jueves, 29 de octubre de 2015

Las neurociencias y el psicoanálisis

      
Eric Kandel

Las “neurociencias”    

Cuando yo estudiaba Medicina en los años 60, las “neurociencias” no existían tal como se las concibe hoy, como una disciplina científica compuesta de varias otras (de allí el plural), pero que en verdad podemos concebir como una sola, y definirla como la ciencia del funcionamiento cerebral: una definición muy breve pero que abarca un campo muy amplio. Esta disciplina podría ser una aproximación a lo que Edgar Morin proponía que fuera la ciencia: única, transdisciplinaria y compleja. En los años 60 existían, sí, la neuroanatomía, la neurofisiología, una neuroquímica incipiente, y algunas otras especialidades aisladas que hoy se han ido integrando a lo que se llama “neurociencias” (el psicoanálisis, como veremos luego, se podría considerar una de ellas); pero en aquel entonces la idea de Morin, que nos parece más natural hoy, resultaba poco menos que impensable. Muchos descubrimientos tendrían que sobrevenir aun, pero sobre todo faltaba que entráramos de lleno en el espíritu postmoderno actual, para que esta disciplina se conformara en lo que hoy es la neurociencia. Como se ve, yo prefiero el singular, y así la seguiré denominando de aquí en adelante.

Esta posición tan especial de la neurociencia se debe a que el cerebro humano, amén de ser el órgano más complejo del organismo, es el que tiene que ver con nuestras funciones cognitivas, nuestra conducta, nuestras emociones, la memoria (y con ella nuestra historia, real o supuesta), la conciencia y el inconciente, la relación con otros seres humanos, la vida en sociedad, y muchas otras cosas. Es esta imbricación ineludible entre cerebro y mente la que justifica la estrecha relación de la neurociencia con la psicología, el psicoanálisis, la sociología, etc., pues el psiquismo humano, así como sus aspectos “culturales”, únicamente en el cerebro tienen su asiento. Hubo un tiempo en que el desconocimiento casi absoluto del funcionamiento del cerebro justificó el surgimiento de aquellas disciplinas humanísticas como ciencias independientes, pero hoy en día los abundantes descubrimientos en este particular y en otros como la genética, la física, la bioquímica, etc., hicieron imperativo cotejar los descubrimientos anteriores de aquellas ciencias con los de los neurocientíficos, en un intercambio de doble vía que va resultando fructífero. El psicoanálisis ha tenido un puesto destacado en este intercambio por la profundidad de sus insights propios. Freud, en una época tan lejana como 1895[1], tuvo un atisbo muy claro de la necesidad de esta colaboración, pero carecía por completo de los instrumentos necesarios para llevar a cabo su ambicioso proyecto de una “psicología neurológica”, de modo que, fracasado este, se dedicó de lleno a inaugurar y desarrollar una nueva ciencia que llamó psicoanálisis, más cercana a la psicología y la psicopatología, lo que le permitió avanzar con rapidez en su práctica clínica y en su teorización, pero en la que nunca dejó de lado por completo lo que podríamos llamar una neurociencia intuitiva. Algunas de sus intuiciones teóricas han sido comprobadas hoy, mientras otras se han descartado, pero no deja de llenarnos de admiración su clarividencia.

La neurociencia y el psicoanálisis
Echemos un vistazo rápido a aquellos descubrimientos de la neurociencia que tienen una íntima relación con el psicoanálisis (y viceversa, recordemos que esta es una vía de doble dirección). Comencemos por el desarrollo cerebral después del nacimiento. El cerebro, como ningún otro órgano, es inmaduro al nacer y requiere de un tiempo prolongado para madurar, y más aun, diríamos que la vida entera, para desarrollar todo su potencial. Ello no implica sumar neuronas, pues ya venimos con más de las que vamos a necesitar en la vida, sino sumar circuitos neuronales. Y los circuitos neuronales tan solo se desarrollan ejercitando las funciones correspondientes, sea ésta la visión, la motricidad o la relación con los demás seres humanos, por poner tres casos típicos e importantes. Si la vista no se ejercita, por ejemplo cuando existen cataratas congénitas que no son operadas a tiempo, a partir de cierto momento ya no se podrá recuperar la visión aunque ocurra la operación, y tendremos un sujeto ciego. Winnicott fue uno de los primeros en descubrir que si la relación con una madre “suficientemente buena” no ocurre en las primeras etapas de la vida, y en la que él llamaba fase transicional, los daños psíquicos sobre la socialización son irreversibles y tendremos, probablemente, un sociópata o un psicótico. Esta idea sobre la importancia de las relaciones tempranas con las figuras parentales ha prendido con mucha fuerza en el psicoanálisis teórico y clínico, y es hoy un pilar fundamental en la comprensión de la patología psíquica en todas las teorías psicoanalíticas en boga.

Desde el punto de vista neurológico esto se debe a que la capacidad del ser humano para “mentalizarse”, esto es, para entender que yo tengo una mente con emociones, deseos y pensamientos y que los demás también la tienen similar a la mía, depende de la existencia de las llamadas “neuronas en espejo”[2], que me capacitan para entender a los demás (así como a los demás para entenderme a mí) gracias a un mecanismo de feedback afectivo o “espejamiento”[3], en que el rol de los padres es tan importante como el del niño. La relación de esto con la teoría de Kohut sobre el surgimiento y fortalecimiento del self  gracias a la relación con los que este autor llama  “objetos del self” (por lo general representados por los padres) salta a la vista. Kohut descubrió que en aquellos pacientes llamados narcisistas la ausencia o insuficiencia de un “espejamiento narcisista” de los padres hacia el niño provoca grandes fallos en la conformación estructural de un narcisismo normal en este, con todas las consecuencias patológicas graves que de allí se derivan. Afortunadamente también descubrió que este proceso (en los pacientes narcisistas), puede ser reversible en el proceso psicoanalítico, en buena parte gracias a la empatía del terapeuta. La misma idea subyace al concepto de “reverie” de Bion, o el ya mencionado de “madre suficientemente uena” de Winnicott, o los estudios sobre la relación padres-bebé de los analistas relacionales e intersubjetivos, etc.

Los neurocientíficos han descubierto cosas muy interesantes para el psicoanálisis (y también este para la neurociencia, hay que decirlo) acerca de la memoria. Hasta bien avanzado el siglo XX solo se reconocía un tipo de memoria, la llamada evocativa, pero ahora se han descrito varios otros tipos que no tienen que ver con el recuerdo conciente. De gran interés para el psicoanálisis resultó el descubrimiento de una memoria no declarativa o implícita (por oposición a la memoria declarativa o explícita, referida a los recuerdos concientes), que tiene que ver con aquellas experiencias no procesadas concientemente, y por tanto con el llamado “inconciente no reprimido”. Por poner un ejemplo bastante banal en el área motora, cuando manejamos una bicicleta realizamos todos los movimientos necesarios para que la bicicleta permanezca en pie y continúe corriendo, pero no tenemos conciencia ninguna de tales movimientos. Se han descrito varios tipos de memoria implícita, aunque la de mayor interés para el psicoanálisis (y para la psicología cognitiva) es aquella a la que se ha dado el nombre de memoria de procedimiento, que tiene que ver con las pautas de relación interpersonal y las respuestas condicionadas. Para sorpresa de los neurocientíficos modernos, ya Freud había descubierto este tipo de memoria desde su análisis del caso Dora (Freud, 1905), a la que llamó transferencia. En la transferencia se repiten sentimientos, fantasías y conflictos vividos con personas de la infancia, en la “escena analítica” que se da aquí y ahora con el terapeuta, sin ninguna conciencia por parte del paciente de que esté ocurriendo una repetición. Esta memoria se deposita en zonas cerebrales diferentes de aquellas que tienen que ver con la represión y con el recuerdo explícito, pues estas zonas maduran más tarde y la memoria de procedimiento comienza mucho antes, en una época preverbal. Así, la llamada teoría de las relaciones objetales tempranas, y en general la importancia crucial que casi todos los teóricos posteriores a Freud le dan a la relación madre-bebé, recibe un refuerzo definitivo de la neurociencia.

 Eric Kandel, a quien se considera el padre de la moderna neurociencia, se muestra de acuerdo con la teoría psicoanalítica sobre la existencia de dos inconcientes: uno reprimido, base del llamado inconciente dinámico freudiano, y otro no reprimido, al que Kandel llamó “inconciente de procedimiento”. Así como ocurrió con el inconciente reprimido en los comienzos del psicoanálisis, este inconciente no reprimido está siendo objeto de estudio intenso hoy en día, tanto por parte de los psicoanalistas como de los neurocientíficos. Los estudios de Matte-Blanco sobre el inconciente, que ya hemos mencionado en varias ocasiones, se refieren básicamente a este inconciente no reprimido, pero los trabajos de los analistas relacionales actuales (que abordaremos en un capítulo posterior), o los de M. Mancia (2006) en Italia, son otros tantos ejemplos del interés que ha suscitado este tema hoy en día. Pero no podemos dejar de reconocer que es un tema de raigambre antigua en el psicoanálisis, como lo atestiguan los muy abundantes trabajos psicoanalíticos sobre la transferencia descubierta por Freud, el estudio del psiquismo temprano de la “teoría de las relaciones objetales”, los de Winnicott sobre la importancia de la relación madre-bebé para la salud mental posterior, los de Balint sobre la “falla básica”, de H. Kohut sobre el desarrollo del self, de J. Bowlby sobre el “attachment” o apego, y muchos otros.

Relacionado con este inconciente de procedimiento está el viejo dilema entre la repetición y la creación (Gisbert, A., 2004 y 2012), que ha sido objeto del interés, tanto del psicoanálisis desde Freud[4]  como de la neurociencia. Aquellas pautas relacionales de las que hablamos a propósito del inconciente no reprimido se organizan en “modelos implícitos” o “principios organizadores”, que tienden a repetirse en las más disímiles situaciones posteriores como estrategias heurísticas. Tales estrategias intentan resolver situaciones actuales con pautas del pasado[5], y la neurociencia nos ha ayudado a entender el por qué. La vieja intuición freudiana sobre el “principio del placer”, tan dejada de lado por los mismos psicoanalistas, resulta ahora corroborada por la neurociencia, pues al parecer es la liberación de dopamina en las células cerebrales, que provoca una sensación de placer (recompensa), la principal responsable de la fijación de aquellas pautas arcaicas. La dopamina está involucrada en la adicción a las drogas, de modo que podríamos definir a esta repetición del modelo implícito como una verdadera adicción. Afortunadamente, el ser humano también es creativo, lo que permite que durante el proceso analítico haya cambios, y es esto lo que justifica la existencia misma de la psicoterapia psicoanalítica, así como tantas otras cosas relacionadas con la creación (el arte, la ciencia, la “cultura”, etc.)

La plasticidad cerebral
                Pero también sobre la creación tiene algo que decir la neurociencia, pues resulta que el cerebro es “plástico”. Esto quiere decir que es capaz de registrar de manera duradera la información que le llega desde afuera o desde adentro; de modo que ella deja una huella en los circuitos neuronales, gracias a que se crean nuevas sinapsis, se refuerzan unas o se debilitan otras, dependiendo de su mayor o menor uso. Esto es, el cerebro no es estático sino siempre cambiante (desde la gestación hasta la muerte): como dice Joan Coderch (2010) de manera algo dramática, el cerebro de cada ser humano solo puede ser usado una vez, puesto que cada experiencia deja su huella en él y la próxima vez ya será un cerebro nuevo. La clave de esto está en los axones y en las sinapsis neuronales, y opera mediante los diferentes neurotransmisores que se desprenden hacia los receptores dendríticos cuando el axón presináptico es excitado. El tipo de información acogida y fijada en el cerebro depende del circuito escogido, el que a su vez depende de la neurona postsináptica escogida, que no será cualquiera sino una específica, formando así determinadas redes que constituyen el sustrato neurológico de nuestro psiquismo. Cuando unos determinados circuitos son usados reiterativamente, correspondiendo a una acción o pensamiento, se refuerzan y se fijan, haciendo de ese circuito el “preferido” cuando se va a tomar una decisión; pero las acciones y pensamientos novedosos siempre podrán crear nuevos circuitos, que se reforzarán o debilitarán dependiendo del uso que le demos.

 Esto, que parece tan sencillo al exponerlo, en realidad es mucho más complicado a nivel bioquímico molecular y eléctrico, pero no es mi interés profundizar en esto sino ofrecer un esbozo esquemático del funcionamiento cerebral. La idea que deseo trasmitir es que, puesto que el cerebro puede cambiar en forma “permanente”, nuestro psiquismo también lo puede hacer, o al revés. Y esto confirma, insisto, el que sea posible obtener cambios presumiblemente permanentes a través de la psicoterapia analítica. Sin embargo, los circuitos neuronales “antiguos” siempre pueden competir ventajosamente con los nuevos, pues se encuentran mejor fijados por años de utilización, y ello hace una vía más expedita ante determinadas situaciones (con un mínimo de energía y un máximo de rapidez). Es esto lo que explica que la terapia analítica deba necesariamente ser prolongada, para dar tiempo a que los nuevos circuitos se afiancen en lugar de los viejos.





[1] En ese año escribió la que llamó su “Proyecto de una Psicología para neurólogos”, que sin embargo nunca publicó. En este trabajo Freud, que venía de ser neuropatólogo y comenzaba a incursionar en la práctica médica como neurólogo, intenta aquí un ambicioso proyecto de psicología que reúna en una teoría coherente la teoría de la neurona recién descubierta, la patología clínica neurológica y la psicología normal. Como digo, nunca se atrevió a publicar este trabajo, tan alejado del espíritu científico de su época (¡y tan cercano al nuestro!), aunque varias de las teorías desarrolladas allí las utilizó luego en su teorización propiamente psicoanalítica.
[2] Ver más adelante
[3] Me baso para esta afirmación en los estudios de la neurociencia, pero también en los de los psicoanalistas Fonagy y col. (2004) sobre el complejo proceso de feedback afectivo entre padres y bebé en el proceso de mentalización y desarrollo del self, M. Klein y sus seguidores sobre los mecanismos de introyección y proyección del bebé en su interacción con la madre, los ya mencionados de Winnicott, los de Kohut, etc.
[4] Véanse, amén de la transferencia, los fundamentales conceptos freudianos de “compulsión de repetición”, las “fijaciones” en las etapas del desarrollo psicosexual –oral, anal, fálica-, la omnipresente resistencia del analizando, etc.
[5] Esto es en realidad una “táctica de supervivencia” del organismo, puesto que facilita la adaptación a las diversas situaciones con un mínimo de energía y un máximo de rapidez.

2 comentarios:

  1. Interesantes dos libros de Antonio Damasio. Uno ya añoso, "El error de Descartes" y "El cerebro creó al hombre", desdichada traducción (?) de "Self Comes to Mind".

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  2. Excelente entrada sobre un tema apasionante.

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