las respuestas condicionadas. Para sorpresa de los neurocientíficos modernos, ya Freud había descubierto este tipo de memoria desde su análisis del caso Dora (Freud, 1905), a la que llamó transferencia. En la transferencia se repiten sentimientos, fantasías y conflictos vividos con personas de la infancia, en la “escena analítica” que se da aquí y ahora con el terapeuta, sin ninguna conciencia por parte del paciente de que esté ocurriendo una repetición. Esta memoria se deposita en zonas cerebrales diferentes de aquellas que tienen que ver con la represión y con el recuerdo explícito, pues estas zonas maduran más tarde y la memoria de procedimiento comienza mucho antes, en una época preverbal. Así, la llamada teoría de las relaciones objetales tempranas, y en general la importancia crucial que casi todos los teóricos posteriores a Freud le dan a la relación madre-bebé, recibe un refuerzo definitivo de la neurociencia.

 Eric Kandel, a quien se considera el padre de la moderna neurociencia, se muestra de acuerdo con la teoría psicoanalítica sobre la existencia de dos inconcientes: uno reprimido, base del llamado inconciente dinámico freudiano, y otro no reprimido, al que Kandel llamó “inconciente de procedimiento”. Así como ocurrió con el inconciente reprimido en los comienzos del psicoanálisis, este inconciente no reprimido está siendo objeto de estudio intenso hoy en día, tanto por parte de los psicoanalistas como de los neurocientíficos. Los estudios de Matte-Blanco sobre el inconciente, que ya hemos mencionado en varias ocasiones, se refieren básicamente a este inconciente no reprimido, pero los trabajos de los analistas relacionales actuales (que abordaremos en un capítulo posterior), o los de M. Mancia (2006) en Italia, son otros tantos ejemplos del interés que ha suscitado este tema hoy en día. Pero no podemos dejar de reconocer que es un tema de raigambre antigua en el psicoanálisis, como lo atestiguan los muy abundantes trabajos psicoanalíticos sobre la transferencia descubierta por Freud, el estudio del psiquismo temprano de la “teoría de las relaciones objetales”, los de Winnicott sobre la importancia de la relación madre-bebé para la salud mental posterior, los de Balint sobre la “falla básica”, de H. Kohut sobre el desarrollo del self, de J. Bowlby sobre el “attachment” o apego, y muchos otros.

Relacionado con este inconciente de procedimiento está el viejo dilema entre la repetición y la creación (Gisbert, A., 2004 y 2012), que ha sido objeto del interés, tanto del psicoanálisis desde Freud[4]  como de la neurociencia. Aquellas pautas relacionales de las que hablamos a propósito del inconciente no reprimido se organizan en “modelos implícitos” o “principios organizadores”, que tienden a repetirse en las más disímiles situaciones posteriores como estrategias heurísticas. Tales estrategias intentan resolver situaciones actuales con pautas del pasado[5], y la neurociencia nos ha ayudado a entender el por qué. La vieja intuición freudiana sobre el “principio del placer”, tan dejada de lado por los mismos psicoanalistas, resulta ahora corroborada por la neurociencia, pues al parecer es la liberación de dopamina en las células cerebrales, que provoca una sensación de placer (recompensa), la principal responsable de la fijación de aquellas pautas arcaicas. La dopamina está involucrada en la adicción a las drogas, de modo que podríamos definir a esta repetición del modelo implícito como una verdadera adicción. Afortunadamente, el ser humano también es creativo, lo que permite que durante el proceso analítico haya cambios, y es esto lo que justifica la existencia misma de la psicoterapia psicoanalítica, así como tantas otras cosas relacionadas con la creación (el arte, la ciencia, la “cultura”, etc.)

La plasticidad cerebral
                Pero también sobre la creación tiene algo que decir la neurociencia, pues resulta que el cerebro es “plástico”. Esto quiere decir que es capaz de registrar de manera duradera la información que le llega desde afuera o desde adentro; de modo que ella deja una huella en los circuitos neuronales, gracias a que se crean nuevas sinapsis, se refuerzan unas o se debilitan otras, dependiendo de su mayor o menor uso. Esto es, el cerebro no es estático sino siempre cambiante (desde la gestación hasta la muerte): como dice Joan Coderch (2010) de manera algo dramática, el cerebro de cada ser humano solo puede ser usado una vez, puesto que cada experiencia deja su huella en él y la próxima vez ya será un cerebro nuevo. La clave de esto está en los axones y en las sinapsis neuronales, y opera mediante los diferentes neurotransmisores que se desprenden hacia los receptores dendríticos cuando el axón presináptico es excitado. El tipo de información acogida y fijada en el cerebro depende del circuito escogido, el que a su vez depende de la neurona postsináptica escogida, que no será cualquiera sino una específica, formando así determinadas redes que constituyen el sustrato neurológico de nuestro psiquismo. Cuando unos determinados circuitos son usados reiterativamente, correspondiendo a una acción o pensamiento, se refuerzan y se fijan, haciendo de ese circuito el “preferido” cuando se va a tomar una decisión; pero las acciones y pensamientos novedosos siempre podrán crear nuevos circuitos, que se reforzarán o debilitarán dependiendo del uso que le demos.

 Esto, que parece tan sencillo al exponerlo, en realidad es mucho más complicado a nivel bioquímico molecular y eléctrico, pero no es mi interés profundizar en esto sino ofrecer un esbozo esquemático del funcionamiento cerebral. La idea que deseo trasmitir es que, puesto que el cerebro puede cambiar en forma “permanente”, nuestro psiquismo también lo puede hacer, o al revés. Y esto confirma, insisto, el que sea posible obtener cambios presumiblemente permanentes a través de la psicoterapia analítica. Sin embargo, los circuitos neuronales “antiguos” siempre pueden competir ventajosamente con los nuevos, pues se encuentran mejor fijados por años de utilización, y ello hace una vía más expedita ante determinadas situaciones (con un mínimo de energía y un máximo de rapidez). Es esto lo que explica que la terapia analítica deba necesariamente ser prolongada, para dar tiempo a que los nuevos circuitos se afiancen en lugar de los viejos.





[1] En ese año escribió la que llamó su “Proyecto de una Psicología para neurólogos”, que sin embargo nunca publicó. En este trabajo Freud, que venía de ser neuropatólogo y comenzaba a incursionar en la práctica médica como neurólogo, intenta aquí un ambicioso proyecto de psicología que reúna en una teoría coherente la teoría de la neurona recién descubierta, la patología clínica neurológica y la psicología normal. Como digo, nunca se atrevió a publicar este trabajo, tan alejado del espíritu científico de su época (¡y tan cercano al nuestro!), aunque varias de las teorías desarrolladas allí las utilizó luego en su teorización propiamente psicoanalítica.
[2] Ver más adelante
[3] Me baso para esta afirmación en los estudios de la neurociencia, pero también en los de los psicoanalistas Fonagy y col. (2004) sobre el complejo proceso de feedback afectivo entre padres y bebé en el proceso de mentalización y desarrollo del self, M. Klein y sus seguidores sobre los mecanismos de introyección y proyección del bebé en su interacción con la madre, los ya mencionados de Winnicott, los de Kohut, etc.
[4] Véanse, amén de la transferencia, los fundamentales conceptos freudianos de “compulsión de repetición”, las “fijaciones” en las etapas del desarrollo psicosexual –oral, anal, fálica-, la omnipresente resistencia del analizando, etc.
[5] Esto es en realidad una “táctica de supervivencia” del organismo, puesto que facilita la adaptación a las diversas situaciones con un mínimo de energía y un máximo de rapidez.

viernes, 16 de octubre de 2015

(Nota: Lo que sigue es una continuación del capítulo comenzado en la entrada anterior, parte de un libro de próxima edición)


Ignacio Matte Blanco
La complejidad y el psicoanálisis
Veamos ahora cómo podemos inscribir al psicoanálisis en este paradigma de la complejidad. Podríamos comenzar por la ya mencionada teoría bi-lógica de I. Matte Blanco (1975, 1988) y detenernos un poco más en ella. A diferencia del enfoque predominantemente físico-energético de Freud, MB se planteó comprender el funcionamiento mental desde el punto de vista de la Lógica, y a partir del estudio cuidadoso del pensamiento esquizofrénico, que es “antilógico” en esencia. Nótese, de paso, la importancia del punto de partida clínico para la elaboración de una teoría psicoanalítica, pues la aproximación teórica de Freud fue fundamentalmente con casos de neurosis, la de Klein con niños, la de Kohut con personalidades narcisistas, y la de Matte Blanco con esquizofrénicos. Según este autor, el pensamiento humano funciona con o desde dos tipos de lógica, una de las cuales sería la clásica (también llamada aristotélica), predominante en el pensamiento conciente, y la otra la llamada por él “antilógica” del inconciente (a partir de Freud y de su propio estudio del pensamiento esquizofrénico), que estaría regida por dos principios básicos: la generalización y la simetrización. Ambas lógicas, la conciente y la inconciente, funcionarían inextricablemente unidas, si bien con proporciones diferentes en cada caso, tanto en la vida psíquica normal como patológica, por lo que MB llama a esto la “bi-lógica” del pensamiento humano. La visión científica del mundo es un producto más del pensamiento, y por tanto un producto también bi-lógico. Si observamos la manera de hacer ciencia en los siglos XIX y XX, resulta indudable que se produjo un fuerte predominio de la lógica clásica (especialmente notable en la utilización de las matemáticas y en el predominio del sacrosanto principio de no-contradicción) por sobre la lógica “homogenizadora” o simetrizadora que resulta bien visible en las “formaciones del inconciente” descritas por Freud: los sueños, los síntomas neuróticos, los actos fallidos, el arte, etc., pero que también ocurre en la teorización científica, como veremos luego.

Ofrezco excusas al lector por no profundizar más en esta teoría, pero ello rebasaría el propósito de este libro. Tan solo ilustraré un aspecto de la teoría de MB que ayude a comprenderla mejor, y comparándola siempre con la teoría de Freud. Tomemos el ejemplo bien conocido de los mecanismos básicos del inconciente freudiano: el desplazamiento y la condensación. Estos son conceptos derivados de (o apoyados en) la teoría físico-energética del aparato psíquico, metáfora ideada por Freud para explicar el funcionamiento de la mente. El desplazamiento y la condensación (descritos primeramente en la producción de los sueños, además de los síntomas neuróticos, los actos fallidos y los chistes), son conceptos que han sido fundamentales en la teoría psicoanalítica; es evidente que fueron tomados de la físico-química, e implican, conceptualmente, un movimiento. Matte Blanco, al abordar el mismo tema, concibe otra manera de explicar el funcionamiento del inconciente, derivado de su concepto de simetría, que según él prevalece en el inconciente (así como la asimetría en la conciencia). Lo que Freud concibe como un desplazamiento (de un lugar a otro, de un estado a otro, de un tiempo a otro), MB lo concibe como una “simetrización” inconciente[1], apoyándose para ello en la Teoría de Conjuntos: si, por el hecho de pertenecer al mismo Conjunto simétrico, consideramos a A  equivalente a B, éste último término puede representar al primero, y viceversa. En el caso de que A representara, digamos, al sujeto, y B a un objeto (siendo ambos equivalentes  en el inconciente por pertenecer el mismo conjunto), si alguno de los dos términos simétricos es negado por el sujeto, obtenemos una “proyección” o una “introyección”, según sea el caso: si digo que lo mío no es mío sino tuyo (esto es, una negación de lo subjetivo), tenemos una proyección; si digo que lo tuyo no es tuyo sino mío (negación de lo objetivo), tenemos una introyección. La mayoría de los autores post-freudianos han seguido usando los conceptos de Freud tal como fueron formulados, y ellos se siguen utilizando hoy, aunque por otro lado la base metafórica físico-energética (el vehículo para comprender el tópico) ya no sea utilizada abiertamente por ningún autor. Pero la fuerza de las metáforas freudianas, amén de la tradición, es grande, y los vehículos alternativos no han calado aún demasiado. Una de los propósitos de este libro es, precisamente, intentar un acercamiento a otras concepciones metafóricas de la teoría psicoanalítica que tengan mayor vigencia en la actualidad y que deberán sustituir aquellas metáforas primeras.

El ejemplo de Matte Blanco lo he traído a colación porque representa un paradigma tan diferente al de Freud, sin duda más abarcativo y explicativo, y cuya  aceptación trae consecuencias teóricas y prácticas importantes, y hasta tajantes, en los planteamientos teóricos clásicos. Así como la teoría de la relatividad de Einstein cambió la visión newtoniana del universo, así la teoría de MB, de ser aceptada universalmente, cambiaría la visión psicoanalítica del hombre. Quizás sea por eso mismo que tal paradigma no ha sido muy divulgado, ni tomado demasiado en cuenta por una parte mayoritaria de la comunidad psicoanalítica. Lo menciono tan solo a manera de ejemplo, pues hoy en día tenemos una variedad de abordajes metafóricos diferentes al de Freud. Otro ejemplo podría ser el de Cornelius Castoriadis, un psicoanalista francés que, además, era filósofo, economista, y sociólogo. Su teoría, tampoco muy difundida en la comunidad psicoanalítica, parte preferentemente de los factores sociológicos e históricos del ser humano, y en la que llama la creatividad “radical” de este; y filosóficamente se coloca sin reservas en una postura constructivista y relativista. La Física, la Lógica, la Sociología y la Filosofía han ayudado en la construcción de teorías psicoanalíticas acerca de cómo funciona el pensamiento humano. Si bien tales materias son las que hasta ahora han sido utilizadas preferentemente, no son las únicas a las que se puede recurrir, y ello nos señala una característica del movimiento psicoanalítico actual, tan diferente de la hegemonía del modelo freudiano de la mente, básicamente newtoniano, predominante en el siglo pasado. Y también nos señala la complejidad que podemos encontrar en este tema.

La pluralidad del psicoanálisis de hoy
Ello explica la cantidad de posturas teórico-clínicas diferentes que encontramos hoy en el psicoanálisis, y que han dejado perplejo a más de un autor preocupado por la pérdida de la “unidad y homogeneidad” que una vez reinó en nuestra disciplina. Aunque, si hemos de ser fieles a la historia, tal supuesta homogeneidad no fue nada duradera, como demostraron los autores llamados “separatistas” –Adler, Rank, Jung, Reich- que desde muy temprano comenzaron a cuestionar la teoría freudiana, así como aquellos autores que, sin separarse del movimiento principal, comenzaron a postular teorías y prácticas originales - Ferenczi, Klein, Winnicott, y a partir de allí un largo etcétera. La diversidad actual de teorías[2] en psicoanálisis, sin embargo, ha alarmado a algunos, como R. Wallerstein, que en un muy conocido trabajo se pregunta si el psicoanálisis es “uno o muchos” (Wallerstein, R, 1988), tema sobre el que volvió posteriormente con otros trabajos, en un intento vano de profundizar en ello. Resumiendo su argumentación, la respuesta que este autor se da es que el psicoanálisis es en realidad uno solo, por la existencia de un “piso común” (common ground) en todas estas teorías diversas. Pero esto ha demostrado no ser tan cierto como deseaba Wallerstein.

La diferencia indudable entre las diversas teorías, él la reduce únicamente a las que llama “diferentes metáforas metapsicológicas” que emplea cada una, pero que en la clínica y en ciertos conceptos básicos iniciales del psicoanálisis todos los psicoanalistas estarían de acuerdo. Pero más allá de la aparente “homogeneidad lingüística” de muchas metáforas freudianas, a la que ya hemos aludido y que casi todos los psicoanalistas siguen empleando, amén de algunas premisas básicas como la existencia del inconciente dinámico o el uso de la asociación libre como técnica princeps, no es cierta la pretensión homogenizadora de Wallerstein. Lo cierto es que ha habido cambios radicales, más evidentes en algunas teorías que en otras, en la manera de concebir el psicoanálisis y su práctica. Lo apasionante de esto es que tales cambios se producen con mucha rapidez hoy en día, pues nada parece ya instituido con la solidez que antes se pretendía. Y es precisamente por eso que no hay ya “escuelas” como las que antes dominaban la escena psicoanalítica internacional (tales como la escuela “ortodoxa” centroeuropea, la kleiniana inglesa y sudamericana, el “grupo intermedio” inglés, la psicología del yo estadounidense o la escuela francesa).

 Resulta curioso que los dos autores que he mencionado en primer término (Matte-Blanco y Castoriadis) son mucho más conocidos (y aceptados como autores  importantes) en otras disciplinas diferentes del psicoanálisis, lo cual también debería ser motivo de reflexión. Una reflexión que sin duda pasará por la constatación de la resistencia a los cambios que signa el desarrollo del psicoanálisis como el de cualquier otra ciencia. Debo admitir, sin embargo, y pese a todas las consideraciones anteriores,  que del paradigma teórico freudiano todavía emana un poder que, a pesar de sus numerosas “anomalías” respecto del paradigma inicial (según la denominación de Kuhn), no ha dejado de influir sobre todas las teorías psicoanalíticas alternativas (y mucho más aun en la práctica clínica), además de sobre varias disciplinas diferentes pero conexas (sociología, antropología, etc.), por razones que seguramente se relacionan con la gran fuerza evocadora de aquellas primeras metáforas teóricas.

Los casos de Melanie Klein, Bion, Hartmann, Winnicott, Kohut y otros que en sus respectivas épocas llegaron a fundar escuelas geográficamente definidas, merecen un comentario aparte. La mayoría de estos autores no cuestiona abiertamente la teoría de Freud, sino que ponen énfasis en aspectos que aquella teoría no había considerado, o no había desarrollado suficientemente. Así, estos trabajos constituyen avances o progresos (en el sentido que da Kuhn a lo que llama “ciencia normal”, aludiendo al trabajo cotidiano de los científicos investigadores) en la teoría y en la práctica psicoanalítica, pero sin llegar a configurar un nuevo paradigma. Hay otros intentos que podríamos considerar más radicales, como el de Jung o Lacan (por tan solo mencionar las dos teorías disidentes que han sobrevivido hoy en día) que no han llevado a un nuevo paradigma sino a una escisión, para nada fructífera, de la comunidad científica psicoanalítica. Tales disidencias probablemente hayan sido, en su raíz, personalistas y transferenciales, denotando una actitud más o menos antifreudiana (a pesar de las vehementes protestas freudistas de Lacan).

Las teorías propuestas por los autores de las “escuelas” psicoanalíticas que predominaron en el siglo XX, y de las novedosas y diversas propuestas vigentes en el XXI, con todo y su apariencia radicalmente diferente, no presuponen una ruptura con el paradigma freudiano, como la de los disidentes, y figuran una “complejización” fructífera del paradigma teórico original, que en verdad no es atacado ni descartado, sino superado, al describirlo desde una óptica nueva. Compárese con lo ocurrido en la Física a partir de la Teoría de la relatividad de Einstein: su novedosa visión no canceló avances anteriores como la Teoría de la gravitación universal de Newton, sino que redimensionó ésta como un caso especial circunscrito al ámbito terrestre, y amplió de manera prodigiosa nuestra comprensión del Universo. Considero que esta es la vía que nos podría llevar a un avance del psicoanálisis como ciencia del hombre.

Y así como Freud se sirvió de ciencias tan lejanas del psicoanálisis como la física o la química para la construcción de su teoría, (esto es, tomó prestados conceptos metafóricos “convencionales” de otras ciencias, convirtiéndolos en metáforas creativas al aplicarlos a la nueva disciplina) así podemos y debemos hacer nosotros, los analistas de hoy, tomando “prestados” conceptos de otras ciencias para la construcción de nuevos paradigmas teóricos. Si lo meditamos un poco, nos daremos cuenta de que esta idea de utilizar conceptos prestados de otras disciplinas científicas no tiene nada de nuevo ni de extraño, pues no es de otra forma como se han alcanzado siempre los nuevos paradigmas en cualquier ciencia (Johansson, F., 2004, Murray, D., 2009). Hoy  podemos calificar a tales nuevos paradigmas de “nuevas metáforas científicas”, y aceptar que las diversas disciplinas humanas se pueden “fertilizar” mutuamente (valga la metáfora) en esa forma, evitando el “encajonamiento”, el aislamiento mutuo que solía caracterizarlas en el pasado.



[1] Véase la diferencia en las respectivas metáforas creativas que sustentan estas teorías, la freudiana apoyada en la física newtoniana y la matteblanquiana en la lógica y la Teoría de Conjuntos.
[2] Hoy ya no hablamos de “escuelas psicoanalíticas” geográficamente definidas, pero todos estos nuevos enfoques tienen seguidores más o menos numerosos en todo el mundo.

jueves, 15 de octubre de 2015

Relación del psicoanálisis con las otras ciencias

 Nota: Lo que sigue es parte de un capítulo de un libro mío de próxima publicación. En subsiguientes entregas continuaré con este y otros capítulos 

                                                “El plan de estudios para el analista está todavía por crearse; debe abarcar tanto temas de ciencias del espíritu –psicológicos, de historia de la cultura, sociológicos- como anatómicos, biológicos y de historia evolutiva”
                                                  (Sigmund Freud: Epílogo a ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, 1927)                                                  

            El trabajo del cual fue tomada la cita anterior apunta a una visión futura del psicoanálisis donde éste no sea una “rama”[1] de la medicina, de la psicología o de ninguna otra disciplina, sino una nueva y aparte por derecho propio, pero que se nutra de aquellas y de muchas otras ciencias básicas y aplicadas. Esa situación prevista por Freud dista de ser así hoy en día, no tan solo porque en el pensum de la formación analítica no se contemplan aquellas materias, sino que para ser psicoanalista todavía se debe ser médico o psicólogo[2] antes, pues el psicoanálisis no se estudia en la Universidad como una carrera, y la formación como psicoanalista sigue siendo una especie de post-grado que tampoco se estudia en la Universidad. Razones prácticas e históricas[3] lo han fijado así, y aunque ya existen muchos cursos teóricos universitarios sobre psicoanálisis, la formación analítica propiamente dicha –que incluye seminarios exhaustivos, supervisiones prolongadas de casos, y el imprescindible análisis personal-  se sigue impartiendo en los Institutos de enseñanza de las Asociaciones psicoanalíticas, y quizás falte mucho para que esto cambie. Pero aquel plan de estudios que visionaba Freud para el futuro no es, como pudiera creerse, un simple asunto de “cultura general” que sería más o menos deseable para el candidato adquirir en sus estudios, sino que el psicoanálisis, como disciplina, tiene que ver indisociablemente con aquellas materias que menciona Freud, y con otras.

            Aclararé lo que quiero decir con esto. La realidad que la ciencia (cualquiera de ellas, incluido el psicoanálisis) se propone comprender, no es simple sino compleja, y no es simplificándola más en una teoría psicológica o biológica, física, antropológica, sociológica o psicoanalítica, como vamos a alcanzarla, sino reconociendo aquella complejidad y entendiendo que todas estas disciplinas, y otras, constituyen quizás diferentes puntos de vista de una realidad única. Esta realidad que intentamos comprender (el “objeto” a estudiar), que en nuestro caso específico podríamos llamar “el hombre” (denominación tan amplia que obliga a incluir, como se ve, a muchas disciplinas), requiere de un abordaje multidimensional y no disgregador. Este tipo de abordaje, en nuestra época, ha recibido el nombre de “complejo”.

El pensamiento complejo
            La palabra complejidad, de cierta actualidad en muchas descripciones científicas de hoy, no resulta fácil de abordar a los no iniciados (entre los que me incluyo). En primer término, porque evoca ideas de complicación, oscuridad y desorden, tan diferentes de lo que por muchos años ha sido un ideal científico de sencillez y claridad, de leyes simples gracias a las cuales se podría comprender el aparente desorden y opacidad de la naturaleza. En segundo lugar, porque proviene de dos áreas de conocimiento que, en principio, no parecen conectadas entre sí, a pesar de denominarse con la misma palabra. Me refiero, por un lado, a las ciencias físicas y naturales en general, donde la noción de sistemas complejos se encuentra, como digo, en boga, y por el otro a la postulación filosófica de Edgar Morin, quien, incorporando en el conocimiento al sujeto que conoce, y no tan solo al objeto, como solíamos hacer hasta hace muy poco, propone un “pensamiento complejo” como única forma válida hoy en día de abordar científicamente, tanto los fenómenos naturales como los sociales, y que sería la única posibilidad de comprensión científica de lo subjetivo (como opuesto a lo objetivo). Esta última calificación puede resultarnos extraña, pues un ideal científico muy arraigado en el siglo XX solía ser la objetividad, es decir, lo subjetivo debía evitarse como una peste, para poder comprender “objetivamente”[4]. Pero finalmente la ciencia ha admitido plenamente que la observación del objeto es inconcebible sin un sujeto observador, que inevitablemente interactúa con aquel, por lo que no podemos prescindir de él cuando describimos los fenómenos observados.

            Pero tanto el enfoque de las ciencias naturales como el de Morin aluden a lo multidimensional con que nos encontramos cuando pretendemos comprender algo del mundo, aunque ciertamente convendría definir mejor a cada uno de estos enfoques, puesto que han surgido en campos diferentes. Los sistemas complejos, tal como se entienden en las ciencias llamadas “duras”, se refieren a sistemas compuestos de varios aspectos que interactúan entre sí en formas que permanecen inabarcables o incluso ocultas a nuestra comprensión, provocando efectos imposibles de explicar por el estudio parcial de esos aspectos. El ejemplo más divulgado de sistema complejo es el famoso “efecto mariposa”, por lo general descrito en relación al clima terrestre, pero que se puede aplicar a muchas situaciones físicas, químicas, biológicas, etc. En el psicoanálisis, las nuevas concepciones intersubjetivas (Stolorow, R.D., 1997) han utilizado una metáfora donde se considera a la díada analista-paciente (y asimismo a la interacción niño-padres durante el desarrollo) como un sistema complejo, también llamado dinámico o no-lineal, con todas las consecuencias que se derivan de ello: la interacción de los dos miembros de la díada  es puesta en el primer lugar para explicar los cambios ocurridos en el sistema, que sin embargo no son predecibles partiendo de los dos participantes, puesto que constituyen un sistema complejo, imposible de predecir a partir de sus elementos constitutivos. No profundizaré ahora, sin embargo, en esta concepción, puesto que la retomaremos en el capítulo 8, cuando hablemos de la teoría intersubjetiva.

            Las propuestas de Morin, según propia confesión, tienen como fuente de inspiración los progresos a los que acabamos de aludir con los sistemas complejos, pero además la Cibernética, la Teoría de la Información y la Teoría de Sistemas. Pero él, filósofo como era, amplía la idea de complejidad a todas las ciencias, incluidas las llamadas “del hombre” (psicología, sociología, antropología, economía, etc.), llegando incluso a plantear o sugerir el ideal de una “ciencia única”, que intentaría abarcar todas las dimensiones posibles (sabiendo que ello es un ideal imposible), hoy en día disgregadas en las diferentes disciplinas científicas. Es para lograrlo que propone la necesidad de un pensamiento complejo. Tal pensamiento estaría “animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento” (E. Morin, 1990). Esta idea de incompletud inevitable abarca también los conceptos de incertidumbre y ambigüedad, postulados en la física cuántica con los trabajos de Heisenberg y otros, pero que encontraremos también en otros terrenos, incluso tan alejados de la física como la filosofía o el psicoanálisis.

            Dice Morin que todo conocimiento opera mediante la selección de datos significativos y el rechazo de los no significativos. Tal selección –cuáles son considerados significativos y cuáles no- se realiza en base a un paradigma teórico preexistente. Como ejemplo clásico en la historia de la ciencia, él contrasta la visión geocéntrica de Ptolomeo con la heliocéntrica de Copérnico, donde los datos inexplicables –y por ello rechazados como no significativos- en la primera teoría, son elevados a la categoría de significativos en la segunda. Por supuesto que, según predomine uno u otro paradigma, las consecuencias prácticas serán importantes y divergentes. Otro ejemplo concreto, y muy ilustrativo, lo encontramos en la observación telescópica de la luna que, en 1609, realizaban Galileo y Thomas Harriot, cada uno por su lado (Holton, G. 1998): mientras el primero, basado en un paradigma copernicano (en el cual todos los cuerpos celestes debían ser similares a la tierra), veía montañas y cráteres en la luna, Harriot, basado en la doctrina de Ptolomeo (en la que los cuerpos celestes, a diferencia de la tierra, debían ser lisos), y utilizando el mismo instrumento que Galileo, no los veía. Cuando Harriot leyó el libro de Galileo y, entusiasmado por sus descubrimientos, se decidió a cambiar de paradigma, entonces sí los vio, e incluso con más profusión que Galileo. He destacado las frases anteriores para resaltar la importancia del observador, siempre (e inevitablemente) provisto de un paradigma teórico preexistente a su observación, y su influencia sobre la interpretación de los fenómenos. En la misma forma, la comprensión de la fuerza gravitacional será distinta vista desde el paradigma newtoniano que desde el einsteniano, y así podríamos multiplicar los ejemplos.



[1] Nótese, tan solo como otro ejemplo de lo mencionado en el capítulo anterior, la metáfora utilizada aquí, donde los árboles, una parte de ellos, son el vehículo del tópico que interesa.
[2] Aunque hay notables excepciones en la historia del psicoanálisis (algunas universitarias, pero otras no, incluyendo clérigos y amas de casa, etc.), y aun hoy en día.
[3] En la práctica, tan solo los médicos y psicólogos tienen licencia legal para ver pacientes,  y si en sus comienzos la formación analítica fue estrictamente privada, por razones que ya hoy no tienen razón de ser, así ha continuado siendo, no obstante, hasta nuestros días.
[4] Ideal que, lamentablemente, impregnó también a las ciencias del hombre, llevando a la psicología, por ejemplo, a aberraciones como los “laboratorios de conducta”, donde en vez de hombres había ratas sometidas a experimentación “psicológica”. El salto lógico ulterior fue ver y tratar a los hombres como ratas, obviando todo lo que hay de más “humano” en aquellos. 

martes, 13 de octubre de 2015

Una brevísima ojeada al psicoanálisis que se practica hoy (2)

Continuemos con la ojeada a las teorías que los psicoanalistas siguen y practican hoy, y que habíamos comenzado en la entrada anterior con la mención de los llamados "disidentes", de los que hoy subsisten únicamente los junguianos y los lacanianos. En el psicoanálisis que se sigue agrupando en la IPA (International Psichoanalytical Association) conviven, como también lo mencioné, varias teorías y maneras diversas de trabajar, que a mi entender reflejan una disciplina científica muy vital y progresista, a diferencia de los disidentes, que se basan en el pensamiento de su iniciador y con ello tienden a quedar estancados en ideas surgidas en otra época, por muy interesantes que ellas hayan sido.

Hoy en día es necesario desconfiar de la "homogeneidad" teórica de una disciplina, incluyendo las ciencias llamadas duras, que si bien fue un ideal en la época modernista, en nuestra postmodernidad ha dejado de serlo, y las contradicciones que se observan entre los diferentes enfoques que van surgiendo no descalifican la pertinencia ni traban el progreso de la disciplina en cuestión, sino mas bien al contrario. El enfoque histórico es indisociable hoy del estudio epistemológico en cualquier disciplina, científica o no, y tan solo el tiempo va decantando las teorías aceptadas, las modificaciones a las mismas, y las que son descartadas.

En el psicoanálisis, digamos, "oficial" actual, si bien la época de las "escuelas" (ortodoxa, kleiniana, psicología del yo, etc.), que glorificaba al autor creador de la escuela y rigidizaba así la manera de comprender y de trabajar del analista, ya dejó de ser, ello no implica que aquellos autores hayan sido descartados hoy (incluyendo al iniciador de todo, S. Freud) Lo que ha ocurrido es que aquellas teorías se han ido modificando, algunos aspectos de las mismas han dejado de tomarse en cuenta por inaceptables hoy en día, y junto a ellas han ido surgiendo otros enfoques novedosos, cuya pertinencia tan solo el tiempo irá modelando. 

Todo ello configura un panorama del psicoanálisis actual algo abigarrado y en apariencia confuso, pero cuyas divergencias no se estorban demasiado unas a otras, sino que conviven y continúan modificándose, en alguna medida gracias a su influencia mutua pero también por la influencia de otras disciplinas ajenas al psicoanálisis, como la antropología, la sociología, las neurociencias o la física moderna. La obra de Freud sigue siendo considerada fuente de insights y metáforas valiosas, algunas de las cuales continúan teniendo vigencia. Sin embargo, habiendo sido concebidas en la época modernista, muy influidas por el racionalismo de Descartes y el positivismo de A. Comte, muchas de ellas han perdido vigencia en la misma medida que tales posturas filosóficas.

Melanie Klein fue quizás la primera autora que se atrevió a sugerir un sistema teórico diferente al clásico de Freud, si bien aceptó (y hasta exageró) algunos de sus postulados más fundamentales, como la teoría pulsional. Pero pese al impacto que causó entre los psicoanalistas de su época, hoy su teoría también se ha desgastado en la medida que han surgido autores que, aunque formados en su "escuela", comenzaron a generar teorías algo distintas. Son los llamados "neokleinianos", de los cuales el más conocido hoy en dia es tal vez Wilfred Bion. La antiguamente llamada "escuela francesa" ha estado muy influida por el pensamiento de Lacan, pese a no aceptar todos sus postulados, pero también han surgido en Francia autores muy originales y respetados (André Green, J. Ghasseget-Smirgel, Cornelius Castoriadis, etc.) ajenos a esta influencia.

En Latinoamérica, que antaño estuvo muy influida por la escuela kleiniana (a excepción de Mexico), han surgido también autores muy originales y autónomos, como los Baranger y su teoría del "campo psicoanalítico" o, más recientemente, los autores de la teoría llamada "vincular" en Argentina. El hecho de que el propio J. Lacan viniera a Caracas a fundar su escuela en America Latina ha contribuido a difundir sus enseñanzas, no tan solo en sus propias escuelas (presentes hoy en la mayoría de paises latinoamericanos), sino también en algunas instituciones pertenecientes a la IPA, algunos de cuyos miembros han adoptado ciertas ideas lacanianas. Pero los autores más influyentes hoy en Latinoamérica son, sin duda, Bion (sobre todo en Brasil y Venezuela), Winnicott, Kohut y, muy recientemente, los autores estadounidenses de las teorías relacional e intersubjetiva, especialmente en Mexico.

Estas teorías mencionadas en último término surgieron en los EEUU a finales del siglo XX, y han prosperado con bastante fuerza en ese pais y en algunos de Europa (sobre todo España) Definitivamente son las teorías que mayor grado de rompimiento explícito han tenido con la teoría pulsional freudiana, y con la técnica tradicional, basada en los primeros "consejos" (Freud, S., 1912: Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico) del iniciador. Puesto que creo que es en este enfoque que se halla el futuro del psicoanálisis, a él dedicaré más adelante un artículo más detallado. Ofrezco excusas al lector interesado, por lo fugaz de esta revisión, en realidad una simple enumeración (y para nada completa) de las principales teorías vigentes hoy en día. Intentaré en el futuro, y en la medida de mis posibilidades, reparar esta carencia.