viernes, 16 de octubre de 2015

(Nota: Lo que sigue es una continuación del capítulo comenzado en la entrada anterior, parte de un libro de próxima edición)


Ignacio Matte Blanco
La complejidad y el psicoanálisis
Veamos ahora cómo podemos inscribir al psicoanálisis en este paradigma de la complejidad. Podríamos comenzar por la ya mencionada teoría bi-lógica de I. Matte Blanco (1975, 1988) y detenernos un poco más en ella. A diferencia del enfoque predominantemente físico-energético de Freud, MB se planteó comprender el funcionamiento mental desde el punto de vista de la Lógica, y a partir del estudio cuidadoso del pensamiento esquizofrénico, que es “antilógico” en esencia. Nótese, de paso, la importancia del punto de partida clínico para la elaboración de una teoría psicoanalítica, pues la aproximación teórica de Freud fue fundamentalmente con casos de neurosis, la de Klein con niños, la de Kohut con personalidades narcisistas, y la de Matte Blanco con esquizofrénicos. Según este autor, el pensamiento humano funciona con o desde dos tipos de lógica, una de las cuales sería la clásica (también llamada aristotélica), predominante en el pensamiento conciente, y la otra la llamada por él “antilógica” del inconciente (a partir de Freud y de su propio estudio del pensamiento esquizofrénico), que estaría regida por dos principios básicos: la generalización y la simetrización. Ambas lógicas, la conciente y la inconciente, funcionarían inextricablemente unidas, si bien con proporciones diferentes en cada caso, tanto en la vida psíquica normal como patológica, por lo que MB llama a esto la “bi-lógica” del pensamiento humano. La visión científica del mundo es un producto más del pensamiento, y por tanto un producto también bi-lógico. Si observamos la manera de hacer ciencia en los siglos XIX y XX, resulta indudable que se produjo un fuerte predominio de la lógica clásica (especialmente notable en la utilización de las matemáticas y en el predominio del sacrosanto principio de no-contradicción) por sobre la lógica “homogenizadora” o simetrizadora que resulta bien visible en las “formaciones del inconciente” descritas por Freud: los sueños, los síntomas neuróticos, los actos fallidos, el arte, etc., pero que también ocurre en la teorización científica, como veremos luego.

Ofrezco excusas al lector por no profundizar más en esta teoría, pero ello rebasaría el propósito de este libro. Tan solo ilustraré un aspecto de la teoría de MB que ayude a comprenderla mejor, y comparándola siempre con la teoría de Freud. Tomemos el ejemplo bien conocido de los mecanismos básicos del inconciente freudiano: el desplazamiento y la condensación. Estos son conceptos derivados de (o apoyados en) la teoría físico-energética del aparato psíquico, metáfora ideada por Freud para explicar el funcionamiento de la mente. El desplazamiento y la condensación (descritos primeramente en la producción de los sueños, además de los síntomas neuróticos, los actos fallidos y los chistes), son conceptos que han sido fundamentales en la teoría psicoanalítica; es evidente que fueron tomados de la físico-química, e implican, conceptualmente, un movimiento. Matte Blanco, al abordar el mismo tema, concibe otra manera de explicar el funcionamiento del inconciente, derivado de su concepto de simetría, que según él prevalece en el inconciente (así como la asimetría en la conciencia). Lo que Freud concibe como un desplazamiento (de un lugar a otro, de un estado a otro, de un tiempo a otro), MB lo concibe como una “simetrización” inconciente[1], apoyándose para ello en la Teoría de Conjuntos: si, por el hecho de pertenecer al mismo Conjunto simétrico, consideramos a A  equivalente a B, éste último término puede representar al primero, y viceversa. En el caso de que A representara, digamos, al sujeto, y B a un objeto (siendo ambos equivalentes  en el inconciente por pertenecer el mismo conjunto), si alguno de los dos términos simétricos es negado por el sujeto, obtenemos una “proyección” o una “introyección”, según sea el caso: si digo que lo mío no es mío sino tuyo (esto es, una negación de lo subjetivo), tenemos una proyección; si digo que lo tuyo no es tuyo sino mío (negación de lo objetivo), tenemos una introyección. La mayoría de los autores post-freudianos han seguido usando los conceptos de Freud tal como fueron formulados, y ellos se siguen utilizando hoy, aunque por otro lado la base metafórica físico-energética (el vehículo para comprender el tópico) ya no sea utilizada abiertamente por ningún autor. Pero la fuerza de las metáforas freudianas, amén de la tradición, es grande, y los vehículos alternativos no han calado aún demasiado. Una de los propósitos de este libro es, precisamente, intentar un acercamiento a otras concepciones metafóricas de la teoría psicoanalítica que tengan mayor vigencia en la actualidad y que deberán sustituir aquellas metáforas primeras.

El ejemplo de Matte Blanco lo he traído a colación porque representa un paradigma tan diferente al de Freud, sin duda más abarcativo y explicativo, y cuya  aceptación trae consecuencias teóricas y prácticas importantes, y hasta tajantes, en los planteamientos teóricos clásicos. Así como la teoría de la relatividad de Einstein cambió la visión newtoniana del universo, así la teoría de MB, de ser aceptada universalmente, cambiaría la visión psicoanalítica del hombre. Quizás sea por eso mismo que tal paradigma no ha sido muy divulgado, ni tomado demasiado en cuenta por una parte mayoritaria de la comunidad psicoanalítica. Lo menciono tan solo a manera de ejemplo, pues hoy en día tenemos una variedad de abordajes metafóricos diferentes al de Freud. Otro ejemplo podría ser el de Cornelius Castoriadis, un psicoanalista francés que, además, era filósofo, economista, y sociólogo. Su teoría, tampoco muy difundida en la comunidad psicoanalítica, parte preferentemente de los factores sociológicos e históricos del ser humano, y en la que llama la creatividad “radical” de este; y filosóficamente se coloca sin reservas en una postura constructivista y relativista. La Física, la Lógica, la Sociología y la Filosofía han ayudado en la construcción de teorías psicoanalíticas acerca de cómo funciona el pensamiento humano. Si bien tales materias son las que hasta ahora han sido utilizadas preferentemente, no son las únicas a las que se puede recurrir, y ello nos señala una característica del movimiento psicoanalítico actual, tan diferente de la hegemonía del modelo freudiano de la mente, básicamente newtoniano, predominante en el siglo pasado. Y también nos señala la complejidad que podemos encontrar en este tema.

La pluralidad del psicoanálisis de hoy
Ello explica la cantidad de posturas teórico-clínicas diferentes que encontramos hoy en el psicoanálisis, y que han dejado perplejo a más de un autor preocupado por la pérdida de la “unidad y homogeneidad” que una vez reinó en nuestra disciplina. Aunque, si hemos de ser fieles a la historia, tal supuesta homogeneidad no fue nada duradera, como demostraron los autores llamados “separatistas” –Adler, Rank, Jung, Reich- que desde muy temprano comenzaron a cuestionar la teoría freudiana, así como aquellos autores que, sin separarse del movimiento principal, comenzaron a postular teorías y prácticas originales - Ferenczi, Klein, Winnicott, y a partir de allí un largo etcétera. La diversidad actual de teorías[2] en psicoanálisis, sin embargo, ha alarmado a algunos, como R. Wallerstein, que en un muy conocido trabajo se pregunta si el psicoanálisis es “uno o muchos” (Wallerstein, R, 1988), tema sobre el que volvió posteriormente con otros trabajos, en un intento vano de profundizar en ello. Resumiendo su argumentación, la respuesta que este autor se da es que el psicoanálisis es en realidad uno solo, por la existencia de un “piso común” (common ground) en todas estas teorías diversas. Pero esto ha demostrado no ser tan cierto como deseaba Wallerstein.

La diferencia indudable entre las diversas teorías, él la reduce únicamente a las que llama “diferentes metáforas metapsicológicas” que emplea cada una, pero que en la clínica y en ciertos conceptos básicos iniciales del psicoanálisis todos los psicoanalistas estarían de acuerdo. Pero más allá de la aparente “homogeneidad lingüística” de muchas metáforas freudianas, a la que ya hemos aludido y que casi todos los psicoanalistas siguen empleando, amén de algunas premisas básicas como la existencia del inconciente dinámico o el uso de la asociación libre como técnica princeps, no es cierta la pretensión homogenizadora de Wallerstein. Lo cierto es que ha habido cambios radicales, más evidentes en algunas teorías que en otras, en la manera de concebir el psicoanálisis y su práctica. Lo apasionante de esto es que tales cambios se producen con mucha rapidez hoy en día, pues nada parece ya instituido con la solidez que antes se pretendía. Y es precisamente por eso que no hay ya “escuelas” como las que antes dominaban la escena psicoanalítica internacional (tales como la escuela “ortodoxa” centroeuropea, la kleiniana inglesa y sudamericana, el “grupo intermedio” inglés, la psicología del yo estadounidense o la escuela francesa).

 Resulta curioso que los dos autores que he mencionado en primer término (Matte-Blanco y Castoriadis) son mucho más conocidos (y aceptados como autores  importantes) en otras disciplinas diferentes del psicoanálisis, lo cual también debería ser motivo de reflexión. Una reflexión que sin duda pasará por la constatación de la resistencia a los cambios que signa el desarrollo del psicoanálisis como el de cualquier otra ciencia. Debo admitir, sin embargo, y pese a todas las consideraciones anteriores,  que del paradigma teórico freudiano todavía emana un poder que, a pesar de sus numerosas “anomalías” respecto del paradigma inicial (según la denominación de Kuhn), no ha dejado de influir sobre todas las teorías psicoanalíticas alternativas (y mucho más aun en la práctica clínica), además de sobre varias disciplinas diferentes pero conexas (sociología, antropología, etc.), por razones que seguramente se relacionan con la gran fuerza evocadora de aquellas primeras metáforas teóricas.

Los casos de Melanie Klein, Bion, Hartmann, Winnicott, Kohut y otros que en sus respectivas épocas llegaron a fundar escuelas geográficamente definidas, merecen un comentario aparte. La mayoría de estos autores no cuestiona abiertamente la teoría de Freud, sino que ponen énfasis en aspectos que aquella teoría no había considerado, o no había desarrollado suficientemente. Así, estos trabajos constituyen avances o progresos (en el sentido que da Kuhn a lo que llama “ciencia normal”, aludiendo al trabajo cotidiano de los científicos investigadores) en la teoría y en la práctica psicoanalítica, pero sin llegar a configurar un nuevo paradigma. Hay otros intentos que podríamos considerar más radicales, como el de Jung o Lacan (por tan solo mencionar las dos teorías disidentes que han sobrevivido hoy en día) que no han llevado a un nuevo paradigma sino a una escisión, para nada fructífera, de la comunidad científica psicoanalítica. Tales disidencias probablemente hayan sido, en su raíz, personalistas y transferenciales, denotando una actitud más o menos antifreudiana (a pesar de las vehementes protestas freudistas de Lacan).

Las teorías propuestas por los autores de las “escuelas” psicoanalíticas que predominaron en el siglo XX, y de las novedosas y diversas propuestas vigentes en el XXI, con todo y su apariencia radicalmente diferente, no presuponen una ruptura con el paradigma freudiano, como la de los disidentes, y figuran una “complejización” fructífera del paradigma teórico original, que en verdad no es atacado ni descartado, sino superado, al describirlo desde una óptica nueva. Compárese con lo ocurrido en la Física a partir de la Teoría de la relatividad de Einstein: su novedosa visión no canceló avances anteriores como la Teoría de la gravitación universal de Newton, sino que redimensionó ésta como un caso especial circunscrito al ámbito terrestre, y amplió de manera prodigiosa nuestra comprensión del Universo. Considero que esta es la vía que nos podría llevar a un avance del psicoanálisis como ciencia del hombre.

Y así como Freud se sirvió de ciencias tan lejanas del psicoanálisis como la física o la química para la construcción de su teoría, (esto es, tomó prestados conceptos metafóricos “convencionales” de otras ciencias, convirtiéndolos en metáforas creativas al aplicarlos a la nueva disciplina) así podemos y debemos hacer nosotros, los analistas de hoy, tomando “prestados” conceptos de otras ciencias para la construcción de nuevos paradigmas teóricos. Si lo meditamos un poco, nos daremos cuenta de que esta idea de utilizar conceptos prestados de otras disciplinas científicas no tiene nada de nuevo ni de extraño, pues no es de otra forma como se han alcanzado siempre los nuevos paradigmas en cualquier ciencia (Johansson, F., 2004, Murray, D., 2009). Hoy  podemos calificar a tales nuevos paradigmas de “nuevas metáforas científicas”, y aceptar que las diversas disciplinas humanas se pueden “fertilizar” mutuamente (valga la metáfora) en esa forma, evitando el “encajonamiento”, el aislamiento mutuo que solía caracterizarlas en el pasado.



[1] Véase la diferencia en las respectivas metáforas creativas que sustentan estas teorías, la freudiana apoyada en la física newtoniana y la matteblanquiana en la lógica y la Teoría de Conjuntos.
[2] Hoy ya no hablamos de “escuelas psicoanalíticas” geográficamente definidas, pero todos estos nuevos enfoques tienen seguidores más o menos numerosos en todo el mundo.

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