jueves, 15 de octubre de 2015

Relación del psicoanálisis con las otras ciencias

 Nota: Lo que sigue es parte de un capítulo de un libro mío de próxima publicación. En subsiguientes entregas continuaré con este y otros capítulos 

                                                “El plan de estudios para el analista está todavía por crearse; debe abarcar tanto temas de ciencias del espíritu –psicológicos, de historia de la cultura, sociológicos- como anatómicos, biológicos y de historia evolutiva”
                                                  (Sigmund Freud: Epílogo a ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, 1927)                                                  

            El trabajo del cual fue tomada la cita anterior apunta a una visión futura del psicoanálisis donde éste no sea una “rama”[1] de la medicina, de la psicología o de ninguna otra disciplina, sino una nueva y aparte por derecho propio, pero que se nutra de aquellas y de muchas otras ciencias básicas y aplicadas. Esa situación prevista por Freud dista de ser así hoy en día, no tan solo porque en el pensum de la formación analítica no se contemplan aquellas materias, sino que para ser psicoanalista todavía se debe ser médico o psicólogo[2] antes, pues el psicoanálisis no se estudia en la Universidad como una carrera, y la formación como psicoanalista sigue siendo una especie de post-grado que tampoco se estudia en la Universidad. Razones prácticas e históricas[3] lo han fijado así, y aunque ya existen muchos cursos teóricos universitarios sobre psicoanálisis, la formación analítica propiamente dicha –que incluye seminarios exhaustivos, supervisiones prolongadas de casos, y el imprescindible análisis personal-  se sigue impartiendo en los Institutos de enseñanza de las Asociaciones psicoanalíticas, y quizás falte mucho para que esto cambie. Pero aquel plan de estudios que visionaba Freud para el futuro no es, como pudiera creerse, un simple asunto de “cultura general” que sería más o menos deseable para el candidato adquirir en sus estudios, sino que el psicoanálisis, como disciplina, tiene que ver indisociablemente con aquellas materias que menciona Freud, y con otras.

            Aclararé lo que quiero decir con esto. La realidad que la ciencia (cualquiera de ellas, incluido el psicoanálisis) se propone comprender, no es simple sino compleja, y no es simplificándola más en una teoría psicológica o biológica, física, antropológica, sociológica o psicoanalítica, como vamos a alcanzarla, sino reconociendo aquella complejidad y entendiendo que todas estas disciplinas, y otras, constituyen quizás diferentes puntos de vista de una realidad única. Esta realidad que intentamos comprender (el “objeto” a estudiar), que en nuestro caso específico podríamos llamar “el hombre” (denominación tan amplia que obliga a incluir, como se ve, a muchas disciplinas), requiere de un abordaje multidimensional y no disgregador. Este tipo de abordaje, en nuestra época, ha recibido el nombre de “complejo”.

El pensamiento complejo
            La palabra complejidad, de cierta actualidad en muchas descripciones científicas de hoy, no resulta fácil de abordar a los no iniciados (entre los que me incluyo). En primer término, porque evoca ideas de complicación, oscuridad y desorden, tan diferentes de lo que por muchos años ha sido un ideal científico de sencillez y claridad, de leyes simples gracias a las cuales se podría comprender el aparente desorden y opacidad de la naturaleza. En segundo lugar, porque proviene de dos áreas de conocimiento que, en principio, no parecen conectadas entre sí, a pesar de denominarse con la misma palabra. Me refiero, por un lado, a las ciencias físicas y naturales en general, donde la noción de sistemas complejos se encuentra, como digo, en boga, y por el otro a la postulación filosófica de Edgar Morin, quien, incorporando en el conocimiento al sujeto que conoce, y no tan solo al objeto, como solíamos hacer hasta hace muy poco, propone un “pensamiento complejo” como única forma válida hoy en día de abordar científicamente, tanto los fenómenos naturales como los sociales, y que sería la única posibilidad de comprensión científica de lo subjetivo (como opuesto a lo objetivo). Esta última calificación puede resultarnos extraña, pues un ideal científico muy arraigado en el siglo XX solía ser la objetividad, es decir, lo subjetivo debía evitarse como una peste, para poder comprender “objetivamente”[4]. Pero finalmente la ciencia ha admitido plenamente que la observación del objeto es inconcebible sin un sujeto observador, que inevitablemente interactúa con aquel, por lo que no podemos prescindir de él cuando describimos los fenómenos observados.

            Pero tanto el enfoque de las ciencias naturales como el de Morin aluden a lo multidimensional con que nos encontramos cuando pretendemos comprender algo del mundo, aunque ciertamente convendría definir mejor a cada uno de estos enfoques, puesto que han surgido en campos diferentes. Los sistemas complejos, tal como se entienden en las ciencias llamadas “duras”, se refieren a sistemas compuestos de varios aspectos que interactúan entre sí en formas que permanecen inabarcables o incluso ocultas a nuestra comprensión, provocando efectos imposibles de explicar por el estudio parcial de esos aspectos. El ejemplo más divulgado de sistema complejo es el famoso “efecto mariposa”, por lo general descrito en relación al clima terrestre, pero que se puede aplicar a muchas situaciones físicas, químicas, biológicas, etc. En el psicoanálisis, las nuevas concepciones intersubjetivas (Stolorow, R.D., 1997) han utilizado una metáfora donde se considera a la díada analista-paciente (y asimismo a la interacción niño-padres durante el desarrollo) como un sistema complejo, también llamado dinámico o no-lineal, con todas las consecuencias que se derivan de ello: la interacción de los dos miembros de la díada  es puesta en el primer lugar para explicar los cambios ocurridos en el sistema, que sin embargo no son predecibles partiendo de los dos participantes, puesto que constituyen un sistema complejo, imposible de predecir a partir de sus elementos constitutivos. No profundizaré ahora, sin embargo, en esta concepción, puesto que la retomaremos en el capítulo 8, cuando hablemos de la teoría intersubjetiva.

            Las propuestas de Morin, según propia confesión, tienen como fuente de inspiración los progresos a los que acabamos de aludir con los sistemas complejos, pero además la Cibernética, la Teoría de la Información y la Teoría de Sistemas. Pero él, filósofo como era, amplía la idea de complejidad a todas las ciencias, incluidas las llamadas “del hombre” (psicología, sociología, antropología, economía, etc.), llegando incluso a plantear o sugerir el ideal de una “ciencia única”, que intentaría abarcar todas las dimensiones posibles (sabiendo que ello es un ideal imposible), hoy en día disgregadas en las diferentes disciplinas científicas. Es para lograrlo que propone la necesidad de un pensamiento complejo. Tal pensamiento estaría “animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento” (E. Morin, 1990). Esta idea de incompletud inevitable abarca también los conceptos de incertidumbre y ambigüedad, postulados en la física cuántica con los trabajos de Heisenberg y otros, pero que encontraremos también en otros terrenos, incluso tan alejados de la física como la filosofía o el psicoanálisis.

            Dice Morin que todo conocimiento opera mediante la selección de datos significativos y el rechazo de los no significativos. Tal selección –cuáles son considerados significativos y cuáles no- se realiza en base a un paradigma teórico preexistente. Como ejemplo clásico en la historia de la ciencia, él contrasta la visión geocéntrica de Ptolomeo con la heliocéntrica de Copérnico, donde los datos inexplicables –y por ello rechazados como no significativos- en la primera teoría, son elevados a la categoría de significativos en la segunda. Por supuesto que, según predomine uno u otro paradigma, las consecuencias prácticas serán importantes y divergentes. Otro ejemplo concreto, y muy ilustrativo, lo encontramos en la observación telescópica de la luna que, en 1609, realizaban Galileo y Thomas Harriot, cada uno por su lado (Holton, G. 1998): mientras el primero, basado en un paradigma copernicano (en el cual todos los cuerpos celestes debían ser similares a la tierra), veía montañas y cráteres en la luna, Harriot, basado en la doctrina de Ptolomeo (en la que los cuerpos celestes, a diferencia de la tierra, debían ser lisos), y utilizando el mismo instrumento que Galileo, no los veía. Cuando Harriot leyó el libro de Galileo y, entusiasmado por sus descubrimientos, se decidió a cambiar de paradigma, entonces sí los vio, e incluso con más profusión que Galileo. He destacado las frases anteriores para resaltar la importancia del observador, siempre (e inevitablemente) provisto de un paradigma teórico preexistente a su observación, y su influencia sobre la interpretación de los fenómenos. En la misma forma, la comprensión de la fuerza gravitacional será distinta vista desde el paradigma newtoniano que desde el einsteniano, y así podríamos multiplicar los ejemplos.



[1] Nótese, tan solo como otro ejemplo de lo mencionado en el capítulo anterior, la metáfora utilizada aquí, donde los árboles, una parte de ellos, son el vehículo del tópico que interesa.
[2] Aunque hay notables excepciones en la historia del psicoanálisis (algunas universitarias, pero otras no, incluyendo clérigos y amas de casa, etc.), y aun hoy en día.
[3] En la práctica, tan solo los médicos y psicólogos tienen licencia legal para ver pacientes,  y si en sus comienzos la formación analítica fue estrictamente privada, por razones que ya hoy no tienen razón de ser, así ha continuado siendo, no obstante, hasta nuestros días.
[4] Ideal que, lamentablemente, impregnó también a las ciencias del hombre, llevando a la psicología, por ejemplo, a aberraciones como los “laboratorios de conducta”, donde en vez de hombres había ratas sometidas a experimentación “psicológica”. El salto lógico ulterior fue ver y tratar a los hombres como ratas, obviando todo lo que hay de más “humano” en aquellos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario