jueves, 29 de octubre de 2015

Las neurociencias y el psicoanálisis

      
Eric Kandel

Las “neurociencias”    

Cuando yo estudiaba Medicina en los años 60, las “neurociencias” no existían tal como se las concibe hoy, como una disciplina científica compuesta de varias otras (de allí el plural), pero que en verdad podemos concebir como una sola, y definirla como la ciencia del funcionamiento cerebral: una definición muy breve pero que abarca un campo muy amplio. Esta disciplina podría ser una aproximación a lo que Edgar Morin proponía que fuera la ciencia: única, transdisciplinaria y compleja. En los años 60 existían, sí, la neuroanatomía, la neurofisiología, una neuroquímica incipiente, y algunas otras especialidades aisladas que hoy se han ido integrando a lo que se llama “neurociencias” (el psicoanálisis, como veremos luego, se podría considerar una de ellas); pero en aquel entonces la idea de Morin, que nos parece más natural hoy, resultaba poco menos que impensable. Muchos descubrimientos tendrían que sobrevenir aun, pero sobre todo faltaba que entráramos de lleno en el espíritu postmoderno actual, para que esta disciplina se conformara en lo que hoy es la neurociencia. Como se ve, yo prefiero el singular, y así la seguiré denominando de aquí en adelante.

Esta posición tan especial de la neurociencia se debe a que el cerebro humano, amén de ser el órgano más complejo del organismo, es el que tiene que ver con nuestras funciones cognitivas, nuestra conducta, nuestras emociones, la memoria (y con ella nuestra historia, real o supuesta), la conciencia y el inconciente, la relación con otros seres humanos, la vida en sociedad, y muchas otras cosas. Es esta imbricación ineludible entre cerebro y mente la que justifica la estrecha relación de la neurociencia con la psicología, el psicoanálisis, la sociología, etc., pues el psiquismo humano, así como sus aspectos “culturales”, únicamente en el cerebro tienen su asiento. Hubo un tiempo en que el desconocimiento casi absoluto del funcionamiento del cerebro justificó el surgimiento de aquellas disciplinas humanísticas como ciencias independientes, pero hoy en día los abundantes descubrimientos en este particular y en otros como la genética, la física, la bioquímica, etc., hicieron imperativo cotejar los descubrimientos anteriores de aquellas ciencias con los de los neurocientíficos, en un intercambio de doble vía que va resultando fructífero. El psicoanálisis ha tenido un puesto destacado en este intercambio por la profundidad de sus insights propios. Freud, en una época tan lejana como 1895[1], tuvo un atisbo muy claro de la necesidad de esta colaboración, pero carecía por completo de los instrumentos necesarios para llevar a cabo su ambicioso proyecto de una “psicología neurológica”, de modo que, fracasado este, se dedicó de lleno a inaugurar y desarrollar una nueva ciencia que llamó psicoanálisis, más cercana a la psicología y la psicopatología, lo que le permitió avanzar con rapidez en su práctica clínica y en su teorización, pero en la que nunca dejó de lado por completo lo que podríamos llamar una neurociencia intuitiva. Algunas de sus intuiciones teóricas han sido comprobadas hoy, mientras otras se han descartado, pero no deja de llenarnos de admiración su clarividencia.

La neurociencia y el psicoanálisis
Echemos un vistazo rápido a aquellos descubrimientos de la neurociencia que tienen una íntima relación con el psicoanálisis (y viceversa, recordemos que esta es una vía de doble dirección). Comencemos por el desarrollo cerebral después del nacimiento. El cerebro, como ningún otro órgano, es inmaduro al nacer y requiere de un tiempo prolongado para madurar, y más aun, diríamos que la vida entera, para desarrollar todo su potencial. Ello no implica sumar neuronas, pues ya venimos con más de las que vamos a necesitar en la vida, sino sumar circuitos neuronales. Y los circuitos neuronales tan solo se desarrollan ejercitando las funciones correspondientes, sea ésta la visión, la motricidad o la relación con los demás seres humanos, por poner tres casos típicos e importantes. Si la vista no se ejercita, por ejemplo cuando existen cataratas congénitas que no son operadas a tiempo, a partir de cierto momento ya no se podrá recuperar la visión aunque ocurra la operación, y tendremos un sujeto ciego. Winnicott fue uno de los primeros en descubrir que si la relación con una madre “suficientemente buena” no ocurre en las primeras etapas de la vida, y en la que él llamaba fase transicional, los daños psíquicos sobre la socialización son irreversibles y tendremos, probablemente, un sociópata o un psicótico. Esta idea sobre la importancia de las relaciones tempranas con las figuras parentales ha prendido con mucha fuerza en el psicoanálisis teórico y clínico, y es hoy un pilar fundamental en la comprensión de la patología psíquica en todas las teorías psicoanalíticas en boga.

Desde el punto de vista neurológico esto se debe a que la capacidad del ser humano para “mentalizarse”, esto es, para entender que yo tengo una mente con emociones, deseos y pensamientos y que los demás también la tienen similar a la mía, depende de la existencia de las llamadas “neuronas en espejo”[2], que me capacitan para entender a los demás (así como a los demás para entenderme a mí) gracias a un mecanismo de feedback afectivo o “espejamiento”[3], en que el rol de los padres es tan importante como el del niño. La relación de esto con la teoría de Kohut sobre el surgimiento y fortalecimiento del self  gracias a la relación con los que este autor llama  “objetos del self” (por lo general representados por los padres) salta a la vista. Kohut descubrió que en aquellos pacientes llamados narcisistas la ausencia o insuficiencia de un “espejamiento narcisista” de los padres hacia el niño provoca grandes fallos en la conformación estructural de un narcisismo normal en este, con todas las consecuencias patológicas graves que de allí se derivan. Afortunadamente también descubrió que este proceso (en los pacientes narcisistas), puede ser reversible en el proceso psicoanalítico, en buena parte gracias a la empatía del terapeuta. La misma idea subyace al concepto de “reverie” de Bion, o el ya mencionado de “madre suficientemente uena” de Winnicott, o los estudios sobre la relación padres-bebé de los analistas relacionales e intersubjetivos, etc.

Los neurocientíficos han descubierto cosas muy interesantes para el psicoanálisis (y también este para la neurociencia, hay que decirlo) acerca de la memoria. Hasta bien avanzado el siglo XX solo se reconocía un tipo de memoria, la llamada evocativa, pero ahora se han descrito varios otros tipos que no tienen que ver con el recuerdo conciente. De gran interés para el psicoanálisis resultó el descubrimiento de una memoria no declarativa o implícita (por oposición a la memoria declarativa o explícita, referida a los recuerdos concientes), que tiene que ver con aquellas experiencias no procesadas concientemente, y por tanto con el llamado “inconciente no reprimido”. Por poner un ejemplo bastante banal en el área motora, cuando manejamos una bicicleta realizamos todos los movimientos necesarios para que la bicicleta permanezca en pie y continúe corriendo, pero no tenemos conciencia ninguna de tales movimientos. Se han descrito varios tipos de memoria implícita, aunque la de mayor interés para el psicoanálisis (y para la psicología cognitiva) es aquella a la que se ha dado el nombre de memoria de procedimiento, que tiene que ver con las pautas de relación interpersonal y las respuestas condicionadas. Para sorpresa de los neurocientíficos modernos, ya Freud había descubierto este tipo de memoria desde su análisis del caso Dora (Freud, 1905), a la que llamó transferencia. En la transferencia se repiten sentimientos, fantasías y conflictos vividos con personas de la infancia, en la “escena analítica” que se da aquí y ahora con el terapeuta, sin ninguna conciencia por parte del paciente de que esté ocurriendo una repetición. Esta memoria se deposita en zonas cerebrales diferentes de aquellas que tienen que ver con la represión y con el recuerdo explícito, pues estas zonas maduran más tarde y la memoria de procedimiento comienza mucho antes, en una época preverbal. Así, la llamada teoría de las relaciones objetales tempranas, y en general la importancia crucial que casi todos los teóricos posteriores a Freud le dan a la relación madre-bebé, recibe un refuerzo definitivo de la neurociencia.

 Eric Kandel, a quien se considera el padre de la moderna neurociencia, se muestra de acuerdo con la teoría psicoanalítica sobre la existencia de dos inconcientes: uno reprimido, base del llamado inconciente dinámico freudiano, y otro no reprimido, al que Kandel llamó “inconciente de procedimiento”. Así como ocurrió con el inconciente reprimido en los comienzos del psicoanálisis, este inconciente no reprimido está siendo objeto de estudio intenso hoy en día, tanto por parte de los psicoanalistas como de los neurocientíficos. Los estudios de Matte-Blanco sobre el inconciente, que ya hemos mencionado en varias ocasiones, se refieren básicamente a este inconciente no reprimido, pero los trabajos de los analistas relacionales actuales (que abordaremos en un capítulo posterior), o los de M. Mancia (2006) en Italia, son otros tantos ejemplos del interés que ha suscitado este tema hoy en día. Pero no podemos dejar de reconocer que es un tema de raigambre antigua en el psicoanálisis, como lo atestiguan los muy abundantes trabajos psicoanalíticos sobre la transferencia descubierta por Freud, el estudio del psiquismo temprano de la “teoría de las relaciones objetales”, los de Winnicott sobre la importancia de la relación madre-bebé para la salud mental posterior, los de Balint sobre la “falla básica”, de H. Kohut sobre el desarrollo del self, de J. Bowlby sobre el “attachment” o apego, y muchos otros.

Relacionado con este inconciente de procedimiento está el viejo dilema entre la repetición y la creación (Gisbert, A., 2004 y 2012), que ha sido objeto del interés, tanto del psicoanálisis desde Freud[4]  como de la neurociencia. Aquellas pautas relacionales de las que hablamos a propósito del inconciente no reprimido se organizan en “modelos implícitos” o “principios organizadores”, que tienden a repetirse en las más disímiles situaciones posteriores como estrategias heurísticas. Tales estrategias intentan resolver situaciones actuales con pautas del pasado[5], y la neurociencia nos ha ayudado a entender el por qué. La vieja intuición freudiana sobre el “principio del placer”, tan dejada de lado por los mismos psicoanalistas, resulta ahora corroborada por la neurociencia, pues al parecer es la liberación de dopamina en las células cerebrales, que provoca una sensación de placer (recompensa), la principal responsable de la fijación de aquellas pautas arcaicas. La dopamina está involucrada en la adicción a las drogas, de modo que podríamos definir a esta repetición del modelo implícito como una verdadera adicción. Afortunadamente, el ser humano también es creativo, lo que permite que durante el proceso analítico haya cambios, y es esto lo que justifica la existencia misma de la psicoterapia psicoanalítica, así como tantas otras cosas relacionadas con la creación (el arte, la ciencia, la “cultura”, etc.)

La plasticidad cerebral
                Pero también sobre la creación tiene algo que decir la neurociencia, pues resulta que el cerebro es “plástico”. Esto quiere decir que es capaz de registrar de manera duradera la información que le llega desde afuera o desde adentro; de modo que ella deja una huella en los circuitos neuronales, gracias a que se crean nuevas sinapsis, se refuerzan unas o se debilitan otras, dependiendo de su mayor o menor uso. Esto es, el cerebro no es estático sino siempre cambiante (desde la gestación hasta la muerte): como dice Joan Coderch (2010) de manera algo dramática, el cerebro de cada ser humano solo puede ser usado una vez, puesto que cada experiencia deja su huella en él y la próxima vez ya será un cerebro nuevo. La clave de esto está en los axones y en las sinapsis neuronales, y opera mediante los diferentes neurotransmisores que se desprenden hacia los receptores dendríticos cuando el axón presináptico es excitado. El tipo de información acogida y fijada en el cerebro depende del circuito escogido, el que a su vez depende de la neurona postsináptica escogida, que no será cualquiera sino una específica, formando así determinadas redes que constituyen el sustrato neurológico de nuestro psiquismo. Cuando unos determinados circuitos son usados reiterativamente, correspondiendo a una acción o pensamiento, se refuerzan y se fijan, haciendo de ese circuito el “preferido” cuando se va a tomar una decisión; pero las acciones y pensamientos novedosos siempre podrán crear nuevos circuitos, que se reforzarán o debilitarán dependiendo del uso que le demos.

 Esto, que parece tan sencillo al exponerlo, en realidad es mucho más complicado a nivel bioquímico molecular y eléctrico, pero no es mi interés profundizar en esto sino ofrecer un esbozo esquemático del funcionamiento cerebral. La idea que deseo trasmitir es que, puesto que el cerebro puede cambiar en forma “permanente”, nuestro psiquismo también lo puede hacer, o al revés. Y esto confirma, insisto, el que sea posible obtener cambios presumiblemente permanentes a través de la psicoterapia analítica. Sin embargo, los circuitos neuronales “antiguos” siempre pueden competir ventajosamente con los nuevos, pues se encuentran mejor fijados por años de utilización, y ello hace una vía más expedita ante determinadas situaciones (con un mínimo de energía y un máximo de rapidez). Es esto lo que explica que la terapia analítica deba necesariamente ser prolongada, para dar tiempo a que los nuevos circuitos se afiancen en lugar de los viejos.





[1] En ese año escribió la que llamó su “Proyecto de una Psicología para neurólogos”, que sin embargo nunca publicó. En este trabajo Freud, que venía de ser neuropatólogo y comenzaba a incursionar en la práctica médica como neurólogo, intenta aquí un ambicioso proyecto de psicología que reúna en una teoría coherente la teoría de la neurona recién descubierta, la patología clínica neurológica y la psicología normal. Como digo, nunca se atrevió a publicar este trabajo, tan alejado del espíritu científico de su época (¡y tan cercano al nuestro!), aunque varias de las teorías desarrolladas allí las utilizó luego en su teorización propiamente psicoanalítica.
[2] Ver más adelante
[3] Me baso para esta afirmación en los estudios de la neurociencia, pero también en los de los psicoanalistas Fonagy y col. (2004) sobre el complejo proceso de feedback afectivo entre padres y bebé en el proceso de mentalización y desarrollo del self, M. Klein y sus seguidores sobre los mecanismos de introyección y proyección del bebé en su interacción con la madre, los ya mencionados de Winnicott, los de Kohut, etc.
[4] Véanse, amén de la transferencia, los fundamentales conceptos freudianos de “compulsión de repetición”, las “fijaciones” en las etapas del desarrollo psicosexual –oral, anal, fálica-, la omnipresente resistencia del analizando, etc.
[5] Esto es en realidad una “táctica de supervivencia” del organismo, puesto que facilita la adaptación a las diversas situaciones con un mínimo de energía y un máximo de rapidez.

viernes, 16 de octubre de 2015

(Nota: Lo que sigue es una continuación del capítulo comenzado en la entrada anterior, parte de un libro de próxima edición)


Ignacio Matte Blanco
La complejidad y el psicoanálisis
Veamos ahora cómo podemos inscribir al psicoanálisis en este paradigma de la complejidad. Podríamos comenzar por la ya mencionada teoría bi-lógica de I. Matte Blanco (1975, 1988) y detenernos un poco más en ella. A diferencia del enfoque predominantemente físico-energético de Freud, MB se planteó comprender el funcionamiento mental desde el punto de vista de la Lógica, y a partir del estudio cuidadoso del pensamiento esquizofrénico, que es “antilógico” en esencia. Nótese, de paso, la importancia del punto de partida clínico para la elaboración de una teoría psicoanalítica, pues la aproximación teórica de Freud fue fundamentalmente con casos de neurosis, la de Klein con niños, la de Kohut con personalidades narcisistas, y la de Matte Blanco con esquizofrénicos. Según este autor, el pensamiento humano funciona con o desde dos tipos de lógica, una de las cuales sería la clásica (también llamada aristotélica), predominante en el pensamiento conciente, y la otra la llamada por él “antilógica” del inconciente (a partir de Freud y de su propio estudio del pensamiento esquizofrénico), que estaría regida por dos principios básicos: la generalización y la simetrización. Ambas lógicas, la conciente y la inconciente, funcionarían inextricablemente unidas, si bien con proporciones diferentes en cada caso, tanto en la vida psíquica normal como patológica, por lo que MB llama a esto la “bi-lógica” del pensamiento humano. La visión científica del mundo es un producto más del pensamiento, y por tanto un producto también bi-lógico. Si observamos la manera de hacer ciencia en los siglos XIX y XX, resulta indudable que se produjo un fuerte predominio de la lógica clásica (especialmente notable en la utilización de las matemáticas y en el predominio del sacrosanto principio de no-contradicción) por sobre la lógica “homogenizadora” o simetrizadora que resulta bien visible en las “formaciones del inconciente” descritas por Freud: los sueños, los síntomas neuróticos, los actos fallidos, el arte, etc., pero que también ocurre en la teorización científica, como veremos luego.

Ofrezco excusas al lector por no profundizar más en esta teoría, pero ello rebasaría el propósito de este libro. Tan solo ilustraré un aspecto de la teoría de MB que ayude a comprenderla mejor, y comparándola siempre con la teoría de Freud. Tomemos el ejemplo bien conocido de los mecanismos básicos del inconciente freudiano: el desplazamiento y la condensación. Estos son conceptos derivados de (o apoyados en) la teoría físico-energética del aparato psíquico, metáfora ideada por Freud para explicar el funcionamiento de la mente. El desplazamiento y la condensación (descritos primeramente en la producción de los sueños, además de los síntomas neuróticos, los actos fallidos y los chistes), son conceptos que han sido fundamentales en la teoría psicoanalítica; es evidente que fueron tomados de la físico-química, e implican, conceptualmente, un movimiento. Matte Blanco, al abordar el mismo tema, concibe otra manera de explicar el funcionamiento del inconciente, derivado de su concepto de simetría, que según él prevalece en el inconciente (así como la asimetría en la conciencia). Lo que Freud concibe como un desplazamiento (de un lugar a otro, de un estado a otro, de un tiempo a otro), MB lo concibe como una “simetrización” inconciente[1], apoyándose para ello en la Teoría de Conjuntos: si, por el hecho de pertenecer al mismo Conjunto simétrico, consideramos a A  equivalente a B, éste último término puede representar al primero, y viceversa. En el caso de que A representara, digamos, al sujeto, y B a un objeto (siendo ambos equivalentes  en el inconciente por pertenecer el mismo conjunto), si alguno de los dos términos simétricos es negado por el sujeto, obtenemos una “proyección” o una “introyección”, según sea el caso: si digo que lo mío no es mío sino tuyo (esto es, una negación de lo subjetivo), tenemos una proyección; si digo que lo tuyo no es tuyo sino mío (negación de lo objetivo), tenemos una introyección. La mayoría de los autores post-freudianos han seguido usando los conceptos de Freud tal como fueron formulados, y ellos se siguen utilizando hoy, aunque por otro lado la base metafórica físico-energética (el vehículo para comprender el tópico) ya no sea utilizada abiertamente por ningún autor. Pero la fuerza de las metáforas freudianas, amén de la tradición, es grande, y los vehículos alternativos no han calado aún demasiado. Una de los propósitos de este libro es, precisamente, intentar un acercamiento a otras concepciones metafóricas de la teoría psicoanalítica que tengan mayor vigencia en la actualidad y que deberán sustituir aquellas metáforas primeras.

El ejemplo de Matte Blanco lo he traído a colación porque representa un paradigma tan diferente al de Freud, sin duda más abarcativo y explicativo, y cuya  aceptación trae consecuencias teóricas y prácticas importantes, y hasta tajantes, en los planteamientos teóricos clásicos. Así como la teoría de la relatividad de Einstein cambió la visión newtoniana del universo, así la teoría de MB, de ser aceptada universalmente, cambiaría la visión psicoanalítica del hombre. Quizás sea por eso mismo que tal paradigma no ha sido muy divulgado, ni tomado demasiado en cuenta por una parte mayoritaria de la comunidad psicoanalítica. Lo menciono tan solo a manera de ejemplo, pues hoy en día tenemos una variedad de abordajes metafóricos diferentes al de Freud. Otro ejemplo podría ser el de Cornelius Castoriadis, un psicoanalista francés que, además, era filósofo, economista, y sociólogo. Su teoría, tampoco muy difundida en la comunidad psicoanalítica, parte preferentemente de los factores sociológicos e históricos del ser humano, y en la que llama la creatividad “radical” de este; y filosóficamente se coloca sin reservas en una postura constructivista y relativista. La Física, la Lógica, la Sociología y la Filosofía han ayudado en la construcción de teorías psicoanalíticas acerca de cómo funciona el pensamiento humano. Si bien tales materias son las que hasta ahora han sido utilizadas preferentemente, no son las únicas a las que se puede recurrir, y ello nos señala una característica del movimiento psicoanalítico actual, tan diferente de la hegemonía del modelo freudiano de la mente, básicamente newtoniano, predominante en el siglo pasado. Y también nos señala la complejidad que podemos encontrar en este tema.

La pluralidad del psicoanálisis de hoy
Ello explica la cantidad de posturas teórico-clínicas diferentes que encontramos hoy en el psicoanálisis, y que han dejado perplejo a más de un autor preocupado por la pérdida de la “unidad y homogeneidad” que una vez reinó en nuestra disciplina. Aunque, si hemos de ser fieles a la historia, tal supuesta homogeneidad no fue nada duradera, como demostraron los autores llamados “separatistas” –Adler, Rank, Jung, Reich- que desde muy temprano comenzaron a cuestionar la teoría freudiana, así como aquellos autores que, sin separarse del movimiento principal, comenzaron a postular teorías y prácticas originales - Ferenczi, Klein, Winnicott, y a partir de allí un largo etcétera. La diversidad actual de teorías[2] en psicoanálisis, sin embargo, ha alarmado a algunos, como R. Wallerstein, que en un muy conocido trabajo se pregunta si el psicoanálisis es “uno o muchos” (Wallerstein, R, 1988), tema sobre el que volvió posteriormente con otros trabajos, en un intento vano de profundizar en ello. Resumiendo su argumentación, la respuesta que este autor se da es que el psicoanálisis es en realidad uno solo, por la existencia de un “piso común” (common ground) en todas estas teorías diversas. Pero esto ha demostrado no ser tan cierto como deseaba Wallerstein.

La diferencia indudable entre las diversas teorías, él la reduce únicamente a las que llama “diferentes metáforas metapsicológicas” que emplea cada una, pero que en la clínica y en ciertos conceptos básicos iniciales del psicoanálisis todos los psicoanalistas estarían de acuerdo. Pero más allá de la aparente “homogeneidad lingüística” de muchas metáforas freudianas, a la que ya hemos aludido y que casi todos los psicoanalistas siguen empleando, amén de algunas premisas básicas como la existencia del inconciente dinámico o el uso de la asociación libre como técnica princeps, no es cierta la pretensión homogenizadora de Wallerstein. Lo cierto es que ha habido cambios radicales, más evidentes en algunas teorías que en otras, en la manera de concebir el psicoanálisis y su práctica. Lo apasionante de esto es que tales cambios se producen con mucha rapidez hoy en día, pues nada parece ya instituido con la solidez que antes se pretendía. Y es precisamente por eso que no hay ya “escuelas” como las que antes dominaban la escena psicoanalítica internacional (tales como la escuela “ortodoxa” centroeuropea, la kleiniana inglesa y sudamericana, el “grupo intermedio” inglés, la psicología del yo estadounidense o la escuela francesa).

 Resulta curioso que los dos autores que he mencionado en primer término (Matte-Blanco y Castoriadis) son mucho más conocidos (y aceptados como autores  importantes) en otras disciplinas diferentes del psicoanálisis, lo cual también debería ser motivo de reflexión. Una reflexión que sin duda pasará por la constatación de la resistencia a los cambios que signa el desarrollo del psicoanálisis como el de cualquier otra ciencia. Debo admitir, sin embargo, y pese a todas las consideraciones anteriores,  que del paradigma teórico freudiano todavía emana un poder que, a pesar de sus numerosas “anomalías” respecto del paradigma inicial (según la denominación de Kuhn), no ha dejado de influir sobre todas las teorías psicoanalíticas alternativas (y mucho más aun en la práctica clínica), además de sobre varias disciplinas diferentes pero conexas (sociología, antropología, etc.), por razones que seguramente se relacionan con la gran fuerza evocadora de aquellas primeras metáforas teóricas.

Los casos de Melanie Klein, Bion, Hartmann, Winnicott, Kohut y otros que en sus respectivas épocas llegaron a fundar escuelas geográficamente definidas, merecen un comentario aparte. La mayoría de estos autores no cuestiona abiertamente la teoría de Freud, sino que ponen énfasis en aspectos que aquella teoría no había considerado, o no había desarrollado suficientemente. Así, estos trabajos constituyen avances o progresos (en el sentido que da Kuhn a lo que llama “ciencia normal”, aludiendo al trabajo cotidiano de los científicos investigadores) en la teoría y en la práctica psicoanalítica, pero sin llegar a configurar un nuevo paradigma. Hay otros intentos que podríamos considerar más radicales, como el de Jung o Lacan (por tan solo mencionar las dos teorías disidentes que han sobrevivido hoy en día) que no han llevado a un nuevo paradigma sino a una escisión, para nada fructífera, de la comunidad científica psicoanalítica. Tales disidencias probablemente hayan sido, en su raíz, personalistas y transferenciales, denotando una actitud más o menos antifreudiana (a pesar de las vehementes protestas freudistas de Lacan).

Las teorías propuestas por los autores de las “escuelas” psicoanalíticas que predominaron en el siglo XX, y de las novedosas y diversas propuestas vigentes en el XXI, con todo y su apariencia radicalmente diferente, no presuponen una ruptura con el paradigma freudiano, como la de los disidentes, y figuran una “complejización” fructífera del paradigma teórico original, que en verdad no es atacado ni descartado, sino superado, al describirlo desde una óptica nueva. Compárese con lo ocurrido en la Física a partir de la Teoría de la relatividad de Einstein: su novedosa visión no canceló avances anteriores como la Teoría de la gravitación universal de Newton, sino que redimensionó ésta como un caso especial circunscrito al ámbito terrestre, y amplió de manera prodigiosa nuestra comprensión del Universo. Considero que esta es la vía que nos podría llevar a un avance del psicoanálisis como ciencia del hombre.

Y así como Freud se sirvió de ciencias tan lejanas del psicoanálisis como la física o la química para la construcción de su teoría, (esto es, tomó prestados conceptos metafóricos “convencionales” de otras ciencias, convirtiéndolos en metáforas creativas al aplicarlos a la nueva disciplina) así podemos y debemos hacer nosotros, los analistas de hoy, tomando “prestados” conceptos de otras ciencias para la construcción de nuevos paradigmas teóricos. Si lo meditamos un poco, nos daremos cuenta de que esta idea de utilizar conceptos prestados de otras disciplinas científicas no tiene nada de nuevo ni de extraño, pues no es de otra forma como se han alcanzado siempre los nuevos paradigmas en cualquier ciencia (Johansson, F., 2004, Murray, D., 2009). Hoy  podemos calificar a tales nuevos paradigmas de “nuevas metáforas científicas”, y aceptar que las diversas disciplinas humanas se pueden “fertilizar” mutuamente (valga la metáfora) en esa forma, evitando el “encajonamiento”, el aislamiento mutuo que solía caracterizarlas en el pasado.



[1] Véase la diferencia en las respectivas metáforas creativas que sustentan estas teorías, la freudiana apoyada en la física newtoniana y la matteblanquiana en la lógica y la Teoría de Conjuntos.
[2] Hoy ya no hablamos de “escuelas psicoanalíticas” geográficamente definidas, pero todos estos nuevos enfoques tienen seguidores más o menos numerosos en todo el mundo.

jueves, 15 de octubre de 2015

Relación del psicoanálisis con las otras ciencias

 Nota: Lo que sigue es parte de un capítulo de un libro mío de próxima publicación. En subsiguientes entregas continuaré con este y otros capítulos 

                                                “El plan de estudios para el analista está todavía por crearse; debe abarcar tanto temas de ciencias del espíritu –psicológicos, de historia de la cultura, sociológicos- como anatómicos, biológicos y de historia evolutiva”
                                                  (Sigmund Freud: Epílogo a ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, 1927)                                                  

            El trabajo del cual fue tomada la cita anterior apunta a una visión futura del psicoanálisis donde éste no sea una “rama”[1] de la medicina, de la psicología o de ninguna otra disciplina, sino una nueva y aparte por derecho propio, pero que se nutra de aquellas y de muchas otras ciencias básicas y aplicadas. Esa situación prevista por Freud dista de ser así hoy en día, no tan solo porque en el pensum de la formación analítica no se contemplan aquellas materias, sino que para ser psicoanalista todavía se debe ser médico o psicólogo[2] antes, pues el psicoanálisis no se estudia en la Universidad como una carrera, y la formación como psicoanalista sigue siendo una especie de post-grado que tampoco se estudia en la Universidad. Razones prácticas e históricas[3] lo han fijado así, y aunque ya existen muchos cursos teóricos universitarios sobre psicoanálisis, la formación analítica propiamente dicha –que incluye seminarios exhaustivos, supervisiones prolongadas de casos, y el imprescindible análisis personal-  se sigue impartiendo en los Institutos de enseñanza de las Asociaciones psicoanalíticas, y quizás falte mucho para que esto cambie. Pero aquel plan de estudios que visionaba Freud para el futuro no es, como pudiera creerse, un simple asunto de “cultura general” que sería más o menos deseable para el candidato adquirir en sus estudios, sino que el psicoanálisis, como disciplina, tiene que ver indisociablemente con aquellas materias que menciona Freud, y con otras.

            Aclararé lo que quiero decir con esto. La realidad que la ciencia (cualquiera de ellas, incluido el psicoanálisis) se propone comprender, no es simple sino compleja, y no es simplificándola más en una teoría psicológica o biológica, física, antropológica, sociológica o psicoanalítica, como vamos a alcanzarla, sino reconociendo aquella complejidad y entendiendo que todas estas disciplinas, y otras, constituyen quizás diferentes puntos de vista de una realidad única. Esta realidad que intentamos comprender (el “objeto” a estudiar), que en nuestro caso específico podríamos llamar “el hombre” (denominación tan amplia que obliga a incluir, como se ve, a muchas disciplinas), requiere de un abordaje multidimensional y no disgregador. Este tipo de abordaje, en nuestra época, ha recibido el nombre de “complejo”.

El pensamiento complejo
            La palabra complejidad, de cierta actualidad en muchas descripciones científicas de hoy, no resulta fácil de abordar a los no iniciados (entre los que me incluyo). En primer término, porque evoca ideas de complicación, oscuridad y desorden, tan diferentes de lo que por muchos años ha sido un ideal científico de sencillez y claridad, de leyes simples gracias a las cuales se podría comprender el aparente desorden y opacidad de la naturaleza. En segundo lugar, porque proviene de dos áreas de conocimiento que, en principio, no parecen conectadas entre sí, a pesar de denominarse con la misma palabra. Me refiero, por un lado, a las ciencias físicas y naturales en general, donde la noción de sistemas complejos se encuentra, como digo, en boga, y por el otro a la postulación filosófica de Edgar Morin, quien, incorporando en el conocimiento al sujeto que conoce, y no tan solo al objeto, como solíamos hacer hasta hace muy poco, propone un “pensamiento complejo” como única forma válida hoy en día de abordar científicamente, tanto los fenómenos naturales como los sociales, y que sería la única posibilidad de comprensión científica de lo subjetivo (como opuesto a lo objetivo). Esta última calificación puede resultarnos extraña, pues un ideal científico muy arraigado en el siglo XX solía ser la objetividad, es decir, lo subjetivo debía evitarse como una peste, para poder comprender “objetivamente”[4]. Pero finalmente la ciencia ha admitido plenamente que la observación del objeto es inconcebible sin un sujeto observador, que inevitablemente interactúa con aquel, por lo que no podemos prescindir de él cuando describimos los fenómenos observados.

            Pero tanto el enfoque de las ciencias naturales como el de Morin aluden a lo multidimensional con que nos encontramos cuando pretendemos comprender algo del mundo, aunque ciertamente convendría definir mejor a cada uno de estos enfoques, puesto que han surgido en campos diferentes. Los sistemas complejos, tal como se entienden en las ciencias llamadas “duras”, se refieren a sistemas compuestos de varios aspectos que interactúan entre sí en formas que permanecen inabarcables o incluso ocultas a nuestra comprensión, provocando efectos imposibles de explicar por el estudio parcial de esos aspectos. El ejemplo más divulgado de sistema complejo es el famoso “efecto mariposa”, por lo general descrito en relación al clima terrestre, pero que se puede aplicar a muchas situaciones físicas, químicas, biológicas, etc. En el psicoanálisis, las nuevas concepciones intersubjetivas (Stolorow, R.D., 1997) han utilizado una metáfora donde se considera a la díada analista-paciente (y asimismo a la interacción niño-padres durante el desarrollo) como un sistema complejo, también llamado dinámico o no-lineal, con todas las consecuencias que se derivan de ello: la interacción de los dos miembros de la díada  es puesta en el primer lugar para explicar los cambios ocurridos en el sistema, que sin embargo no son predecibles partiendo de los dos participantes, puesto que constituyen un sistema complejo, imposible de predecir a partir de sus elementos constitutivos. No profundizaré ahora, sin embargo, en esta concepción, puesto que la retomaremos en el capítulo 8, cuando hablemos de la teoría intersubjetiva.

            Las propuestas de Morin, según propia confesión, tienen como fuente de inspiración los progresos a los que acabamos de aludir con los sistemas complejos, pero además la Cibernética, la Teoría de la Información y la Teoría de Sistemas. Pero él, filósofo como era, amplía la idea de complejidad a todas las ciencias, incluidas las llamadas “del hombre” (psicología, sociología, antropología, economía, etc.), llegando incluso a plantear o sugerir el ideal de una “ciencia única”, que intentaría abarcar todas las dimensiones posibles (sabiendo que ello es un ideal imposible), hoy en día disgregadas en las diferentes disciplinas científicas. Es para lograrlo que propone la necesidad de un pensamiento complejo. Tal pensamiento estaría “animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento” (E. Morin, 1990). Esta idea de incompletud inevitable abarca también los conceptos de incertidumbre y ambigüedad, postulados en la física cuántica con los trabajos de Heisenberg y otros, pero que encontraremos también en otros terrenos, incluso tan alejados de la física como la filosofía o el psicoanálisis.

            Dice Morin que todo conocimiento opera mediante la selección de datos significativos y el rechazo de los no significativos. Tal selección –cuáles son considerados significativos y cuáles no- se realiza en base a un paradigma teórico preexistente. Como ejemplo clásico en la historia de la ciencia, él contrasta la visión geocéntrica de Ptolomeo con la heliocéntrica de Copérnico, donde los datos inexplicables –y por ello rechazados como no significativos- en la primera teoría, son elevados a la categoría de significativos en la segunda. Por supuesto que, según predomine uno u otro paradigma, las consecuencias prácticas serán importantes y divergentes. Otro ejemplo concreto, y muy ilustrativo, lo encontramos en la observación telescópica de la luna que, en 1609, realizaban Galileo y Thomas Harriot, cada uno por su lado (Holton, G. 1998): mientras el primero, basado en un paradigma copernicano (en el cual todos los cuerpos celestes debían ser similares a la tierra), veía montañas y cráteres en la luna, Harriot, basado en la doctrina de Ptolomeo (en la que los cuerpos celestes, a diferencia de la tierra, debían ser lisos), y utilizando el mismo instrumento que Galileo, no los veía. Cuando Harriot leyó el libro de Galileo y, entusiasmado por sus descubrimientos, se decidió a cambiar de paradigma, entonces sí los vio, e incluso con más profusión que Galileo. He destacado las frases anteriores para resaltar la importancia del observador, siempre (e inevitablemente) provisto de un paradigma teórico preexistente a su observación, y su influencia sobre la interpretación de los fenómenos. En la misma forma, la comprensión de la fuerza gravitacional será distinta vista desde el paradigma newtoniano que desde el einsteniano, y así podríamos multiplicar los ejemplos.



[1] Nótese, tan solo como otro ejemplo de lo mencionado en el capítulo anterior, la metáfora utilizada aquí, donde los árboles, una parte de ellos, son el vehículo del tópico que interesa.
[2] Aunque hay notables excepciones en la historia del psicoanálisis (algunas universitarias, pero otras no, incluyendo clérigos y amas de casa, etc.), y aun hoy en día.
[3] En la práctica, tan solo los médicos y psicólogos tienen licencia legal para ver pacientes,  y si en sus comienzos la formación analítica fue estrictamente privada, por razones que ya hoy no tienen razón de ser, así ha continuado siendo, no obstante, hasta nuestros días.
[4] Ideal que, lamentablemente, impregnó también a las ciencias del hombre, llevando a la psicología, por ejemplo, a aberraciones como los “laboratorios de conducta”, donde en vez de hombres había ratas sometidas a experimentación “psicológica”. El salto lógico ulterior fue ver y tratar a los hombres como ratas, obviando todo lo que hay de más “humano” en aquellos. 

martes, 13 de octubre de 2015

Una brevísima ojeada al psicoanálisis que se practica hoy (2)

Continuemos con la ojeada a las teorías que los psicoanalistas siguen y practican hoy, y que habíamos comenzado en la entrada anterior con la mención de los llamados "disidentes", de los que hoy subsisten únicamente los junguianos y los lacanianos. En el psicoanálisis que se sigue agrupando en la IPA (International Psichoanalytical Association) conviven, como también lo mencioné, varias teorías y maneras diversas de trabajar, que a mi entender reflejan una disciplina científica muy vital y progresista, a diferencia de los disidentes, que se basan en el pensamiento de su iniciador y con ello tienden a quedar estancados en ideas surgidas en otra época, por muy interesantes que ellas hayan sido.

Hoy en día es necesario desconfiar de la "homogeneidad" teórica de una disciplina, incluyendo las ciencias llamadas duras, que si bien fue un ideal en la época modernista, en nuestra postmodernidad ha dejado de serlo, y las contradicciones que se observan entre los diferentes enfoques que van surgiendo no descalifican la pertinencia ni traban el progreso de la disciplina en cuestión, sino mas bien al contrario. El enfoque histórico es indisociable hoy del estudio epistemológico en cualquier disciplina, científica o no, y tan solo el tiempo va decantando las teorías aceptadas, las modificaciones a las mismas, y las que son descartadas.

En el psicoanálisis, digamos, "oficial" actual, si bien la época de las "escuelas" (ortodoxa, kleiniana, psicología del yo, etc.), que glorificaba al autor creador de la escuela y rigidizaba así la manera de comprender y de trabajar del analista, ya dejó de ser, ello no implica que aquellos autores hayan sido descartados hoy (incluyendo al iniciador de todo, S. Freud) Lo que ha ocurrido es que aquellas teorías se han ido modificando, algunos aspectos de las mismas han dejado de tomarse en cuenta por inaceptables hoy en día, y junto a ellas han ido surgiendo otros enfoques novedosos, cuya pertinencia tan solo el tiempo irá modelando. 

Todo ello configura un panorama del psicoanálisis actual algo abigarrado y en apariencia confuso, pero cuyas divergencias no se estorban demasiado unas a otras, sino que conviven y continúan modificándose, en alguna medida gracias a su influencia mutua pero también por la influencia de otras disciplinas ajenas al psicoanálisis, como la antropología, la sociología, las neurociencias o la física moderna. La obra de Freud sigue siendo considerada fuente de insights y metáforas valiosas, algunas de las cuales continúan teniendo vigencia. Sin embargo, habiendo sido concebidas en la época modernista, muy influidas por el racionalismo de Descartes y el positivismo de A. Comte, muchas de ellas han perdido vigencia en la misma medida que tales posturas filosóficas.

Melanie Klein fue quizás la primera autora que se atrevió a sugerir un sistema teórico diferente al clásico de Freud, si bien aceptó (y hasta exageró) algunos de sus postulados más fundamentales, como la teoría pulsional. Pero pese al impacto que causó entre los psicoanalistas de su época, hoy su teoría también se ha desgastado en la medida que han surgido autores que, aunque formados en su "escuela", comenzaron a generar teorías algo distintas. Son los llamados "neokleinianos", de los cuales el más conocido hoy en dia es tal vez Wilfred Bion. La antiguamente llamada "escuela francesa" ha estado muy influida por el pensamiento de Lacan, pese a no aceptar todos sus postulados, pero también han surgido en Francia autores muy originales y respetados (André Green, J. Ghasseget-Smirgel, Cornelius Castoriadis, etc.) ajenos a esta influencia.

En Latinoamérica, que antaño estuvo muy influida por la escuela kleiniana (a excepción de Mexico), han surgido también autores muy originales y autónomos, como los Baranger y su teoría del "campo psicoanalítico" o, más recientemente, los autores de la teoría llamada "vincular" en Argentina. El hecho de que el propio J. Lacan viniera a Caracas a fundar su escuela en America Latina ha contribuido a difundir sus enseñanzas, no tan solo en sus propias escuelas (presentes hoy en la mayoría de paises latinoamericanos), sino también en algunas instituciones pertenecientes a la IPA, algunos de cuyos miembros han adoptado ciertas ideas lacanianas. Pero los autores más influyentes hoy en Latinoamérica son, sin duda, Bion (sobre todo en Brasil y Venezuela), Winnicott, Kohut y, muy recientemente, los autores estadounidenses de las teorías relacional e intersubjetiva, especialmente en Mexico.

Estas teorías mencionadas en último término surgieron en los EEUU a finales del siglo XX, y han prosperado con bastante fuerza en ese pais y en algunos de Europa (sobre todo España) Definitivamente son las teorías que mayor grado de rompimiento explícito han tenido con la teoría pulsional freudiana, y con la técnica tradicional, basada en los primeros "consejos" (Freud, S., 1912: Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico) del iniciador. Puesto que creo que es en este enfoque que se halla el futuro del psicoanálisis, a él dedicaré más adelante un artículo más detallado. Ofrezco excusas al lector interesado, por lo fugaz de esta revisión, en realidad una simple enumeración (y para nada completa) de las principales teorías vigentes hoy en día. Intentaré en el futuro, y en la medida de mis posibilidades, reparar esta carencia.

martes, 6 de octubre de 2015

Una brevísima ojeada al psicoanálisis que se practica hoy

Una brevísima ojeada al psicoanálisis que se practica hoy



De la lectura de los artículos precedentes, tal vez algunos lectores hayan sacado la conclusión de que el psicoanálisis de hoy va en camino de homogeneizarse, luego del período histórico de las diversas escuelas rivales, ya desaparecido. Algunos autores (como Wallerstein) han intentado con denuedo demostrar que así es, pese a la evidencia que muestra un panorama abigarrado de teorías y prácticas diversas en el mundo. Nada más lejos de ese ideal de homogeneidad en el psicoanálisis actual. Tampoco es verdad que las teorías relacional e intersubjetiva sean dominantes en el mundo psicoanalítico, como también algunos pudieran haber deducido de mi artículo anterior (pese a lo que yo pudiera desear en este momento de mi evolución).

Tal realidad heterogénea y abigarrada podrá alarmar a algunos, pero en verdad no hay motivo alguno de alarma, pues la diversidad de enfoques es, precisamente, una de las características de nuestra época postmoderna (incluso en las ciencias "duras"), y esas diferencias de enfoque enriquecen a la larga el cuerpo teórico y clínico de esta disciplina científica; también favorecen la práctica de esta profesión, pues todos los analistas tienen fácil acceso a ellas y contribuyen a conformar su práctica personal con aquellas teorías que más sintonizan con su forma de ser (y con la cada paciente, pues hay pacientes más "kleinianos", "kohutianos", "winicotianos", o "ninguno de los anteriores", etc.) Pues, como también he señalado, el analista mismo, como persona, es parte esencial de la interacción con el paciente, y no debe conformar su práctica según los cánones de tal o cual autor (como se hacía antes), sino comprender el pensamiento de la mayor cantidad de autores para decidir a la postre lo que Fernando Rísquez llamaba la "ecuación personal" del terapeuta. Esto significa que el analista debe ser auténtico: es decir, él mismo, para que la interacción con el paciente resulte productiva, esto es, creativa. Y como nadie puede trabajar sin una teoría previa (el paciente tampoco, aunque no conozca las fuentes de su teoría), el analista se enriquece conociendo la mayor cantidad de ellas, pues ellas contribuyen a construir su "ecuación personal". Y no me refiero tan solo a las teorías psicoanalíticas, dicho sea de paso. A esto último dedicaremos alguna atención en futuras entregas.

Volviendo al panorama de la práctica psicoanalítica hoy, comenzaré por mencionar a las llamadas escuelas disidentes, surgidas originalmente del psicoanálisis "oficial" pero separadas tajántemente de él por divergencias excesivas con este. Históricamente han sido varias (Adler, Jung, Rank, Lacan...), pero hoy tan solo sobreviven los junguianos y los lacanianos. El hecho de que se tengan que poner el apellido del autor iniciador para identificarse a sí mismas ya nos indica que se trata de teorías algo petrificadas alrededor de ideas surgidas en otro momento histórico, y que quizás ya no deberían tener tanta vigencia hoy. Creo que hay algo de religioso en esta "deificación" de un autor, por más interesantes que hayan sido sus teorías, pues por su mismo aislamiento (y por la deificación mencionada) han impedido que sus ideas fueran confrontadas con otras dentro de sus propias filas. Esto sí ocurrió dentro del psicoanálisis "oficial", que hace tiempo que no se llama a si mismo "freudiano", y las teorías de su fundador se han visto sometidas a intenso debate y confrontación dentro de su mismo seno (esto es, la Asociación Psicoanalítica Internacional, fundada por el mismo Freud y sus primeros discípulos) Esto no quiere decir que este psicoanálisis haya estado completamente a salvo de aquella deificación de Freud, que sí la ha habido, y todavía subsiste, por razones comprensibles dada su indudable genialidad y la "voluntad de poder" (Shopenhauer) que aun emana de su figura. A mi entender ello ha retrasado el avance de esta disciplina, pero de todos modos el desgaste natural de las primitivas ideas freudianas es indudable hoy en día, y ya no hay nada que podamos llamar "psicoanálisis freudiano" ni "ortodoxo".

Pero en vista de la extensión que ameritará esta revisión, así sea somera, dejaremos su continuación para la próxima entrega.