miércoles, 28 de septiembre de 2016

Las metáforas y el psicoanálisis



Nota: lo que sigue es parte de un libro de próxima publicación, y cuyo tema es la metáfora, el inconsciente y el psicoanálisis que se practica en la actualidad.


Las metáforas en el psicoanálisis

Las metáforas con que nos topamos en la terapia analítica las encontraremos fundamentalmente en las famosas asociaciones libres que le pedimos al paciente, pero también en las interpretaciones y otras intervenciones del analista. Freud decía que las asociaciones libres del paciente demostrarían ser no libres, pues estaban determinadas por el inconciente reprimido, por lo que al analista le bastaría con interpretar tales asociaciones (interpretaciones basadas, por supuesto, en la teoría postulada por él) para acceder con seguridad al estrato inconciente. Esto no pudo demostrarse fehacientemente en la práctica, pues al estar aquella afirmación basada en una teoría a la que faltaban aun muchas alteraciones, radicales muchas de ellas, es probable que requiriera de la buena voluntad transferencial de los pacientes   para su funcionamiento efectivo en las primeras curas realizadas por Freud (y que sin duda fueron exitosas).
Si consideramos a las metáforas científicas (teóricas o clínicas) como herramientas que pueden funcionar mejor o peor para nuestros fines prácticos o de conocimiento, entendemos que podemos cambiar la herramienta (esto es, la metáfora que empleamos en una teoría científica o en la vida corriente) por otra más adecuada, cuando aquella deje de servirnos. Freud mismo lo hizo varias veces a lo largo de su dilatada obra. Claro que las metáforas científicas muy creativas deberían entenderse como algo más que solo una herramienta, pues pueden en sí mismas contener todo un programa de investigación en el nuevo campo. Con todo, es importante tener claro que las metáforas no plasman ninguna verdad, sino que son tan solo instrumentos útiles en la búsqueda a tientas de esa verdad, y nos ayudan a aproximarnos a ella. Creo que todas las teorías, y las metáforas que subyacen a ellas, falsean inevitablemente y en alguna medida la verdad, desde que son un producto del intelecto humano intentando comprender o darle sentido a una realidad que siempre conservará algo de su misterio. Y con mayor razón cuando nos referimos al inconsciente psicoanalítico, del cual tan solo podemos tener noticias indirectas, a través de sus efectos.

Universalidad de la metáfora

Pese a los avances recientes en su comprensión, cuando se habla de metáfora en la vida corriente solemos inmediatamente pensar en el tropo lingüístico que utilizan los escritores y poetas, sin ir mucho más allá. Pero lo cierto es que las metáforas forman parte ineludible de nuestro lenguaje común y de nuestra cultura en general, como demostraron exhaustivamente George Lakoff y Mark Johnson en su fundamental obra “Metaphors we live by” (1980)[1]. En esa obra postulan que no se trata solamente de las metáforas que solemos emplear sabiendo que lo son, sino que muchas de las expresiones que utilizamos, y que no solemos considerar metáforas, derivan de estructuras metafóricas que funcionan en un segundo plano de la conciencia o, dicho a la manera freudiana, en forma preconsciente. Tales metáforas estructurales preconscientes determinan un sistema de pensamiento consciente más o menos coherente; coherencia que proviene, principalmente, de la metáfora que subyace. Por tan solo poner un ejemplo de los muchos que estudian en su obra los autores mencionados, de la metáfora “time is money” (en español sería “el tiempo es oro”) derivan las siguientes  concepciones corrientes que derivan de ella:
Estás perdiendo el tiempo, Esto te ahorrará tiempo, ¿Cómo gastas tu tiempo?, Este contratiempo me ha costado dos horas, He invertido mucho tiempo en ello, Vive de tiempo prestado, Te sobra mucho tiempo, Reserva algún tiempo para estudiar, No aprovechas tu tiempo,
… y muchas otras similares. Los autores estudian las metáforas estructurales orientacionales (relativas a la orientación espacial), ontológicas, de recipiente, de personificación, etc., cada una de las cuales se traduce en sistemas coherentes de pensamiento basados en aquella particular metáfora, que sin embargo no tenemos presente (conciente) cuando nos expresamos.
            La tesis de Lakoff y Johnson es que los conceptos metafóricos latentes estructuran nuestro pensamiento, gobiernan nuestra vida, lo que percibimos y nuestra relación con los demás: esto es, nuestra realidad cotidiana, que sería en buena parte una cuestión de estructuras metafóricas de las que no solemos  ser concientes. La esencia de la metáfora, como desde siempre fue definida, es entender una cosa o clase de cosas en términos de otra diferente, y esto permite comprender a la primera (el tópico) en términos de la segunda (el vehículo), lo que tiene la enorme virtud de permitirnos profundizar en nuestra comprensión de una realidad desconocida al colocarla en términos de otra conocida. Hay que decir también que una determinada metáfora, o estructura metafórica inconsciente, revela y profundiza un aspecto de la realidad mientras oculta otros[2], y una metáfora diferente destacará (y ocultará)  aspectos también diferentes, lo cual tiene consecuencias indudables sobre la forma en que percibimos la realidad, según aceptemos una u otra metáfora estructural (y aunque no estemos conscientes de ello) Un ejemplo revelador que ellos estudian en su libro es cómo cambia nuestra forma de afrontar y entender el amor (con las diferencias conductuales que se derivan de allí) si predomina la metáfora estructural “el amor es una fuerza física” (hay electricidad, o magnetismo, o gravitación, fuego, etc.), si predomina la metáfora “el amor es locura”, “el amor es magia”,  o “el amor es una obra de arte en colaboración”, etc.
 En nuestra cultura hay metáforas sancionadas y comunes en nuestro lenguaje, llamadas por ello convencionales, que serán diferentes en otras culturas, lo cual determina las diferencias en la comprensión del mundo que caracteriza a cada una. El ejemplo clásico es la diferencia entre la civilización occidental y la oriental, pero también habrá diferencias marcadas entre la cultura de un pueblo selvático, o nómada, y la de los citadinos en un país del primer mundo. Las metáforas convencionales empleadas por cada una de estas culturas serán diferentes debido a las experiencias contrastantes que enfrentan los habitantes de cada una de ellas en lo cotidiano.
Ahora bien, ¿por qué las metáforas son tan universales en nuestro pensamiento?  Según G. Corradi (1995) y los autores que venimos considerando (Lakoff y Johnson), son las interacciones tempranas, y nuestras primeras experiencias perceptivas (obviamente universales), las que evolucionan hasta culminar en nuestro pensamiento más abstracto. El esquema corporal, y las sensaciones asociadas a él, se conectarían con los procesos cognitivos a través de lo que Johnson llama “proyecciones metafóricas”, dando lugar a conceptos como “balance”, “fuerza”, “escala”, “ciclo”, etc. En realidad,  según Corradi, una vez adquirido el lenguaje habría un retorno a esos esquemas perceptivos tempranos, porque para explorar nuevos ámbitos cognitivos recurrimos a lo que nos es familiar, nuestros esquemas pre-conceptuales perceptivos, que serían el vehículo de nuestras primeras metáforas. Y es a esa modalidad “regrediente” que recurrimos posteriormente cuando creamos una metáfora: exploramos lo desconocido (el tópico) a través de algo ya familiar (el vehículo).

Las metáforas creativas

Estas últimas son las metáforas creativas, novedosas, capaces de dar nuevos significados a nuestra experiencia actual, a nuestro pasado y a lo que sabemos y creemos sobre nuestra vida. Estas metáforas son las que más nos interesan a los psicoanalistas, pues creo que es a partir de ellas que pueden ocurrir los cambios perseguidos en el proceso psicoanalítico. Lakoff y Johnson ejemplifican esta variedad (recuérdese que ellos estudian principalmente las metáforas estructurales latentes) explorando los cambios que se introducen en la concepción y en la práctica del amor, al utilizar la metáfora creativa el amor es una obra de arte en colaboración, que destaca los aspectos activos, voluntarios, del amor mientras oculta otros más emocionales y pasivos. Esta metáfora puede sustituir a otras más corrientes, como: el amor es locura, o: es una fuerza física, que destaca los aspectos pasivos y emocionales de la experiencia amorosa y oculta los activos. Este es un ejemplo de estructura metafórica creativa en la vida corriente, pero podemos encontrar otros ejemplos si consideremos las metáforas científicas que Freud introdujo acerca del psiquismo. Podemos extraer de su obra algunas de ellas:
La psique es un órgano anatómico, metáfora de la cual derivan los conceptos de aparato psíquico, compuesto de partes separadas que pueden describirse topográficamente –sistemas conciente, inconciente (entre los cuales habría una barrera que los incomunica) y preconciente; e igualmente la segunda concepción –llamada estructural- de Yo, Ello y Superyo, que fue objeto de un conocido dibujo (“anatómico”) de Freud, donde aquellos escuetos conceptos de la primera tópica se relativizan y complejizan.
La psique es un sistema hidráulico, tal como una represa, de la cual derivan los fundamentales conceptos de represión, inconciente reprimido, catarsis (= desbordamiento de lo represado), etc.
La psique es un sistema energético, de la cual derivan los conceptos de líbido, pulsiones yoicas o del ello, pulsiones de vida y muerte, coherentes con los llamados puntos de vista dinámico y económico (denominaciones provenientes también de metáforas físicas y económicas). Etcétera.
De la teoría “económica-energética” del aparato psíquico derivan conceptos tan importantes en psicoanálisis como el de represión, catarsis, condensación, desplazamiento, pensamiento primario-secundario, transferencia y otros muchos. La teoría de los sueños, y muchas elaboraciones psicoanalíticas fundamentales, están basadas en esta rendidora metáfora freudiana sobre la “cantidad fluyente”. Casi nadie, sin embargo, recurre hoy en día a la concepción económica cuando habla de teoría psicoanalítica, aunque paradójicamente los conceptos derivados de ella sí siguen teniendo vigencia plena en esa disciplina. Tal paradoja se debe a que esos conceptos están basados en una metáfora científica muy creativa (apoyada o combinada con otras metáforas, como la hidráulica, la topográfica, etc.) La utilidad de estas metáforas, lógicamente, fue máxima en los inicios del psicoanálisis, pero todavía hoy día dejan sentir fuertemente su influencia. En la metáfora hidráulica, por ejemplo, el agua, sea represada o fluyente, es el vehículo que se compara con el comportamiento del aparato psíquico, que sería el tópico a comprender. Y claro, el agua, tanto la represada como la que fluye, se puede cuantificar, tanto en volumen como en energía cinética, cualidad que es muy bien aprovechada por Freud para definir y estudiar las cualidades del tópico que le interesaba (el funcionamiento del aparato psíquico[3]), y en el que es aplicada ahora metafóricamente.

¿Cómo es posible que una metáfora como esta, aplicada a una materia que nada tiene que ver con el agua ni con la energía física[4], haya tenido tanto éxito en la práctica, y además resistido el paso del tiempo (al menos en los conceptos derivados de ella)? Esa es, creo yo, la importantísima virtud, y la función, de las metáforas en la ciencia, ya que lo que ocurre con esta teoría que acabo de recordar no es, según creo, una excepción, sino más bien una regla dentro de cualquier disciplina científica. Probablemente, sin metáforas no existiría la ciencia como la conocemos hoy, pues cada teoría científica exitosa esconde en su seno, o al menos en su pasado, metáforas creadas por autores talentosos o geniales, y que son estas metáforas las que han permitido avanzar a cada una de esas disciplinas. En la elaboración de una Teoría científica exitosa las metáforas ayudan a su creador a comprender y a explorar en profundidad el mundo desconocido de su especialidad, y permiten a sus seguidores comprender y aplicar provechosamente los conocimientos científicos ganados por esa vía.

Esas y otras metáforas (considérese, por ejemplo, el concepto de sublimación, proveniente de una metáfora química) ayudaron a Freud a construir todo un detallado sistema teórico que le permitió abordar y comprender (y transmitir luego a sus discípulos), no tan solo las misteriosas neurosis que fueron el objetivo primero de Freud, sino también los sueños, los chistes, las asociaciones libres y el funcionamiento curativo de la terapia psicoanalítica. Tales metáforas, tanto las estructurales latentes o preconcientes que están en la base, como las manifiestas (condensación, desplazamiento, transferencia, sublimación, y otras, todas ellas metáforas espaciales o físico-químicas) han permanecido en uso hasta hoy en día, al menos en nombre, ya que no en la estructura metafórica que las sustentaba, que con el tiempo fue cambiando. Si en la época de Freud eran indudablemente creativas, para los psicoanalistas ya se han convertido hoy día en metáforas convencionales. Utilizar otras metáforas creativas, como hicieron muchos autores posteriores, ha permitido profundizar en otros aspectos del psiquismo. Sobre los nuevos modelos metafóricos que se han empleado después de Freud hablaremos luego.
Sabemos que la influencia de Freud no se restringió al psicoanálisis, sino que ha permeado otros campos, como la sociología. En la obra mencionada de F. Mires (Op. cit. pag. 9) dice este sociólogo, por ejemplo:
“Freud, o mejor dicho, sus teorías, están ‘sobre-representadas’ a lo largo de todos los capítulos de este libro [se refiere a “El malestar en la cultura”, 1930]. Pero no como verdades inmutables, sino como guías que permiten salir fuera de ellas para recorrer regiones que Freud, en su tiempo, no pudo ni siquiera imaginar. Porque (…) la suya no es una doctrina sino, en parte, una ‘visión’, pero visión no en el sentido de anticipación profética, sino mucho más simple, como un ‘modo de ver las cosas’. He tratado pues de entender ese ‘modo de ver’ tratando de ‘ver de ese modo’.
Independientemente de la validez de los postulados freudianos (y probablemente muchos de ellos han perdido validez), Freud es para mí una ‘puerta abierta’ que me permite transitar hacia los adentros y los afueras. Pero como la puerta permanece siempre abierta, en Freud por lo menos, tengo que aceptar que estar adentro o afuera es una simple convención formal [...] No obstante, dichos límites son fijados por seres que transitan por distintos momentos y espacios culturales.”
El lector sabrá sin duda traducir las palabras de Mires a los términos considerados previamente. Esta “puerta abierta” es una de las cosas que explica la sorprendente vigencia –muchas veces negada por algunos- de la disciplina creada por Freud, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces (más de un siglo). Es posible, sin embargo, que Freud mismo no hubiera estado de acuerdo con esa metáfora de la puerta abierta, en vista de sus varios intentos de cerrarla (sobre todo al final de su vida), esfuerzos afortunadamente infructuosos. Y tales intentos fueron procurados, según la expresión de Mires, por alguien que transitaba por su momento histórico y espacio cultural. Hoy en día ya hemos superado aquellos límites y podemos abordar la obra de Freud con mayor libertad.

     La práctica psicoanalítica

            Si nos vamos a la práctica psicoanalítica, podríamos decir que las metáforas que mantienen la neurosis del paciente y su visión del mundo –inconcientes en su mayoría- son metáforas fijas, “congeladas”, que determinan la conducta repetitiva que Freud llamaba “compulsión de repetición”. Y puesto que las metáforas creativas, según Lakoff y Johnson, tienen el poder de “crear una nueva realidad”[5] (Op. cit., pag. 145), si aquellas metáforas congeladas son sustituidas por otras nuevas, creativas (surgidas durante el proceso psicoanalítico mediante la interacción con el analista), la realidad del paciente irá cambiando en consecuencia, al dejar las antiguas metáforas de tener sentido para él.  Esta idea podría tal vez encontrar oposición  a partir de la arraigada creencia de que “las palabras no crean realidad” (y las metáforas son, qué duda cabe, lenguaje); según esa concepción, llamada realismo por algunos filósofos, las metáforas a lo sumo podrían describir la realidad, pero no crearla; a esta idea también podemos llamarla objetivista. Lakoff y Johnson, sin embargo, consideran al objetivismo y al subjetivismo como dos mitos injustificados hoy en día, y se declaran partidarios de una concepción experiencialista. Esta asume una perspectiva del hombre en interacción con su medio (humano o físico), lo cual siempre resulta en cambios mutuos, del medio sobre el hombre y del hombre sobre su medio. Lo que aquellas dos posturas filosóficas (la  objetivista y la subjetivista) pierden de vista es que nosotros    tan solo podemos comprender el mundo a través de nuestra interacción con él, de lo cual se sigue que nuestra comprensión de las cosas siempre será relativa a nuestra cultura y a nuestra historia.
            Como hemos dicho, la metáfora puede “crear” ciertas realidades, al tiempo que oculta otras, pero puede también ser una guía para acciones futuras que concuerden con la metáfora preconciente que está en la base de una determinada percepción de esa realidad, lo que a su vez refuerza el poder de esa metáfora subyacente para hacer coherente la experiencia. En ese sentido, estas estructuras metafóricas pueden ser “profecías autocumplidas”, en la medida en que su aceptación provee el terreno para ciertas inferencias que determinan actitudes. Pero esto nos puede llevar a concebir estas inferencias como reales, si perdemos de vista que tales realidades lo son únicamente en referencia a la metáfora que las define. Conocer esto, desde luego, puede ser muy útil en la terapia psicoanalítica, en la medida en que las nuevas metáforas creativas que se van produciendo en el proceso ayudan a “descongelar”, desvalorizar y descartar las metáforas inconcientes anteriores, responsables de la sintomatología, la transferencia, etc., y a la postre convocan los cambios buscados.
Lo que llamamos la verdad tan solo se refiere a nuestra particular comprensión de la realidad en este momento de la historia, y desde que esa comprensión depende de las metáforas que podemos crear y utilizar, con frecuencia no puede haber “una (sola) verdad”, sino teorías (varias) sobre la verdad. No siempre esta diversidad se da simultáneamente en el tiempo, aunque es eso justamente lo que ocurre con el estado actual del psicoanálisis. En otras disciplinas es quizás más frecuente que las teorías vayan cambiando lenta y diacrónicamente. Pero siempre cambian.

Avances en el post-modernismo

            La teoría, cualquier teoría, no sería en definitiva sino eso: un sistema metafórico que permite comprender la realidad desde un cierto punto de vista. Lo cual implica que esa realidad puede también comprenderse desde otros puntos de vista, esto es, utilizando otras metáforas (o sistemas metafóricos) que permitan abordar otros aspectos. Como dicen Lakoff y Johnson, la metáfora es nuestra principal herramienta para tratar de comprender parcialmente lo que no podemos comprender totalmente. Lo que llamamos la verdad es relativa a un particular sistema conceptual, en este momento de la historia de la humanidad y de nuestra historia particular, así como de nuestra interacción con otras personas de nuestro entorno. Hablaremos luego de esto con mayor extensión.
Esta concepción de la existencia de varias verdades se ha ido abriendo paso muy lentamente en nuestra civilización, ya que ha predominado por siglos una concepción absolutista donde las metáforas impuestas desde el poder político, religioso, filosófico o científico, han sido proclamadas e instituidas como verdades absolutas, con consecuencias muchas veces nefastas a lo largo de la historia (guerras, persecuciones, matanzas, o aislamiento social de aquellos que no se plegaron a la metáfora oficial). Haber reconocido abiertamente la existencia de varias verdades es una de las virtudes del post-modernismo, aunque ello puede ocasionar cierta confusión a veces, pues no estamos acostumbrados a una idea que, sobre todo en las ciencias naturales, puede resultar más bien “antilógica”[6]. En los siguientes capítulos echaremos una ojeada a algunas de las diferentes metáforas que sustentan las teorías que hoy en día medran en el psicoanálisis, así como los avances provenientes de otras disciplinas, pero que atañen muy de cerca al psicoanálisis, como la filosofía, la neurociencia o la física teórica. Ello sin olvidar el funcionamiento de las metáforas en la terapia analítica misma, que examinaremos en el capítulo que sigue.
           





[1] Hay traducción al castellano con el nombre –poco afortunado, a mi entender- de “Metáforas de la vida cotidiana”.
[2] Recuérdese el ejemplo del modelo “solar” del átomo de Rutherford.
[3] El concepto mismo de “aparato psíquico” es también una metáfora, pues compara la mente con un artificio mecánico compuesto de partes.
[4] Podemos cambiar el agua fluyente por electricidad o cualquier otra forma de energía “fluyente”, y la metáfora funcionará igualmente bien.
[5] Es importante no perder de vista que Lakoff y Johnson hablan de “realidades” sociales, por lo que esta idea es perfectamente aplicable a la terapia psicoanalítica, que consiste en una interacción social entre analista y analizando, y donde se analizan interacciones de este último con sus  relacionados, pero parece  más difícil aplicarla a las metáforas científicas de la teoría psicoanalítica. Es que, con frecuencia, a la realidad la confundimos con “la verdad”, y las metáforas no pueden crear “verdades científicas”, sino teorías sobre la verdad. 
[6] La teoría cuántica sobre la luz, que se puede entender como partículas (fotones) o como ondas, es un ejemplo muy conocido, y lo mismo ocurre a propósito de las partículas subatómicas. La teoría de la relatividad también plantea situaciones que pueden crear perplejidad e incertidumbre.

lunes, 12 de septiembre de 2016

La hermenéutica de Gadamer y el psicoanálisis

Abordemos, según lo prometido, la relación de la hermenéutica de Gadamer con el psicoanálisis. No está de más recordar que Gadamer era filósofo, y su producción teórica siempre estuvo enmarcada allí. Quizás por eso, entre otras cosas, que algunos psicoanalistas rechazan la pretensión de que el psicoanálisis práctico sea una hermenéutica, acogiéndose a la definición freudiana de ser una ciencia. Pero ambas posturas, según entiendo, no son excluyentes. Por una parte, la filosofía forma parte constituyente de todas las teorías psicoanalíticas, pese al desconocimiento que de esto pueda tener el mismo creador de la teoría; y no por eso el psicoanálisis (o cualquier otra ciencia) pierde su carácter científico. Por otra parte, la aplicación de la hermenéutica de Gadamer se relaciona con el psicoanálisis práctico, es decir, con la terapéutica analítica, puesto que Gadamer definió su hermenéutica como una praxis y no como un saber teórico. De modo que es a esa práctica a la que me referiré.

Ningún psicoanalista se asombrará si recuerdo que su función principal es interpretar, puesto que así lo postuló Freud desde los mismos comienzos: interpretar lo que el analizando le trae en forma de síntomas, actos fallidos, transferencia o asociaciones libres, que aquel llamaba "retoños de lo inconciente". Ya por allí ya podemos ver la relación con la hermenéutica, que es, precisamente, el arte de la interpretación. Pero... Freud interpretaba a sus analizandos, y así lo continuaron haciendo la mayoría de sus continuadores, desde un saber teórico que fue, precisamente, el que él creó cuando fundó esta disciplina. Muchos de sus continuadores (y Freud mismo a lo largo de su prolífica vida de investigador) hicieron modificaciones a la primitiva teoría, pero siempre la interpretación ofrecida al analizando se basaba, como digo, en una teoría preexistente.

Ahora bien, Gadamer recalca en su obra que la interpretación hermenéutica, siendo una praxis, no se configura desde el saber teórico del intérprete, sino, como lo vimos en la entrada anterior, resulta de la fusión del horizonte de éste con el horizonte del texto (que en nuestro caso serían las asociaciones del analizando), o dicho de otro modo, de la dialéctica que se da entre ambos. De modo que la interpretación al estilo de Freud y de la mayoría de sus sucesores no entraría dentro de la definición gadamariana, y tenemos entonces que preguntarnos cuál, si alguna, es la relación de esta postura filosófica con la ciencia psicoanalítica.

Pero es que resulta que la manera "freudiana" de abordar la terapia no ha sido compartida por todos los autores, y tendríamos que comenzar por su discípulo y amigo Sandor Ferenczi, quien postuló (en contra de la corriente dominante entonces y durante mucho tiempo) que para que la terapia sea útil al paciente, debe involucrar al terapeuta en forma similar a como lo está aquel. "Sin simpatía no hay curación", decía. La propuesta de Ferenczi no fue tomada en cuenta, o fue acerbamente criticada, por sus colegas, partidarios de la "neutralidad" y "abstinencia" del analista. Pero poco a poco ciertos autores comenzaron a revalorizar las propuestas de Ferenczi hasta desembocar en lo que hoy en día se conoce como psicoanálisis relacional (o su variante el psicoanálisis intersubjetivo)

Esta idea de que el analista está involucrado sin remedio en el proceso analítico va más allá del concepto de contratransferencia que desde hace un buen tiempo forma parte ya sancionada de la teoría de la técnica psicoanalítica. Tampoco se tratará, tan solo, de que el analista tenga una transferencia hacia el analizando, en todo igual a la que este tendría hacia él, sino que, para decirlo en los términos de Gadamer, el analista participa sin remedio, aunque lo tenga escindido de su conciencia, con todo su "horizonte", lo que incluye sus teorías, sus prejuicios, su "circunstancia", su historia toda. Y es en la dialéctica de su relación con su paciente que se va construyendo la interpretación que irá clarificando la verdad de este.

Extenso tema el que acabo de abordar, y sin duda polémico, pero me he propuesto no prolongar demasiado las reflexiones de este blog, que pretenden tan solo alertar al lector sobre ciertos puntos quizás desconocidos o novedosos del psicoanálisis de hoy. Dejaré, pues, para otra oportunidad la consideración del problema de la verdad en el psicoanálisis, o una descripción más pormenorizada de las corrientes teóricas relacionales e intersubjetivas. Pero lo que realmente desearía es que los lectores me plantearan a través de sus comentarios, no tan solo los acuerdos, sino muy especialmente los desacuerdos, preguntas y perplejidades que estas breves reflexiones le puedan sugerir. Lo cual permitiría convertir este blog en un modelo de lo que postulaba Gadamer sobre la interpretación hermenéutica.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA HERMENEUTICA DE H-G GADAMER



Horror! Veo que el último trabajo publicado es de Diciembre del año pasado! Con el agravante de que en él había prometido un resumen de la obra de Gadamer, cosa que no hice. No cargaré al posible lector (si es que me queda alguno) con la relación de lo que ha sucedido, y el porqué de este prolongado silencio. Tan solo retomaré la marcha como si fuera ayer que escribí la introducción a este tema. No puedo hacer otra cosa.
Como dije entonces, el libro más importante de Gadamer (a juicio de la mayoría de autores) es Verdad y método, pues en él propone lo que será una nueva visión de la hermenéutica, muy distinta de lo que hasta entonces había sido, una técnica para la interpretación de textos religiosos. En realidad ya Heidegger había propuesto un camino para los nuevos planteamientos hermenéuticos, pero es Gadamer, su discípulo, quien recorre ese camino, con resultados muy sorprendentes y que han dejado huella, no tan solo en la filosofía, sino en todas las ciencias humanísticas.
Esta nueva hermenéutica ya no se refiere a los textos religiosos, como digo, sino a la interpretación social, es decir, a la manera como comprendemos y construimos los humanos la verdad.
 Aunque Gadamer se refiere a la interpretación de textos, resulta evidente (al menos para mí) que no hay que tomarlo en forma literal, pues lo mismo que vale para la comprensión de un poema vale para la comprensión de cualquier producción humana. Y al respecto dice: "...hay que comprender a un poeta mejor de lo que lo comprendió él mismo, pues él no se comprendió en absoluto cuando tomó forma en él la construcción de su texto" (Gadamer, 1996) Esta declaración es bastante sorprendente, sin duda, e implica que lo que alguien construye como una supuesta verdad no queda cerrado sino, al contrario, abierto a la interpretación de los que habrán de ponerse en contacto con su producción en el futuro. El intérprete construye su comprensión del texto como una respuesta a la pregunta que el texto le sugiere, desde la pre-comprensión que la tradición histórica (a la que pertenece el mismo intérprete) le sugiere. Quiere decir Gadamer que nadie aborda una producción cualquiera sin pre-juicios, los que a su vez estarán relacionados con la particular etapa histórica del intérprete (Gadamer lo llama la "realidad histórica del ser").
Todo esto implica, como se ve, no precisamente una técnica o método de interpretación, sino una praxis, donde la comprensión solo puede tener lugar desde una dialéctica entre "los horizontes" del intérprete y los del texto. La interpretación constituye según Gadamer una "fusión" de ambos horizontes, que tampoco queda cerrada sino abierta a nuevos horizontes ulteriores.
La comprensión, pues, se logra a través de un diálogo entre el intérprete y el texto, donde los sucesivos intérpretes van construyendo su comprensión del texto.
Frente al texto, además, no cabe neutralidad ni autocancelación (el mito del observador no participante) "sino que incluye una matizada incorporación de las propias opiniones previas y prejuicios"
¿Que importancia tiene todo esto para el psicoanálisis? Abordaremos este interesante tema en una próxima entrega, que prometo será, ahora sí, dentro de un muy breve intervalo de tiempo.