miércoles, 28 de septiembre de 2016

Las metáforas y el psicoanálisis



Nota: lo que sigue es parte de un libro de próxima publicación, y cuyo tema es la metáfora, el inconsciente y el psicoanálisis que se practica en la actualidad.


Las metáforas en el psicoanálisis

Las metáforas con que nos topamos en la terapia analítica las encontraremos fundamentalmente en las famosas asociaciones libres que le pedimos al paciente, pero también en las interpretaciones y otras intervenciones del analista. Freud decía que las asociaciones libres del paciente demostrarían ser no libres, pues estaban determinadas por el inconciente reprimido, por lo que al analista le bastaría con interpretar tales asociaciones (interpretaciones basadas, por supuesto, en la teoría postulada por él) para acceder con seguridad al estrato inconciente. Esto no pudo demostrarse fehacientemente en la práctica, pues al estar aquella afirmación basada en una teoría a la que faltaban aun muchas alteraciones, radicales muchas de ellas, es probable que requiriera de la buena voluntad transferencial de los pacientes   para su funcionamiento efectivo en las primeras curas realizadas por Freud (y que sin duda fueron exitosas).
Si consideramos a las metáforas científicas (teóricas o clínicas) como herramientas que pueden funcionar mejor o peor para nuestros fines prácticos o de conocimiento, entendemos que podemos cambiar la herramienta (esto es, la metáfora que empleamos en una teoría científica o en la vida corriente) por otra más adecuada, cuando aquella deje de servirnos. Freud mismo lo hizo varias veces a lo largo de su dilatada obra. Claro que las metáforas científicas muy creativas deberían entenderse como algo más que solo una herramienta, pues pueden en sí mismas contener todo un programa de investigación en el nuevo campo. Con todo, es importante tener claro que las metáforas no plasman ninguna verdad, sino que son tan solo instrumentos útiles en la búsqueda a tientas de esa verdad, y nos ayudan a aproximarnos a ella. Creo que todas las teorías, y las metáforas que subyacen a ellas, falsean inevitablemente y en alguna medida la verdad, desde que son un producto del intelecto humano intentando comprender o darle sentido a una realidad que siempre conservará algo de su misterio. Y con mayor razón cuando nos referimos al inconsciente psicoanalítico, del cual tan solo podemos tener noticias indirectas, a través de sus efectos.

Universalidad de la metáfora

Pese a los avances recientes en su comprensión, cuando se habla de metáfora en la vida corriente solemos inmediatamente pensar en el tropo lingüístico que utilizan los escritores y poetas, sin ir mucho más allá. Pero lo cierto es que las metáforas forman parte ineludible de nuestro lenguaje común y de nuestra cultura en general, como demostraron exhaustivamente George Lakoff y Mark Johnson en su fundamental obra “Metaphors we live by” (1980)[1]. En esa obra postulan que no se trata solamente de las metáforas que solemos emplear sabiendo que lo son, sino que muchas de las expresiones que utilizamos, y que no solemos considerar metáforas, derivan de estructuras metafóricas que funcionan en un segundo plano de la conciencia o, dicho a la manera freudiana, en forma preconsciente. Tales metáforas estructurales preconscientes determinan un sistema de pensamiento consciente más o menos coherente; coherencia que proviene, principalmente, de la metáfora que subyace. Por tan solo poner un ejemplo de los muchos que estudian en su obra los autores mencionados, de la metáfora “time is money” (en español sería “el tiempo es oro”) derivan las siguientes  concepciones corrientes que derivan de ella:
Estás perdiendo el tiempo, Esto te ahorrará tiempo, ¿Cómo gastas tu tiempo?, Este contratiempo me ha costado dos horas, He invertido mucho tiempo en ello, Vive de tiempo prestado, Te sobra mucho tiempo, Reserva algún tiempo para estudiar, No aprovechas tu tiempo,
… y muchas otras similares. Los autores estudian las metáforas estructurales orientacionales (relativas a la orientación espacial), ontológicas, de recipiente, de personificación, etc., cada una de las cuales se traduce en sistemas coherentes de pensamiento basados en aquella particular metáfora, que sin embargo no tenemos presente (conciente) cuando nos expresamos.
            La tesis de Lakoff y Johnson es que los conceptos metafóricos latentes estructuran nuestro pensamiento, gobiernan nuestra vida, lo que percibimos y nuestra relación con los demás: esto es, nuestra realidad cotidiana, que sería en buena parte una cuestión de estructuras metafóricas de las que no solemos  ser concientes. La esencia de la metáfora, como desde siempre fue definida, es entender una cosa o clase de cosas en términos de otra diferente, y esto permite comprender a la primera (el tópico) en términos de la segunda (el vehículo), lo que tiene la enorme virtud de permitirnos profundizar en nuestra comprensión de una realidad desconocida al colocarla en términos de otra conocida. Hay que decir también que una determinada metáfora, o estructura metafórica inconsciente, revela y profundiza un aspecto de la realidad mientras oculta otros[2], y una metáfora diferente destacará (y ocultará)  aspectos también diferentes, lo cual tiene consecuencias indudables sobre la forma en que percibimos la realidad, según aceptemos una u otra metáfora estructural (y aunque no estemos conscientes de ello) Un ejemplo revelador que ellos estudian en su libro es cómo cambia nuestra forma de afrontar y entender el amor (con las diferencias conductuales que se derivan de allí) si predomina la metáfora estructural “el amor es una fuerza física” (hay electricidad, o magnetismo, o gravitación, fuego, etc.), si predomina la metáfora “el amor es locura”, “el amor es magia”,  o “el amor es una obra de arte en colaboración”, etc.
 En nuestra cultura hay metáforas sancionadas y comunes en nuestro lenguaje, llamadas por ello convencionales, que serán diferentes en otras culturas, lo cual determina las diferencias en la comprensión del mundo que caracteriza a cada una. El ejemplo clásico es la diferencia entre la civilización occidental y la oriental, pero también habrá diferencias marcadas entre la cultura de un pueblo selvático, o nómada, y la de los citadinos en un país del primer mundo. Las metáforas convencionales empleadas por cada una de estas culturas serán diferentes debido a las experiencias contrastantes que enfrentan los habitantes de cada una de ellas en lo cotidiano.
Ahora bien, ¿por qué las metáforas son tan universales en nuestro pensamiento?  Según G. Corradi (1995) y los autores que venimos considerando (Lakoff y Johnson), son las interacciones tempranas, y nuestras primeras experiencias perceptivas (obviamente universales), las que evolucionan hasta culminar en nuestro pensamiento más abstracto. El esquema corporal, y las sensaciones asociadas a él, se conectarían con los procesos cognitivos a través de lo que Johnson llama “proyecciones metafóricas”, dando lugar a conceptos como “balance”, “fuerza”, “escala”, “ciclo”, etc. En realidad,  según Corradi, una vez adquirido el lenguaje habría un retorno a esos esquemas perceptivos tempranos, porque para explorar nuevos ámbitos cognitivos recurrimos a lo que nos es familiar, nuestros esquemas pre-conceptuales perceptivos, que serían el vehículo de nuestras primeras metáforas. Y es a esa modalidad “regrediente” que recurrimos posteriormente cuando creamos una metáfora: exploramos lo desconocido (el tópico) a través de algo ya familiar (el vehículo).

Las metáforas creativas

Estas últimas son las metáforas creativas, novedosas, capaces de dar nuevos significados a nuestra experiencia actual, a nuestro pasado y a lo que sabemos y creemos sobre nuestra vida. Estas metáforas son las que más nos interesan a los psicoanalistas, pues creo que es a partir de ellas que pueden ocurrir los cambios perseguidos en el proceso psicoanalítico. Lakoff y Johnson ejemplifican esta variedad (recuérdese que ellos estudian principalmente las metáforas estructurales latentes) explorando los cambios que se introducen en la concepción y en la práctica del amor, al utilizar la metáfora creativa el amor es una obra de arte en colaboración, que destaca los aspectos activos, voluntarios, del amor mientras oculta otros más emocionales y pasivos. Esta metáfora puede sustituir a otras más corrientes, como: el amor es locura, o: es una fuerza física, que destaca los aspectos pasivos y emocionales de la experiencia amorosa y oculta los activos. Este es un ejemplo de estructura metafórica creativa en la vida corriente, pero podemos encontrar otros ejemplos si consideremos las metáforas científicas que Freud introdujo acerca del psiquismo. Podemos extraer de su obra algunas de ellas:
La psique es un órgano anatómico, metáfora de la cual derivan los conceptos de aparato psíquico, compuesto de partes separadas que pueden describirse topográficamente –sistemas conciente, inconciente (entre los cuales habría una barrera que los incomunica) y preconciente; e igualmente la segunda concepción –llamada estructural- de Yo, Ello y Superyo, que fue objeto de un conocido dibujo (“anatómico”) de Freud, donde aquellos escuetos conceptos de la primera tópica se relativizan y complejizan.
La psique es un sistema hidráulico, tal como una represa, de la cual derivan los fundamentales conceptos de represión, inconciente reprimido, catarsis (= desbordamiento de lo represado), etc.
La psique es un sistema energético, de la cual derivan los conceptos de líbido, pulsiones yoicas o del ello, pulsiones de vida y muerte, coherentes con los llamados puntos de vista dinámico y económico (denominaciones provenientes también de metáforas físicas y económicas). Etcétera.
De la teoría “económica-energética” del aparato psíquico derivan conceptos tan importantes en psicoanálisis como el de represión, catarsis, condensación, desplazamiento, pensamiento primario-secundario, transferencia y otros muchos. La teoría de los sueños, y muchas elaboraciones psicoanalíticas fundamentales, están basadas en esta rendidora metáfora freudiana sobre la “cantidad fluyente”. Casi nadie, sin embargo, recurre hoy en día a la concepción económica cuando habla de teoría psicoanalítica, aunque paradójicamente los conceptos derivados de ella sí siguen teniendo vigencia plena en esa disciplina. Tal paradoja se debe a que esos conceptos están basados en una metáfora científica muy creativa (apoyada o combinada con otras metáforas, como la hidráulica, la topográfica, etc.) La utilidad de estas metáforas, lógicamente, fue máxima en los inicios del psicoanálisis, pero todavía hoy día dejan sentir fuertemente su influencia. En la metáfora hidráulica, por ejemplo, el agua, sea represada o fluyente, es el vehículo que se compara con el comportamiento del aparato psíquico, que sería el tópico a comprender. Y claro, el agua, tanto la represada como la que fluye, se puede cuantificar, tanto en volumen como en energía cinética, cualidad que es muy bien aprovechada por Freud para definir y estudiar las cualidades del tópico que le interesaba (el funcionamiento del aparato psíquico[3]), y en el que es aplicada ahora metafóricamente.

¿Cómo es posible que una metáfora como esta, aplicada a una materia que nada tiene que ver con el agua ni con la energía física[4], haya tenido tanto éxito en la práctica, y además resistido el paso del tiempo (al menos en los conceptos derivados de ella)? Esa es, creo yo, la importantísima virtud, y la función, de las metáforas en la ciencia, ya que lo que ocurre con esta teoría que acabo de recordar no es, según creo, una excepción, sino más bien una regla dentro de cualquier disciplina científica. Probablemente, sin metáforas no existiría la ciencia como la conocemos hoy, pues cada teoría científica exitosa esconde en su seno, o al menos en su pasado, metáforas creadas por autores talentosos o geniales, y que son estas metáforas las que han permitido avanzar a cada una de esas disciplinas. En la elaboración de una Teoría científica exitosa las metáforas ayudan a su creador a comprender y a explorar en profundidad el mundo desconocido de su especialidad, y permiten a sus seguidores comprender y aplicar provechosamente los conocimientos científicos ganados por esa vía.

Esas y otras metáforas (considérese, por ejemplo, el concepto de sublimación, proveniente de una metáfora química) ayudaron a Freud a construir todo un detallado sistema teórico que le permitió abordar y comprender (y transmitir luego a sus discípulos), no tan solo las misteriosas neurosis que fueron el objetivo primero de Freud, sino también los sueños, los chistes, las asociaciones libres y el funcionamiento curativo de la terapia psicoanalítica. Tales metáforas, tanto las estructurales latentes o preconcientes que están en la base, como las manifiestas (condensación, desplazamiento, transferencia, sublimación, y otras, todas ellas metáforas espaciales o físico-químicas) han permanecido en uso hasta hoy en día, al menos en nombre, ya que no en la estructura metafórica que las sustentaba, que con el tiempo fue cambiando. Si en la época de Freud eran indudablemente creativas, para los psicoanalistas ya se han convertido hoy día en metáforas convencionales. Utilizar otras metáforas creativas, como hicieron muchos autores posteriores, ha permitido profundizar en otros aspectos del psiquismo. Sobre los nuevos modelos metafóricos que se han empleado después de Freud hablaremos luego.
Sabemos que la influencia de Freud no se restringió al psicoanálisis, sino que ha permeado otros campos, como la sociología. En la obra mencionada de F. Mires (Op. cit. pag. 9) dice este sociólogo, por ejemplo:
“Freud, o mejor dicho, sus teorías, están ‘sobre-representadas’ a lo largo de todos los capítulos de este libro [se refiere a “El malestar en la cultura”, 1930]. Pero no como verdades inmutables, sino como guías que permiten salir fuera de ellas para recorrer regiones que Freud, en su tiempo, no pudo ni siquiera imaginar. Porque (…) la suya no es una doctrina sino, en parte, una ‘visión’, pero visión no en el sentido de anticipación profética, sino mucho más simple, como un ‘modo de ver las cosas’. He tratado pues de entender ese ‘modo de ver’ tratando de ‘ver de ese modo’.
Independientemente de la validez de los postulados freudianos (y probablemente muchos de ellos han perdido validez), Freud es para mí una ‘puerta abierta’ que me permite transitar hacia los adentros y los afueras. Pero como la puerta permanece siempre abierta, en Freud por lo menos, tengo que aceptar que estar adentro o afuera es una simple convención formal [...] No obstante, dichos límites son fijados por seres que transitan por distintos momentos y espacios culturales.”
El lector sabrá sin duda traducir las palabras de Mires a los términos considerados previamente. Esta “puerta abierta” es una de las cosas que explica la sorprendente vigencia –muchas veces negada por algunos- de la disciplina creada por Freud, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces (más de un siglo). Es posible, sin embargo, que Freud mismo no hubiera estado de acuerdo con esa metáfora de la puerta abierta, en vista de sus varios intentos de cerrarla (sobre todo al final de su vida), esfuerzos afortunadamente infructuosos. Y tales intentos fueron procurados, según la expresión de Mires, por alguien que transitaba por su momento histórico y espacio cultural. Hoy en día ya hemos superado aquellos límites y podemos abordar la obra de Freud con mayor libertad.

     La práctica psicoanalítica

            Si nos vamos a la práctica psicoanalítica, podríamos decir que las metáforas que mantienen la neurosis del paciente y su visión del mundo –inconcientes en su mayoría- son metáforas fijas, “congeladas”, que determinan la conducta repetitiva que Freud llamaba “compulsión de repetición”. Y puesto que las metáforas creativas, según Lakoff y Johnson, tienen el poder de “crear una nueva realidad”[5] (Op. cit., pag. 145), si aquellas metáforas congeladas son sustituidas por otras nuevas, creativas (surgidas durante el proceso psicoanalítico mediante la interacción con el analista), la realidad del paciente irá cambiando en consecuencia, al dejar las antiguas metáforas de tener sentido para él.  Esta idea podría tal vez encontrar oposición  a partir de la arraigada creencia de que “las palabras no crean realidad” (y las metáforas son, qué duda cabe, lenguaje); según esa concepción, llamada realismo por algunos filósofos, las metáforas a lo sumo podrían describir la realidad, pero no crearla; a esta idea también podemos llamarla objetivista. Lakoff y Johnson, sin embargo, consideran al objetivismo y al subjetivismo como dos mitos injustificados hoy en día, y se declaran partidarios de una concepción experiencialista. Esta asume una perspectiva del hombre en interacción con su medio (humano o físico), lo cual siempre resulta en cambios mutuos, del medio sobre el hombre y del hombre sobre su medio. Lo que aquellas dos posturas filosóficas (la  objetivista y la subjetivista) pierden de vista es que nosotros    tan solo podemos comprender el mundo a través de nuestra interacción con él, de lo cual se sigue que nuestra comprensión de las cosas siempre será relativa a nuestra cultura y a nuestra historia.
            Como hemos dicho, la metáfora puede “crear” ciertas realidades, al tiempo que oculta otras, pero puede también ser una guía para acciones futuras que concuerden con la metáfora preconciente que está en la base de una determinada percepción de esa realidad, lo que a su vez refuerza el poder de esa metáfora subyacente para hacer coherente la experiencia. En ese sentido, estas estructuras metafóricas pueden ser “profecías autocumplidas”, en la medida en que su aceptación provee el terreno para ciertas inferencias que determinan actitudes. Pero esto nos puede llevar a concebir estas inferencias como reales, si perdemos de vista que tales realidades lo son únicamente en referencia a la metáfora que las define. Conocer esto, desde luego, puede ser muy útil en la terapia psicoanalítica, en la medida en que las nuevas metáforas creativas que se van produciendo en el proceso ayudan a “descongelar”, desvalorizar y descartar las metáforas inconcientes anteriores, responsables de la sintomatología, la transferencia, etc., y a la postre convocan los cambios buscados.
Lo que llamamos la verdad tan solo se refiere a nuestra particular comprensión de la realidad en este momento de la historia, y desde que esa comprensión depende de las metáforas que podemos crear y utilizar, con frecuencia no puede haber “una (sola) verdad”, sino teorías (varias) sobre la verdad. No siempre esta diversidad se da simultáneamente en el tiempo, aunque es eso justamente lo que ocurre con el estado actual del psicoanálisis. En otras disciplinas es quizás más frecuente que las teorías vayan cambiando lenta y diacrónicamente. Pero siempre cambian.

Avances en el post-modernismo

            La teoría, cualquier teoría, no sería en definitiva sino eso: un sistema metafórico que permite comprender la realidad desde un cierto punto de vista. Lo cual implica que esa realidad puede también comprenderse desde otros puntos de vista, esto es, utilizando otras metáforas (o sistemas metafóricos) que permitan abordar otros aspectos. Como dicen Lakoff y Johnson, la metáfora es nuestra principal herramienta para tratar de comprender parcialmente lo que no podemos comprender totalmente. Lo que llamamos la verdad es relativa a un particular sistema conceptual, en este momento de la historia de la humanidad y de nuestra historia particular, así como de nuestra interacción con otras personas de nuestro entorno. Hablaremos luego de esto con mayor extensión.
Esta concepción de la existencia de varias verdades se ha ido abriendo paso muy lentamente en nuestra civilización, ya que ha predominado por siglos una concepción absolutista donde las metáforas impuestas desde el poder político, religioso, filosófico o científico, han sido proclamadas e instituidas como verdades absolutas, con consecuencias muchas veces nefastas a lo largo de la historia (guerras, persecuciones, matanzas, o aislamiento social de aquellos que no se plegaron a la metáfora oficial). Haber reconocido abiertamente la existencia de varias verdades es una de las virtudes del post-modernismo, aunque ello puede ocasionar cierta confusión a veces, pues no estamos acostumbrados a una idea que, sobre todo en las ciencias naturales, puede resultar más bien “antilógica”[6]. En los siguientes capítulos echaremos una ojeada a algunas de las diferentes metáforas que sustentan las teorías que hoy en día medran en el psicoanálisis, así como los avances provenientes de otras disciplinas, pero que atañen muy de cerca al psicoanálisis, como la filosofía, la neurociencia o la física teórica. Ello sin olvidar el funcionamiento de las metáforas en la terapia analítica misma, que examinaremos en el capítulo que sigue.
           





[1] Hay traducción al castellano con el nombre –poco afortunado, a mi entender- de “Metáforas de la vida cotidiana”.
[2] Recuérdese el ejemplo del modelo “solar” del átomo de Rutherford.
[3] El concepto mismo de “aparato psíquico” es también una metáfora, pues compara la mente con un artificio mecánico compuesto de partes.
[4] Podemos cambiar el agua fluyente por electricidad o cualquier otra forma de energía “fluyente”, y la metáfora funcionará igualmente bien.
[5] Es importante no perder de vista que Lakoff y Johnson hablan de “realidades” sociales, por lo que esta idea es perfectamente aplicable a la terapia psicoanalítica, que consiste en una interacción social entre analista y analizando, y donde se analizan interacciones de este último con sus  relacionados, pero parece  más difícil aplicarla a las metáforas científicas de la teoría psicoanalítica. Es que, con frecuencia, a la realidad la confundimos con “la verdad”, y las metáforas no pueden crear “verdades científicas”, sino teorías sobre la verdad. 
[6] La teoría cuántica sobre la luz, que se puede entender como partículas (fotones) o como ondas, es un ejemplo muy conocido, y lo mismo ocurre a propósito de las partículas subatómicas. La teoría de la relatividad también plantea situaciones que pueden crear perplejidad e incertidumbre.

lunes, 12 de septiembre de 2016

La hermenéutica de Gadamer y el psicoanálisis

Abordemos, según lo prometido, la relación de la hermenéutica de Gadamer con el psicoanálisis. No está de más recordar que Gadamer era filósofo, y su producción teórica siempre estuvo enmarcada allí. Quizás por eso, entre otras cosas, que algunos psicoanalistas rechazan la pretensión de que el psicoanálisis práctico sea una hermenéutica, acogiéndose a la definición freudiana de ser una ciencia. Pero ambas posturas, según entiendo, no son excluyentes. Por una parte, la filosofía forma parte constituyente de todas las teorías psicoanalíticas, pese al desconocimiento que de esto pueda tener el mismo creador de la teoría; y no por eso el psicoanálisis (o cualquier otra ciencia) pierde su carácter científico. Por otra parte, la aplicación de la hermenéutica de Gadamer se relaciona con el psicoanálisis práctico, es decir, con la terapéutica analítica, puesto que Gadamer definió su hermenéutica como una praxis y no como un saber teórico. De modo que es a esa práctica a la que me referiré.

Ningún psicoanalista se asombrará si recuerdo que su función principal es interpretar, puesto que así lo postuló Freud desde los mismos comienzos: interpretar lo que el analizando le trae en forma de síntomas, actos fallidos, transferencia o asociaciones libres, que aquel llamaba "retoños de lo inconciente". Ya por allí ya podemos ver la relación con la hermenéutica, que es, precisamente, el arte de la interpretación. Pero... Freud interpretaba a sus analizandos, y así lo continuaron haciendo la mayoría de sus continuadores, desde un saber teórico que fue, precisamente, el que él creó cuando fundó esta disciplina. Muchos de sus continuadores (y Freud mismo a lo largo de su prolífica vida de investigador) hicieron modificaciones a la primitiva teoría, pero siempre la interpretación ofrecida al analizando se basaba, como digo, en una teoría preexistente.

Ahora bien, Gadamer recalca en su obra que la interpretación hermenéutica, siendo una praxis, no se configura desde el saber teórico del intérprete, sino, como lo vimos en la entrada anterior, resulta de la fusión del horizonte de éste con el horizonte del texto (que en nuestro caso serían las asociaciones del analizando), o dicho de otro modo, de la dialéctica que se da entre ambos. De modo que la interpretación al estilo de Freud y de la mayoría de sus sucesores no entraría dentro de la definición gadamariana, y tenemos entonces que preguntarnos cuál, si alguna, es la relación de esta postura filosófica con la ciencia psicoanalítica.

Pero es que resulta que la manera "freudiana" de abordar la terapia no ha sido compartida por todos los autores, y tendríamos que comenzar por su discípulo y amigo Sandor Ferenczi, quien postuló (en contra de la corriente dominante entonces y durante mucho tiempo) que para que la terapia sea útil al paciente, debe involucrar al terapeuta en forma similar a como lo está aquel. "Sin simpatía no hay curación", decía. La propuesta de Ferenczi no fue tomada en cuenta, o fue acerbamente criticada, por sus colegas, partidarios de la "neutralidad" y "abstinencia" del analista. Pero poco a poco ciertos autores comenzaron a revalorizar las propuestas de Ferenczi hasta desembocar en lo que hoy en día se conoce como psicoanálisis relacional (o su variante el psicoanálisis intersubjetivo)

Esta idea de que el analista está involucrado sin remedio en el proceso analítico va más allá del concepto de contratransferencia que desde hace un buen tiempo forma parte ya sancionada de la teoría de la técnica psicoanalítica. Tampoco se tratará, tan solo, de que el analista tenga una transferencia hacia el analizando, en todo igual a la que este tendría hacia él, sino que, para decirlo en los términos de Gadamer, el analista participa sin remedio, aunque lo tenga escindido de su conciencia, con todo su "horizonte", lo que incluye sus teorías, sus prejuicios, su "circunstancia", su historia toda. Y es en la dialéctica de su relación con su paciente que se va construyendo la interpretación que irá clarificando la verdad de este.

Extenso tema el que acabo de abordar, y sin duda polémico, pero me he propuesto no prolongar demasiado las reflexiones de este blog, que pretenden tan solo alertar al lector sobre ciertos puntos quizás desconocidos o novedosos del psicoanálisis de hoy. Dejaré, pues, para otra oportunidad la consideración del problema de la verdad en el psicoanálisis, o una descripción más pormenorizada de las corrientes teóricas relacionales e intersubjetivas. Pero lo que realmente desearía es que los lectores me plantearan a través de sus comentarios, no tan solo los acuerdos, sino muy especialmente los desacuerdos, preguntas y perplejidades que estas breves reflexiones le puedan sugerir. Lo cual permitiría convertir este blog en un modelo de lo que postulaba Gadamer sobre la interpretación hermenéutica.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA HERMENEUTICA DE H-G GADAMER



Horror! Veo que el último trabajo publicado es de Diciembre del año pasado! Con el agravante de que en él había prometido un resumen de la obra de Gadamer, cosa que no hice. No cargaré al posible lector (si es que me queda alguno) con la relación de lo que ha sucedido, y el porqué de este prolongado silencio. Tan solo retomaré la marcha como si fuera ayer que escribí la introducción a este tema. No puedo hacer otra cosa.
Como dije entonces, el libro más importante de Gadamer (a juicio de la mayoría de autores) es Verdad y método, pues en él propone lo que será una nueva visión de la hermenéutica, muy distinta de lo que hasta entonces había sido, una técnica para la interpretación de textos religiosos. En realidad ya Heidegger había propuesto un camino para los nuevos planteamientos hermenéuticos, pero es Gadamer, su discípulo, quien recorre ese camino, con resultados muy sorprendentes y que han dejado huella, no tan solo en la filosofía, sino en todas las ciencias humanísticas.
Esta nueva hermenéutica ya no se refiere a los textos religiosos, como digo, sino a la interpretación social, es decir, a la manera como comprendemos y construimos los humanos la verdad.
 Aunque Gadamer se refiere a la interpretación de textos, resulta evidente (al menos para mí) que no hay que tomarlo en forma literal, pues lo mismo que vale para la comprensión de un poema vale para la comprensión de cualquier producción humana. Y al respecto dice: "...hay que comprender a un poeta mejor de lo que lo comprendió él mismo, pues él no se comprendió en absoluto cuando tomó forma en él la construcción de su texto" (Gadamer, 1996) Esta declaración es bastante sorprendente, sin duda, e implica que lo que alguien construye como una supuesta verdad no queda cerrado sino, al contrario, abierto a la interpretación de los que habrán de ponerse en contacto con su producción en el futuro. El intérprete construye su comprensión del texto como una respuesta a la pregunta que el texto le sugiere, desde la pre-comprensión que la tradición histórica (a la que pertenece el mismo intérprete) le sugiere. Quiere decir Gadamer que nadie aborda una producción cualquiera sin pre-juicios, los que a su vez estarán relacionados con la particular etapa histórica del intérprete (Gadamer lo llama la "realidad histórica del ser").
Todo esto implica, como se ve, no precisamente una técnica o método de interpretación, sino una praxis, donde la comprensión solo puede tener lugar desde una dialéctica entre "los horizontes" del intérprete y los del texto. La interpretación constituye según Gadamer una "fusión" de ambos horizontes, que tampoco queda cerrada sino abierta a nuevos horizontes ulteriores.
La comprensión, pues, se logra a través de un diálogo entre el intérprete y el texto, donde los sucesivos intérpretes van construyendo su comprensión del texto.
Frente al texto, además, no cabe neutralidad ni autocancelación (el mito del observador no participante) "sino que incluye una matizada incorporación de las propias opiniones previas y prejuicios"
¿Que importancia tiene todo esto para el psicoanálisis? Abordaremos este interesante tema en una próxima entrega, que prometo será, ahora sí, dentro de un muy breve intervalo de tiempo.

lunes, 21 de diciembre de 2015

La hermenéutica de H-G Gadamer y el psicoanálisis

La hermenéutica de H-G. Gadamer y el psicoanálisis


Hans-Georg Gadamer


Ante todo ofrezco excusas a mis lectores por este espacio de tiempo sin aparecer aquí con nuevas aportaciones acerca del psicoanálisis actual. Sirva de excusa mi mudanza, de casa, de país, de continente, que me han ocupado en oficios muy diferentes a este. 

Hablar de Gadamer y su hermenéutica tiene particular significación para mí, pese a ser un autor que tan solo muy recientemente he descubierto. Ello porque su pensamiento parece coincidir con varias ideas expuestas en trabajos míos anteriores, lo cual no podría ser casual, y que la misma obra de Gadamer puede explicar, como veremos.

La hermenéutica es una práctica muy antigua, generalmente definida como el arte de interpretar textos religiosos, pero que, a partir de Heidegger, y especialmente de Gadamer en el siglo pasado, es re-definida como aquel aspecto de la filosofía dedicado al estudio de la interpretación social. Interpretar es siempre interpretar a un otro, o más bien a su obra, a lo que Gadamer alude abreviadamente como interpretar un texto. Y el punto de partida de este autor en sus reflexiones, vertidas en su obra más influyente Verdad y método (Gadamer, 1960), es el estudio de la experiencia artística. Mi propio punto de partida en muchas de las elaboraciones que vengo haciendo sobre el psicoanálisis, como algunos de mis lectores saben, es precisamente la creación artística (Gisbert, 2004), lo cual explica en parte (pero solo en parte) las coincidencias a las que aludí en el párrafo anterior.

Ya el solo hecho de que la hermenéutica moderna se dedique a estudiar la interpretación tendría que relacionarla directamente con el psicoanálisis, dado que éste, desde sus mismos inicios, se dedica primordialmente a interpretar las ocurrencias o asociaciones de los pacientes. Pero como decía al comienzo, tan solo muy recientemente he topado con esta disciplina y con su autor principal, Hans-Georg Gadamer. La razón de esto es, sin duda, que la orientación teórica de Freud es bastante opuesta a la de Gadamer. Freud tomó como modelo de su nueva disciplina la metodología científica de su tiempo, basada en un modelo cartesiano de sujeto-que-conoce y objeto-a-conocer. Gadamer, en cambio, afirma que las ciencias humanas (y el psicoanálisis lo es) no pueden basarse en este modelo, pues el sujeto y su supuesto objeto se funden en uno solo para poder llegar a la verdad.

La verdad es tema muy importante para el psicoanálisis, y a él tendremos que dedicar algún espacio aquí, pero por ahora nos concretaremos a conocer someramente a Gadamer y su obra. Este filósofo alemán nació con el siglo XX (1900) y murió en el siguiente (2002). Fue discípulo de Heidegger, quien influyó mucho en su obra. Su libro más importante sobre hermenéutica, que ha tenido gran repercusión en la filosofía y en la cultura actuales, es, como antes dije, Verdad y método, cuyas ideas centrales intentaré resumir en una próxima entrega.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Repetir o crear, ¿un dilema?

(Nota: Lo que sigue es una conferencia dictada en unas "Jornadas Sigmund Freud" de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis, hace ya algunos años. No representa enteramente, por tanto, mi pensamiento psicoanalítico actual, que ha cambiado en ciertos aspectos. Si la reproduzco aquí es porque ya se insinúan allí algunas de las líneas de desarrollo que he seguido en estos últimos años, especialmente en lo que se refiere a la función de la metáfora en psicoanálisis, acerca de lo cual prometo hablar en una entrega posterior)

REPETIR O CREAR: ¿UN DILEMA?

Alfonso Gisbert[1]


         El tema que propone este titulo plantea lo que a primera vista parece una contradicción, pues como todo el mundo sabe, crear es lo contrario de repetir. Pero “lo que todo el mundo sabe” no siempre resulta del todo cierto. Es verdad que la creación lleva implícito lo nuevo, mientras la repetición alude a lo ya conocido, lo viejo. Una obra de arte cualquiera, no importa cuan antigua sea, la vemos siempre como una creación admirable, tal vez por lo novedosa que fue en su momento, mientras que una copia, así no sea idéntica, la despreciamos como un plagio. Sin embargo los freudianos insistimos, cuando hablamos de técnica psicoanalítica, en la idea de la repetición, e incluso la proponemos como algo no solo necesario sino sumamente valioso[2]. Alguien dirá que lo que pasa es que el psicoanálisis es una cosa y el arte otra muy distinta, idea con la que yo no estoy de acuerdo. Creo que, al contrario, el psicoanálisis y el arte se parecen mucho, y un somero repaso a la obra de Freud, sobre todo aquellos trabajos relacionados con el arte y la creatividad, nos bastaría para darnos cuenta de que él siempre anduvo rondando alrededor de esta idea, aproximándose o alejándose de ella; si no la llegó a aceptar por completo, y hasta la negó expresamente en algunos momentos, estoy convencido que fue por ciertas inhibiciones personales que nunca pudo superar. Véase como ejemplo esta cita del capitulo final de su Gradiva[3], donde se pregunta cómo es posible que el autor de la novela y el psicoanalista lleguen a similares resultados al analizar a los personajes:

Lo probable es que nos nutramos de la misma fuente, elaboremos idéntico objeto, cada uno de nosotros con diverso método; y la coincidencia en el resultado parece demostrar que ambos hemos trabajado bien… [El poeta] averigua desde si lo que nosotros aprendemos en otros, las leyes a que debe obedecer el quehacer de eso inconciente; pero no le hace falta formular esas leyes, ni siquiera discernirlas con claridad: debido a la actitud tolerante de su inteligencia, ellas están encarnadas en sus creaciones. Nosotros desarrollamos estas leyes por medio del análisis de las creaciones de él, tal como las hemos inferido de los casos de enfermedad real”. (op. Cit., pag. 76)

Pero no pretendo hablar ahora de Freud el hombre ni de sus posibles inhibiciones, sino de su teoría tal como nos la dejó en sus obras, que al cabo de más de un siglo de trajinar por el mundo sigue siendo fundamento para muchos profesionales de la psicología, la psiquiatría, la sociología y, por supuesto, el psicoanálisis. Cosa, por cierto, que alguien podría entender como un perfecto ejemplo de repetición, desde que una teoría tan vieja se continúa enseñando, repitiéndola año tras año en las aulas.

Pero también se repite la música de Mozart, de quien no hace mucho se  cumplieron con gran pompa 250 años. De ella nadie dice que sea vieja, o que sus innumerables interpretaciones y discos sean repeticiones, y seguimos disfrutando sus obras como si acabaran de ser compuestas. Alguien insistirá, por supuesto, en que una obra científica como la de Freud es algo muy distinto al arte musical de Mozart. Lo cual en principio no es mentira, claro, pero... Antes de hablar de este “pero” y exponer mis argumentos, preferiré en este punto citar a un conocido sociólogo chileno, Fernando Mires, quien a propósito de El malestar en la Cultura, de Freud, dice lo siguiente:

“...cada vez que he leído este libro me ha sido posible entenderlo de manera diferente. Pero la manera diferente no anula, curiosamente, la impresión obtenida en el pasado, sino que agrega otras que parecen tan inagotables como las veces que se puede leer un libro. Esto significa que parte de la genialidad de una obra reside en la propiedad que ella tiene de comunicar al observador nuevas sugerencias e ideas a través del tiempo...” [4]

No he citado este trozo tan solo para subrayar lo parecidas que pueden llegar a ser una partitura musical y una obra científica, sino que esta cita nos coloca en el mismo centro de lo que quiero comunicar. ¿Diremos, pues, que escuchar a Mozart una y otra vez es repetirlo? ¿O que es repetición leer a Freud una y otra vez? Y si decimos que no es así, deberemos dar una razón convincente, pues no cabe duda de que, descriptivamente hablando, se da allí, en un caso como en el otro, lo que parece una repetición. El punto decisivo en la cuestión es, para decirlo de una vez, que esas repeticiones no son un calco pasivo de la obra en cuestión, sino que, como dice Mires, ellas comunican al observador “nuevas sugerencias e ideas a través del tiempo”. Por eso llamaré a este fenómeno: una repetición creativa.

Repetición creativa... Sin duda es una expresión extraña, pues como dije antes, repetición y creación parecen ser términos antitéticos, por lo que esta denominación es una paradoja. Pero los psicoanalistas nos sentimos cómodos en la paradoja y en la antítesis, pues la teoría freudiana, desde sus mismos comienzos, es una dialéctica de términos antitéticos, y con mayor evidencia aun desde los aportes de Donald Winnicott acerca de los que él llamó “fenómenos transicionales”. En estos, la fantasía y la realidad, que se suponen también términos antitéticos, se alían para dar origen a lo que yo llamo una “tercera realidad”, distinta de las dos clásicas realidades freudianas, la externa y la interna. Esta tercera realidad, que no es ni interna ni externa, o más bien es las dos al mismo tiempo, conforma, según Winnicott, tanto el mundo del juego infantil como, posteriormente, el mundo cultural del adulto, incluido el arte, la ciencia y, por supuesto, el psicoanálisis.

Abundaré un poco en esta afirmación, que puede resultar sorprendente a algunos. Winnicott era pediatra además de psicoanalista, y como tal tuvo oportunidad de ver y reflexionar sobre los muchos bebés con sus madres que fueron a su consulta, provisto del bagaje practico-teórico de su formación psicoanalítica, y de su indudable genio creativo. En esta observación prefirió ubicarse, a diferencia de otros observadores del desarrollo infantil, en el punto de vista del bebé, lo cual le permitió crear una teoría novedosa sobre el desarrollo psicológico infantil, y muy especialmente acerca del pasaje de la temprana simbiosis materno filial a la separación psicológica (individuación); o en otras palabras, ir de la “omnipotencia” donde todo lo circundante es sentido como formando parte del yo[5], hasta el reconocimiento de lo “no-yo”; que correspondería a lo que Freud conceptuaba, desde un punto de vista teórico diferente, como la irrupción del “principio de realidad” en el reino hasta entonces irrestricto del “principio del placer”. Este pasaje tan importante, dice Winnicott, no puede, o no debe, realizarse abruptamente, sino a través de una etapa “transicional” que permita al bebe la adaptación a un nuevo estado de cosas muy diferente. Cuando por alguna razón no ocurre así, las consecuencias siempre son graves para el desarrollo psicológico del bebé. En esta etapa el bebe “crea” lo que podemos considerar su primer juguete y su primer símbolo, que generalmente es una cobijita, peluche, o cualquier objeto de textura suave. Este “objeto transicional”, desde nuestro punto de vista pareciera representar a la madre, o al pecho, pues tranquiliza al bebe cuando aquella no esta presente, pero para el bebé es su primera posesión “no-yo”, aunque reteniendo similares cualidades omnipotentes que las de su experiencia anterior.

A esta primera creación del niño no podemos calificarla simplemente como una fantasía, pues está anclada en un objeto concreto del mundo real que le resulta necesario palpar y acariciar para conseguir el efecto tranquilizador buscado. Es al mismo tiempo una creación fantasiosa y una realidad tangible, algo del mundo interno y del mundo externo a la vez, sin que podamos discriminar hasta donde llega el uno o el otro. Podríamos también afirmar, extremando la interpretación, que es la primera metáfora del ser humano, lo cual nos lleva ya mucho más lejos que la psicología evolutiva para internarnos de lleno en los predios del arte y de la cultura humanas.

Y es que, pensemos, ¿hay en verdad tanta diferencia entre ese primer objeto transicional y una obra poética o plástica? Así como la cobijita representaría (suponemos) a la madre, la obra de arte o la metáfora poética representan alguna o algunas otras cosas, sean naturales o culturales. Pero ciertamente la obra de arte, o cultural en general, tiene un estatuto y un valor propios, que nadie confunde con aquello que representa. Tampoco el bebe confunde la cobijita con la madre, pues su objeto transicional tiene valor por si mismo, aunque pueda tener efectos que a nosotros nos parecen “mágicos” (recuérdese la omnipotencia que, según Winnicott, persiste en esta etapa). Esta experiencia transicional por la que todos (o casi) hemos pasado tiene una continuidad en el tiempo a través del juego infantil, y en el adulto culmina en el mundo cultural. Pero en fin, tampoco era mi intención profundizar ahora en esta interesantísima cuestión, sino subrayar la trascendencia de los hallazgos winnicottianos.

Retomo mi afirmación anterior de que el psicoanálisis y el arte tienen mucho en común. No me refiero tan solo a la obra teórica y a la práctica de Freud o de los psicoanalistas posteriores, que es científica pero pudiera tener también mucho de artístico[6], sino también al tratamiento psicoanalítico mismo. Muchas coincidencias podríamos alegar entre las dos actividades, pero me interesa en este momento destacar el aspecto procesal de ambas. Me explico. Tanto al arte como al tratamiento analítico podemos definirlos como procesos. Y aun más, como procesos dialécticos. Winnicott decía que para que pueda producirse una obra original o un crecimiento mental, debe instaurarse una contradicción entre la tradición y lo nuevo. Sin tradición no puede haber novedad, pues esta última tiene que oponerse dialécticamente a lo ya existente para constituirse en novedad. Lo contrario también es cierto: sin las novedades que van surgiendo en el tiempo, no podría constituirse ninguna tradición.

Ahora bien, estaremos de acuerdo en que la tradición se ubica en el pasado, y lo nuevo en el futuro. Por eso el arte, que busca lo original, lo nuevo, es un proceso progresivo, busca siempre hacia adelante, por así decirlo. Ahora bien, es casi un lugar común decir que el psicoanálisis busca hacia atrás, en el pasado. Ciertamente, Freud siempre insistió en la importancia de recobrar los recuerdos reprimidos infantiles, y eso sigue siendo válido en el psicoanálisis contemporáneo. Aquí pareciera que nos topamos con un argumento contrario a mi tesis, una de esas diferencias definitorias que se postulan entre el psicoanálisis y el arte. Pues bien, yo postulo que esa diferencia no es tal, que el psicoanálisis terapéutico también busca hacia adelante, y no hacia atrás. Tampoco busca hacia adentro (del paciente), como a veces se dice, pues el progreso que buscamos no lo encontraremos “adentro”, sino en la realidad transicional, como la llamó Winnicott, o tercera realidad, y que es algo en última instancia perteneciente al mundo real, aunque pueda estar “embebido” (permítaseme el símil metafórico) de mundo interno. Algo que quizás no sea, en el caso del analizado, palpable en sentido concreto, pero que sí lo es en el metafórico, como el juego infantil o la experiencia musical, algo que se puede discutir con el analista y compartir con los demás; en todo caso, algo que ya no pertenece al mundo estrictamente privado de la fantasía inconciente.

Veamos un poco más. Para empezar, los recuerdos supuestamente recobrados en la cura analítica nunca son una copia de lo realmente acontecido en el pasado, sino una mezcla de fantasía y realidad que por lo general tiene más de lo primero. Freud tuvo que admitirlo muy tempranamente en su obra, cuando descubrió que los supuestos recuerdos de seducción de sus histéricas, que al principio lo llevaron a postular una teoría traumática de las neurosis, eran en verdad fantasías. Pero ese descubrimiento, al principio desilusionante porque le desbarataba su flamante teoría de la seducción por parte de adultos, lo llevó a la postre a algo mucho más importante, su concepción de “realidad psíquica”, que entonces opuso a la realidad que él llamaba “efectiva” y nosotros solemos llamar “realidad” a secas (o si lo preferimos, interna y externa, como hacía Melanie Klein). Winnicott prefería calificar a esta última (la “externa”) de realidad compartida, dando a entender que, al menos los no psicóticos, estamos más o menos de acuerdo sobre ella. La oposición entre las dos realidades freudianas resultó en lo sucesivo capital en la teoría psicoanalítica, pero es la postulación de una tercera realidad, resultante dialéctica de las dos anteriores, la que permitió conceptualizar al acto creativo y en general a la cultura humana[7]. El arte y la ciencia, y también el psicoanálisis y su práctica, están incluidos en esta categoría tercera.

Recordemos muy someramente cómo funciona la práctica psicoanalítica. Como es consabido, el analizando asocia libremente, y “transfiere” sobre el analista lo que Freud llamaba una neurosis transferencial. ¿Qué hace el analista con esta especie de neurosis experimental que se produce en el proceso analítico? Pues, como también es consabido, la “interpreta”. Y aquí ya vemos asomar una similitud bien específica del psicoanálisis con el arte, pues para poder apreciar la música de Mozart, o el arte dramático o escénico, por ejemplo, requerimos también de una interpretación, musical, teatral, dancística o lo que sea. Esto es, para poder entender lo que Mozart o Verdi o Shakespeare han escrito hace muchos años en lenguaje musical o verbal, necesitamos de  intérpretes actuales, es decir, de músicos, actores, bailarines o cantantes.

En psicoanálisis, la obra inconciente del autor-analizando (que se expresa en las asociaciones libres) también requiere de un intérprete, que en ese caso lo es el analista. Y en todos los casos que he mencionado antes la interpretación es creativa, pues el intérprete-analista siempre aporta algo original, tal como el intérprete-músico o el intérprete-actor-cantante-bailarín, etc. Por eso, y dependiendo de qué tan creativos sean, hay buenos y malos actores, músicos, bailarines, cantantes o analistas. No se trata de comunicar literalmente lo que el autor pretendió originalmente, pues ello sería, de ser posible (que no lo es), inútil y aburrido. Pero ciertamente no podemos en ningún caso penetrar con certeza la mente del autor cuando escribió unas notas o unas palabras o verbalizó en el diván unas asociaciones que siempre son, todas ellas, ambiguas o equívocas. Claro que reflejan el pensamiento del autor, o al menos eso suponemos, pero siempre requerirán de un intérprete que las traduzca, llámese actor, lector, músico, analista, etc. Si esa traducción es creativa, esto es, novedosa, diremos que es buena; si no lo es, probablemente será un plagio de algún creador anterior. En psicoanálisis suele pasar con ciertos terapeutas principiantes, que se apegan demasiado a las teorías freudianas o post-freudianas, sin atreverse a desplegar su creatividad propia. Nada diferente, por cierto, del pintor o el poeta que plagian a un artista del pasado. El autor que en la práctica psicoanalítica se debe interpretar no es Freud o Klein o Winnicott, sino el analizando: no es sino a él a quien hay que traducir a través de la interpretación. Otra cosa es, por supuesto, cuando hablamos de teoría.

Pero es que, además, y esto me parece muy importante, el autor de una obra realmente creativa siempre habla en metáforas, y las metáforas dicen mucho más de lo que parece a primera vista, o incluso de lo que pretendió el autor en un principio, cuando las creó. Considérese la cita de Fernando Mires, por ejemplo, y piénsese si es probable o no que Freud estuviese conciente de todos los significados que sus lectores del futuro le encontrarían a sus palabras. La respuesta será probablemente que no. Lo mismo pasa con cualquier obra artística, ya que todo artista habla en metáforas, y las metáforas tienen muchos significados, en realidad tantos como intérpretes se acerquen a ellas.

¿Y es que Freud, siendo un científico -se preguntará el lector- hablaba en metáforas también? Pues sí, los científicos también hablan en metáforas, quizás no tan obvias como las poéticas, quizás de características algo distintas, pero metáforas sin ninguna duda. ¿Cómo, si no, habríamos podido entender y aceptar su teoría topográfica, o la “energética”, de la mente, por poner tan solo dos ejemplos? En realidad yo creo que la metáfora es la única forma en que el hombre logra hablar a sus semejantes acerca de cosas profundas, abstractas o desconocidas. Son estas metáforas, artísticas o científicas, las que permiten que, para cada espectador de la obra, ella tenga significados nuevos que son casi inagotables. Si así no fuera, los museos de arte (donde puede haber obras muy antiguas) no tendrían sentido, ni las reimpresiones de las grandes obras literarias (bastaría en estos casos con leer una recapitulación o resumen de algún crítico), etc. Algo similar ocurre con la ciencia, incluido el psicoanálisis y el proceso psicoanalítico (terapéutico), del que Freud decía que era interminable: una vez que se ha descubierto el carácter metafórico de las asociaciones libres, los significados contenidos en ellas y en las llamadas “formaciones del inconciente” (sueños, lapsus, recuerdos encubridores, etc.) permiten al analista interpretarlos, esto es, sacarlos de su claustro inconciente, y es a partir de allí que el proceso se enriquece y avanza, teóricamente ad infinitum. Igual ocurre con el proceso histórico de la ciencia en general, que se va enriqueciendo cada vez más y más a partir de las teorías científicas anteriores. También este tema podría llevarnos muy lejos, y no es mi intención incursionar ahora en el, pero era importante mencionarlo.

Volvamos al intérprete. Este es, ante todo, un traductor, o un pretendido traductor del pensamiento original del autor. Pero por eso mismo, y ahí otra paradoja, también es un traidor, según la famosa máxima italiana (“traduttore, tradittore”), un inevitable traidor del autor, a cuyo pensamiento original nadie podrá jamás acceder, sino es a través de la interpretación del músico, del actor o del analista. O de nuestra propia traducción, en el caso de la literatura o las artes plásticas, que no por prescindir de intérpretes intermediarios es menos incierta. Este interprete-traductor pretende instalarse en el pasado de lo producido por el autor, esto es, en la tradición, en el origen, pero ello es imposible (lo cual resulta aun más evidente en psicoanálisis, pues este se las ve con el inconciente que, claro, es inconciente). Así, privado de la posibilidad de traducir fielmente al autor, tan solo le queda descubrir algunos de los significados implícitos en las metáforas creadas por aquel, a través de su propia interpretación.

Y es por eso que en la traducción interpretativa siempre se da, corrijo, debe darse, un proceso creativo: analítico, científico o artístico, que avance siempre hacia adelante, hacia el futuro, en donde el aparente repetir de lo antiguo no es sino una nueva oportunidad de crear algo descubriendo nuevos y nuevos significados. Por eso Picasso hacía varias versiones previas de sus cuadros más novedosos, por ejemplo, donde “repetía” cada vez el anterior introduciendo allí novedades hasta llegar al definitivo. Y en música hay versiones de ciertas piezas, lo que se llama “tema con variaciones”, que también se da en la pintura a propósito de cuadros famosos (y nada de esto es plagio, pues es creativo). Y en psicoanálisis resulta imperativo repetir (y que el analista lo permita), en el proceso transferencial, la neurosis infantil original, pues es sobre esta neurosis infantil que había permanecido reprimida, inconciente, que se van proponiendo significados nuevos, soluciones creativas que el analizando termina manejando en su conciencia y en su voluntad, ya no en la forma automática y siempre idéntica en que antes le era dictada desde su inconciente. A esto último lo llamamos neurosis, claro, pero podríamos llamarlo también una “repetición no-creativa”.

A propósito de Picasso, uno de los consejos que él solía dar a los pintores jóvenes era que no aguardaran la llegada de la inspiración, sino que esta “los pillara trabajando”. Y trabajar, sea en pintura o en música o en química o en psicoanálisis, es en buena medida repetir. Repetir, por ejemplo, las enseñanzas aprendidas de los maestros, o las piezas musicales o plásticas ya existentes, o las técnicas de investigación científica o, en el caso de la cura analítica, la neurosis transferencial. Esto probablemente no tenga nada de fascinante en sí mismo, aunque sea interesante para quien tiene determinada vocación; pero es siempre en esta repetición, y solo en ella, donde la chispa creadora consigue brotar, para sorpresa y  regocijo tanto del creador como del espectador, del artista como de su intérprete, del investigador científico como de su continuador, del analizando como de su analista. Y es ahí, según creo, donde radica el secreto de cualquier progreso cultural humano.



[1] Miembro titular y didacta de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis
[2] Véase, como ejemplo, el fundamental trabajo técnico de Freud Recordar, repetir y reelaborar (1914). Obras completas, Tomo XII, Amorrortu editores, Bs. Aires.
[3] El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen, Freud, S. (1907) Obras completas, Tomo IX, Amorrortu editores, Bs. Aires
[4] Fernando Mires (1989) El malestar en la barbarie. Editorial Nueva Sociedad, Caracas
[5] Winnicott no lo describía en estos términos, mas propios de una descripción externa, sino como que en el mundo del bebe las cosas simplemente “ocurrían” (esto es, si tiene hambre el pecho aparece, como  si fuese a consecuencia de su deseo, si tiene frío aparece el abrigo, etc.) y debían continuar ocurriendo así para que la experiencia de vida no sufriera una brusca interrupción.

[6] Aludo aquí a cosas como que Freud mereciera el premio Goethe por lo bien que escribía, por ejemplo, o a la metáfora sobre el “arte” de curar, pero lo que pretendo es insistir en las similitudes ciencia-arte que sugiere la cita anterior de Fernando Mires.
[7] Para una revisión más completa de este tema, véase mi libro Psicoanálisis de la Creación, bid & co. Editor, Caracas. 

jueves, 29 de octubre de 2015

Las neurociencias y el psicoanálisis

      
Eric Kandel

Las “neurociencias”    

Cuando yo estudiaba Medicina en los años 60, las “neurociencias” no existían tal como se las concibe hoy, como una disciplina científica compuesta de varias otras (de allí el plural), pero que en verdad podemos concebir como una sola, y definirla como la ciencia del funcionamiento cerebral: una definición muy breve pero que abarca un campo muy amplio. Esta disciplina podría ser una aproximación a lo que Edgar Morin proponía que fuera la ciencia: única, transdisciplinaria y compleja. En los años 60 existían, sí, la neuroanatomía, la neurofisiología, una neuroquímica incipiente, y algunas otras especialidades aisladas que hoy se han ido integrando a lo que se llama “neurociencias” (el psicoanálisis, como veremos luego, se podría considerar una de ellas); pero en aquel entonces la idea de Morin, que nos parece más natural hoy, resultaba poco menos que impensable. Muchos descubrimientos tendrían que sobrevenir aun, pero sobre todo faltaba que entráramos de lleno en el espíritu postmoderno actual, para que esta disciplina se conformara en lo que hoy es la neurociencia. Como se ve, yo prefiero el singular, y así la seguiré denominando de aquí en adelante.

Esta posición tan especial de la neurociencia se debe a que el cerebro humano, amén de ser el órgano más complejo del organismo, es el que tiene que ver con nuestras funciones cognitivas, nuestra conducta, nuestras emociones, la memoria (y con ella nuestra historia, real o supuesta), la conciencia y el inconciente, la relación con otros seres humanos, la vida en sociedad, y muchas otras cosas. Es esta imbricación ineludible entre cerebro y mente la que justifica la estrecha relación de la neurociencia con la psicología, el psicoanálisis, la sociología, etc., pues el psiquismo humano, así como sus aspectos “culturales”, únicamente en el cerebro tienen su asiento. Hubo un tiempo en que el desconocimiento casi absoluto del funcionamiento del cerebro justificó el surgimiento de aquellas disciplinas humanísticas como ciencias independientes, pero hoy en día los abundantes descubrimientos en este particular y en otros como la genética, la física, la bioquímica, etc., hicieron imperativo cotejar los descubrimientos anteriores de aquellas ciencias con los de los neurocientíficos, en un intercambio de doble vía que va resultando fructífero. El psicoanálisis ha tenido un puesto destacado en este intercambio por la profundidad de sus insights propios. Freud, en una época tan lejana como 1895[1], tuvo un atisbo muy claro de la necesidad de esta colaboración, pero carecía por completo de los instrumentos necesarios para llevar a cabo su ambicioso proyecto de una “psicología neurológica”, de modo que, fracasado este, se dedicó de lleno a inaugurar y desarrollar una nueva ciencia que llamó psicoanálisis, más cercana a la psicología y la psicopatología, lo que le permitió avanzar con rapidez en su práctica clínica y en su teorización, pero en la que nunca dejó de lado por completo lo que podríamos llamar una neurociencia intuitiva. Algunas de sus intuiciones teóricas han sido comprobadas hoy, mientras otras se han descartado, pero no deja de llenarnos de admiración su clarividencia.

La neurociencia y el psicoanálisis
Echemos un vistazo rápido a aquellos descubrimientos de la neurociencia que tienen una íntima relación con el psicoanálisis (y viceversa, recordemos que esta es una vía de doble dirección). Comencemos por el desarrollo cerebral después del nacimiento. El cerebro, como ningún otro órgano, es inmaduro al nacer y requiere de un tiempo prolongado para madurar, y más aun, diríamos que la vida entera, para desarrollar todo su potencial. Ello no implica sumar neuronas, pues ya venimos con más de las que vamos a necesitar en la vida, sino sumar circuitos neuronales. Y los circuitos neuronales tan solo se desarrollan ejercitando las funciones correspondientes, sea ésta la visión, la motricidad o la relación con los demás seres humanos, por poner tres casos típicos e importantes. Si la vista no se ejercita, por ejemplo cuando existen cataratas congénitas que no son operadas a tiempo, a partir de cierto momento ya no se podrá recuperar la visión aunque ocurra la operación, y tendremos un sujeto ciego. Winnicott fue uno de los primeros en descubrir que si la relación con una madre “suficientemente buena” no ocurre en las primeras etapas de la vida, y en la que él llamaba fase transicional, los daños psíquicos sobre la socialización son irreversibles y tendremos, probablemente, un sociópata o un psicótico. Esta idea sobre la importancia de las relaciones tempranas con las figuras parentales ha prendido con mucha fuerza en el psicoanálisis teórico y clínico, y es hoy un pilar fundamental en la comprensión de la patología psíquica en todas las teorías psicoanalíticas en boga.

Desde el punto de vista neurológico esto se debe a que la capacidad del ser humano para “mentalizarse”, esto es, para entender que yo tengo una mente con emociones, deseos y pensamientos y que los demás también la tienen similar a la mía, depende de la existencia de las llamadas “neuronas en espejo”[2], que me capacitan para entender a los demás (así como a los demás para entenderme a mí) gracias a un mecanismo de feedback afectivo o “espejamiento”[3], en que el rol de los padres es tan importante como el del niño. La relación de esto con la teoría de Kohut sobre el surgimiento y fortalecimiento del self  gracias a la relación con los que este autor llama  “objetos del self” (por lo general representados por los padres) salta a la vista. Kohut descubrió que en aquellos pacientes llamados narcisistas la ausencia o insuficiencia de un “espejamiento narcisista” de los padres hacia el niño provoca grandes fallos en la conformación estructural de un narcisismo normal en este, con todas las consecuencias patológicas graves que de allí se derivan. Afortunadamente también descubrió que este proceso (en los pacientes narcisistas), puede ser reversible en el proceso psicoanalítico, en buena parte gracias a la empatía del terapeuta. La misma idea subyace al concepto de “reverie” de Bion, o el ya mencionado de “madre suficientemente uena” de Winnicott, o los estudios sobre la relación padres-bebé de los analistas relacionales e intersubjetivos, etc.

Los neurocientíficos han descubierto cosas muy interesantes para el psicoanálisis (y también este para la neurociencia, hay que decirlo) acerca de la memoria. Hasta bien avanzado el siglo XX solo se reconocía un tipo de memoria, la llamada evocativa, pero ahora se han descrito varios otros tipos que no tienen que ver con el recuerdo conciente. De gran interés para el psicoanálisis resultó el descubrimiento de una memoria no declarativa o implícita (por oposición a la memoria declarativa o explícita, referida a los recuerdos concientes), que tiene que ver con aquellas experiencias no procesadas concientemente, y por tanto con el llamado “inconciente no reprimido”. Por poner un ejemplo bastante banal en el área motora, cuando manejamos una bicicleta realizamos todos los movimientos necesarios para que la bicicleta permanezca en pie y continúe corriendo, pero no tenemos conciencia ninguna de tales movimientos. Se han descrito varios tipos de memoria implícita, aunque la de mayor interés para el psicoanálisis (y para la psicología cognitiva) es aquella a la que se ha dado el nombre de memoria de procedimiento, que tiene que ver con las pautas de relación interpersonal y las respuestas condicionadas. Para sorpresa de los neurocientíficos modernos, ya Freud había descubierto este tipo de memoria desde su análisis del caso Dora (Freud, 1905), a la que llamó transferencia. En la transferencia se repiten sentimientos, fantasías y conflictos vividos con personas de la infancia, en la “escena analítica” que se da aquí y ahora con el terapeuta, sin ninguna conciencia por parte del paciente de que esté ocurriendo una repetición. Esta memoria se deposita en zonas cerebrales diferentes de aquellas que tienen que ver con la represión y con el recuerdo explícito, pues estas zonas maduran más tarde y la memoria de procedimiento comienza mucho antes, en una época preverbal. Así, la llamada teoría de las relaciones objetales tempranas, y en general la importancia crucial que casi todos los teóricos posteriores a Freud le dan a la relación madre-bebé, recibe un refuerzo definitivo de la neurociencia.

 Eric Kandel, a quien se considera el padre de la moderna neurociencia, se muestra de acuerdo con la teoría psicoanalítica sobre la existencia de dos inconcientes: uno reprimido, base del llamado inconciente dinámico freudiano, y otro no reprimido, al que Kandel llamó “inconciente de procedimiento”. Así como ocurrió con el inconciente reprimido en los comienzos del psicoanálisis, este inconciente no reprimido está siendo objeto de estudio intenso hoy en día, tanto por parte de los psicoanalistas como de los neurocientíficos. Los estudios de Matte-Blanco sobre el inconciente, que ya hemos mencionado en varias ocasiones, se refieren básicamente a este inconciente no reprimido, pero los trabajos de los analistas relacionales actuales (que abordaremos en un capítulo posterior), o los de M. Mancia (2006) en Italia, son otros tantos ejemplos del interés que ha suscitado este tema hoy en día. Pero no podemos dejar de reconocer que es un tema de raigambre antigua en el psicoanálisis, como lo atestiguan los muy abundantes trabajos psicoanalíticos sobre la transferencia descubierta por Freud, el estudio del psiquismo temprano de la “teoría de las relaciones objetales”, los de Winnicott sobre la importancia de la relación madre-bebé para la salud mental posterior, los de Balint sobre la “falla básica”, de H. Kohut sobre el desarrollo del self, de J. Bowlby sobre el “attachment” o apego, y muchos otros.

Relacionado con este inconciente de procedimiento está el viejo dilema entre la repetición y la creación (Gisbert, A., 2004 y 2012), que ha sido objeto del interés, tanto del psicoanálisis desde Freud[4]  como de la neurociencia. Aquellas pautas relacionales de las que hablamos a propósito del inconciente no reprimido se organizan en “modelos implícitos” o “principios organizadores”, que tienden a repetirse en las más disímiles situaciones posteriores como estrategias heurísticas. Tales estrategias intentan resolver situaciones actuales con pautas del pasado[5], y la neurociencia nos ha ayudado a entender el por qué. La vieja intuición freudiana sobre el “principio del placer”, tan dejada de lado por los mismos psicoanalistas, resulta ahora corroborada por la neurociencia, pues al parecer es la liberación de dopamina en las células cerebrales, que provoca una sensación de placer (recompensa), la principal responsable de la fijación de aquellas pautas arcaicas. La dopamina está involucrada en la adicción a las drogas, de modo que podríamos definir a esta repetición del modelo implícito como una verdadera adicción. Afortunadamente, el ser humano también es creativo, lo que permite que durante el proceso analítico haya cambios, y es esto lo que justifica la existencia misma de la psicoterapia psicoanalítica, así como tantas otras cosas relacionadas con la creación (el arte, la ciencia, la “cultura”, etc.)

La plasticidad cerebral
                Pero también sobre la creación tiene algo que decir la neurociencia, pues resulta que el cerebro es “plástico”. Esto quiere decir que es capaz de registrar de manera duradera la información que le llega desde afuera o desde adentro; de modo que ella deja una huella en los circuitos neuronales, gracias a que se crean nuevas sinapsis, se refuerzan unas o se debilitan otras, dependiendo de su mayor o menor uso. Esto es, el cerebro no es estático sino siempre cambiante (desde la gestación hasta la muerte): como dice Joan Coderch (2010) de manera algo dramática, el cerebro de cada ser humano solo puede ser usado una vez, puesto que cada experiencia deja su huella en él y la próxima vez ya será un cerebro nuevo. La clave de esto está en los axones y en las sinapsis neuronales, y opera mediante los diferentes neurotransmisores que se desprenden hacia los receptores dendríticos cuando el axón presináptico es excitado. El tipo de información acogida y fijada en el cerebro depende del circuito escogido, el que a su vez depende de la neurona postsináptica escogida, que no será cualquiera sino una específica, formando así determinadas redes que constituyen el sustrato neurológico de nuestro psiquismo. Cuando unos determinados circuitos son usados reiterativamente, correspondiendo a una acción o pensamiento, se refuerzan y se fijan, haciendo de ese circuito el “preferido” cuando se va a tomar una decisión; pero las acciones y pensamientos novedosos siempre podrán crear nuevos circuitos, que se reforzarán o debilitarán dependiendo del uso que le demos.

 Esto, que parece tan sencillo al exponerlo, en realidad es mucho más complicado a nivel bioquímico molecular y eléctrico, pero no es mi interés profundizar en esto sino ofrecer un esbozo esquemático del funcionamiento cerebral. La idea que deseo trasmitir es que, puesto que el cerebro puede cambiar en forma “permanente”, nuestro psiquismo también lo puede hacer, o al revés. Y esto confirma, insisto, el que sea posible obtener cambios presumiblemente permanentes a través de la psicoterapia analítica. Sin embargo, los circuitos neuronales “antiguos” siempre pueden competir ventajosamente con los nuevos, pues se encuentran mejor fijados por años de utilización, y ello hace una vía más expedita ante determinadas situaciones (con un mínimo de energía y un máximo de rapidez). Es esto lo que explica que la terapia analítica deba necesariamente ser prolongada, para dar tiempo a que los nuevos circuitos se afiancen en lugar de los viejos.





[1] En ese año escribió la que llamó su “Proyecto de una Psicología para neurólogos”, que sin embargo nunca publicó. En este trabajo Freud, que venía de ser neuropatólogo y comenzaba a incursionar en la práctica médica como neurólogo, intenta aquí un ambicioso proyecto de psicología que reúna en una teoría coherente la teoría de la neurona recién descubierta, la patología clínica neurológica y la psicología normal. Como digo, nunca se atrevió a publicar este trabajo, tan alejado del espíritu científico de su época (¡y tan cercano al nuestro!), aunque varias de las teorías desarrolladas allí las utilizó luego en su teorización propiamente psicoanalítica.
[2] Ver más adelante
[3] Me baso para esta afirmación en los estudios de la neurociencia, pero también en los de los psicoanalistas Fonagy y col. (2004) sobre el complejo proceso de feedback afectivo entre padres y bebé en el proceso de mentalización y desarrollo del self, M. Klein y sus seguidores sobre los mecanismos de introyección y proyección del bebé en su interacción con la madre, los ya mencionados de Winnicott, los de Kohut, etc.
[4] Véanse, amén de la transferencia, los fundamentales conceptos freudianos de “compulsión de repetición”, las “fijaciones” en las etapas del desarrollo psicosexual –oral, anal, fálica-, la omnipresente resistencia del analizando, etc.
[5] Esto es en realidad una “táctica de supervivencia” del organismo, puesto que facilita la adaptación a las diversas situaciones con un mínimo de energía y un máximo de rapidez.