Nota: lo que sigue es parte de un libro de próxima publicación, y cuyo tema es la metáfora, el inconsciente y el psicoanálisis que se practica en la actualidad.
Las metáforas en el psicoanálisis
Las
metáforas con que nos topamos en la terapia analítica las encontraremos
fundamentalmente en las famosas asociaciones libres que le pedimos al paciente,
pero también en las interpretaciones y otras intervenciones del analista. Freud
decía que las asociaciones libres del paciente demostrarían ser no libres, pues
estaban determinadas por el
inconciente reprimido, por lo que al analista le bastaría con interpretar tales
asociaciones (interpretaciones basadas, por supuesto, en la teoría postulada
por él) para acceder con seguridad al estrato inconciente. Esto no pudo demostrarse
fehacientemente en la práctica, pues al estar aquella afirmación basada en una
teoría a la que faltaban aun muchas alteraciones, radicales muchas de ellas, es
probable que requiriera de la buena voluntad transferencial de los pacientes para su
funcionamiento efectivo en las primeras curas realizadas por Freud (y que sin
duda fueron exitosas).
Si
consideramos a las metáforas científicas (teóricas o clínicas) como herramientas que pueden funcionar mejor
o peor para nuestros fines prácticos o de conocimiento, entendemos que podemos cambiar la herramienta (esto es,
la metáfora que empleamos en una teoría científica o en la vida corriente) por
otra más adecuada, cuando aquella deje de servirnos. Freud mismo lo hizo varias
veces a lo largo de su dilatada obra. Claro que las metáforas científicas muy creativas
deberían entenderse como algo más que solo una herramienta, pues pueden en sí
mismas contener todo un programa de investigación en el nuevo campo. Con todo,
es importante tener claro que las metáforas no plasman ninguna verdad, sino que son tan solo
instrumentos útiles en la búsqueda a tientas de esa verdad, y nos ayudan a aproximarnos
a ella. Creo que todas las teorías, y las metáforas que subyacen a ellas, falsean
inevitablemente y en alguna medida la verdad, desde que son un producto del intelecto
humano intentando comprender o darle sentido a una realidad que siempre conservará
algo de su misterio. Y con mayor razón cuando nos referimos al inconsciente
psicoanalítico, del cual tan solo podemos tener noticias indirectas, a través
de sus efectos.
Universalidad de la metáfora
Pese
a los avances recientes en su comprensión, cuando se habla de metáfora en la
vida corriente solemos inmediatamente pensar en el tropo lingüístico que
utilizan los escritores y poetas, sin ir mucho más allá. Pero lo cierto es que
las metáforas forman parte ineludible de nuestro lenguaje común y de nuestra
cultura en general, como demostraron exhaustivamente George Lakoff y Mark
Johnson en su fundamental obra “Metaphors we live by” (1980)[1].
En esa obra postulan que no se trata solamente de las metáforas que solemos
emplear sabiendo que lo son, sino que muchas de las expresiones que utilizamos,
y que no solemos considerar metáforas, derivan
de estructuras metafóricas que funcionan en un segundo plano de la
conciencia o, dicho a la manera freudiana, en forma preconsciente. Tales metáforas
estructurales preconscientes determinan
un sistema de pensamiento consciente más o menos coherente; coherencia que
proviene, principalmente, de la metáfora que subyace. Por tan solo poner un
ejemplo de los muchos que estudian en su obra los autores mencionados, de la metáfora
“time is money” (en español sería “el tiempo es oro”) derivan las siguientes concepciones corrientes que derivan de ella:
Estás
perdiendo el tiempo, Esto te ahorrará tiempo, ¿Cómo gastas tu tiempo?, Este contratiempo me
ha costado dos horas, He invertido mucho tiempo en ello, Vive de
tiempo prestado, Te sobra mucho tiempo, Reserva algún tiempo para estudiar, No aprovechas tu tiempo,
… y muchas otras
similares. Los autores estudian las metáforas estructurales orientacionales (relativas a la
orientación espacial), ontológicas,
de recipiente, de personificación, etc., cada una de las
cuales se traduce en sistemas coherentes de pensamiento basados en aquella
particular metáfora, que sin embargo no tenemos presente (conciente) cuando nos
expresamos.
La
tesis de Lakoff y Johnson es que los conceptos metafóricos latentes estructuran
nuestro pensamiento, gobiernan nuestra vida, lo que percibimos y nuestra
relación con los demás: esto es,
nuestra realidad cotidiana, que sería en buena parte una cuestión de estructuras
metafóricas de las que no solemos ser
concientes. La esencia de la metáfora, como desde siempre fue definida, es
entender una cosa o clase de cosas en términos de otra diferente, y esto
permite comprender a la primera (el tópico) en términos de la segunda (el
vehículo), lo que tiene la enorme virtud de permitirnos profundizar en nuestra
comprensión de una realidad desconocida al colocarla en términos de otra conocida.
Hay que decir también que una determinada metáfora, o estructura metafórica inconsciente,
revela y profundiza un aspecto de la realidad mientras oculta otros[2], y
una metáfora diferente destacará (y ocultará)
aspectos también diferentes, lo cual tiene consecuencias indudables
sobre la forma en que percibimos la realidad, según aceptemos una u otra metáfora
estructural (y aunque no estemos conscientes de ello) Un ejemplo revelador que
ellos estudian en su libro es cómo cambia nuestra forma de afrontar y entender
el amor (con las diferencias conductuales que se derivan de allí) si predomina
la metáfora estructural “el amor es una fuerza física” (hay electricidad, o magnetismo, o gravitación, fuego, etc.), si predomina la metáfora “el amor es
locura”, “el amor es magia”, o “el amor
es una obra de arte en colaboración”, etc.
En nuestra cultura hay metáforas sancionadas y
comunes en nuestro lenguaje, llamadas por ello convencionales, que serán diferentes en otras culturas, lo cual
determina las diferencias en la comprensión del mundo que caracteriza a cada
una. El ejemplo clásico es la diferencia entre la civilización occidental y la
oriental, pero también habrá diferencias marcadas entre la cultura de un pueblo
selvático, o nómada, y la de los citadinos en un país del primer mundo. Las
metáforas convencionales empleadas por cada una de estas culturas serán
diferentes debido a las experiencias contrastantes que enfrentan los habitantes
de cada una de ellas en lo cotidiano.
Ahora
bien, ¿por qué las metáforas son tan universales en nuestro pensamiento? Según G. Corradi (1995) y los autores que
venimos considerando (Lakoff y Johnson), son las interacciones tempranas, y
nuestras primeras experiencias perceptivas (obviamente universales), las que
evolucionan hasta culminar en nuestro pensamiento más abstracto. El esquema
corporal, y las sensaciones asociadas a él, se conectarían con los procesos
cognitivos a través de lo que Johnson llama “proyecciones metafóricas”, dando
lugar a conceptos como “balance”, “fuerza”, “escala”, “ciclo”, etc. En
realidad, según Corradi, una vez
adquirido el lenguaje habría un retorno a esos esquemas perceptivos tempranos,
porque para explorar nuevos ámbitos cognitivos recurrimos a lo que nos es
familiar, nuestros esquemas pre-conceptuales perceptivos, que serían el
vehículo de nuestras primeras metáforas. Y es a esa modalidad “regrediente” que
recurrimos posteriormente cuando creamos una metáfora: exploramos lo desconocido
(el tópico) a través de algo ya familiar (el vehículo).
Las metáforas creativas
Estas
últimas son las metáforas creativas,
novedosas, capaces de dar nuevos significados a nuestra experiencia actual, a
nuestro pasado y a lo que sabemos y creemos sobre nuestra vida. Estas metáforas
son las que más nos interesan a los psicoanalistas, pues creo que es a partir
de ellas que pueden ocurrir los cambios perseguidos en el proceso
psicoanalítico. Lakoff y Johnson ejemplifican esta variedad (recuérdese que
ellos estudian principalmente las metáforas estructurales latentes) explorando
los cambios que se introducen en la concepción y en la práctica del amor, al
utilizar la metáfora creativa el amor es
una obra de arte en colaboración, que destaca los aspectos activos,
voluntarios, del amor mientras oculta otros más emocionales y pasivos. Esta
metáfora puede sustituir a otras más corrientes, como: el amor es locura, o: es una
fuerza física, que destaca los aspectos pasivos y emocionales de la
experiencia amorosa y oculta los activos. Este es un ejemplo de estructura metafórica
creativa en la vida corriente, pero podemos encontrar otros ejemplos si consideremos
las metáforas científicas que Freud introdujo acerca del psiquismo. Podemos
extraer de su obra algunas de ellas:
La
psique es un órgano anatómico,
metáfora de la cual derivan los conceptos de aparato psíquico, compuesto de partes separadas que pueden
describirse topográficamente –sistemas conciente,
inconciente (entre los cuales habría una barrera que los incomunica) y preconciente;
e igualmente la segunda concepción –llamada estructural- de Yo, Ello y Superyo, que fue objeto de un
conocido dibujo (“anatómico”) de Freud, donde aquellos escuetos conceptos de la
primera tópica se relativizan y complejizan.
La
psique es un sistema hidráulico, tal como una represa, de la cual derivan los
fundamentales conceptos de represión,
inconciente reprimido, catarsis (= desbordamiento de lo represado), etc.
La
psique es un sistema energético, de la cual derivan los conceptos de líbido, pulsiones yoicas o del ello, pulsiones de vida y muerte, coherentes
con los llamados puntos de vista dinámico
y económico (denominaciones provenientes también de metáforas físicas y
económicas). Etcétera.
De la teoría “económica-energética” del aparato
psíquico derivan conceptos tan importantes en psicoanálisis como el de
represión, catarsis, condensación, desplazamiento, pensamiento
primario-secundario, transferencia y otros muchos. La teoría de los sueños, y muchas
elaboraciones psicoanalíticas fundamentales, están basadas en esta rendidora
metáfora freudiana sobre la “cantidad fluyente”. Casi nadie, sin embargo,
recurre hoy en día a la concepción económica cuando habla de teoría
psicoanalítica, aunque paradójicamente los conceptos derivados de ella sí
siguen teniendo vigencia plena en esa disciplina. Tal paradoja se debe a que
esos conceptos están basados en una metáfora científica muy creativa (apoyada o
combinada con otras metáforas, como la hidráulica, la topográfica, etc.) La
utilidad de estas metáforas, lógicamente, fue máxima en los inicios del
psicoanálisis, pero todavía hoy día dejan sentir fuertemente su influencia. En
la metáfora hidráulica, por ejemplo, el agua, sea represada o fluyente, es el vehículo que se compara con el
comportamiento del aparato psíquico, que sería el tópico a comprender. Y claro, el agua, tanto la represada como la
que fluye, se puede cuantificar, tanto en volumen como en energía cinética,
cualidad que es muy bien aprovechada por Freud para definir y estudiar las
cualidades del tópico que le interesaba (el funcionamiento del aparato psíquico[3]),
y en el que es aplicada ahora metafóricamente.
¿Cómo es posible que una metáfora como esta,
aplicada a una materia que nada tiene que ver con el agua ni con la energía
física[4],
haya tenido tanto éxito en la práctica, y además resistido el paso del tiempo
(al menos en los conceptos derivados de ella)? Esa es, creo yo, la
importantísima virtud, y la función, de las metáforas en la ciencia, ya que lo
que ocurre con esta teoría que acabo de recordar no es, según creo, una
excepción, sino más bien una regla dentro de cualquier disciplina científica.
Probablemente, sin metáforas no existiría la ciencia como la conocemos hoy,
pues cada teoría científica exitosa esconde en su seno, o al menos en su
pasado, metáforas creadas por autores talentosos o geniales, y que son estas
metáforas las que han permitido avanzar a cada una de esas disciplinas. En la
elaboración de una Teoría científica exitosa las metáforas ayudan a su creador
a comprender y a explorar en profundidad el mundo desconocido de su
especialidad, y permiten a sus seguidores comprender y aplicar provechosamente
los conocimientos científicos ganados por esa vía.
Esas
y otras metáforas (considérese, por ejemplo, el concepto de sublimación, proveniente de una metáfora
química) ayudaron a Freud a construir todo un detallado sistema teórico que le
permitió abordar y comprender (y transmitir luego a sus discípulos), no tan
solo las misteriosas neurosis que fueron el objetivo primero de Freud, sino
también los sueños, los chistes, las asociaciones libres y el funcionamiento
curativo de la terapia psicoanalítica. Tales metáforas, tanto las estructurales
latentes o preconcientes que están en la base, como las manifiestas (condensación, desplazamiento, transferencia,
sublimación, y otras, todas ellas
metáforas espaciales o físico-químicas) han permanecido en uso hasta hoy en
día, al menos en nombre, ya que no en la estructura metafórica que las
sustentaba, que con el tiempo fue cambiando. Si en la época de Freud eran indudablemente
creativas, para los psicoanalistas ya se han convertido hoy día en metáforas
convencionales. Utilizar otras metáforas creativas, como hicieron muchos
autores posteriores, ha permitido profundizar en otros aspectos del psiquismo. Sobre
los nuevos modelos metafóricos que se han empleado después de Freud hablaremos luego.
Sabemos
que la influencia de Freud no se restringió al psicoanálisis, sino que ha
permeado otros campos, como la sociología. En la obra mencionada de F. Mires (Op. cit. pag. 9) dice este sociólogo,
por ejemplo:
“Freud, o mejor dicho, sus
teorías, están ‘sobre-representadas’ a lo largo de todos los capítulos de este
libro [se
refiere a “El malestar en la cultura”, 1930].
Pero no como verdades inmutables, sino como guías que permiten salir fuera de
ellas para recorrer regiones que Freud, en su tiempo, no pudo ni siquiera
imaginar. Porque (…) la suya no es una doctrina sino, en parte, una ‘visión’,
pero visión no en el sentido de anticipación profética, sino mucho más simple,
como un ‘modo de ver las cosas’. He tratado pues de entender ese ‘modo de ver’
tratando de ‘ver de ese modo’.
Independientemente de la validez
de los postulados freudianos (y probablemente muchos de ellos han perdido
validez), Freud es para mí una ‘puerta abierta’ que me permite transitar hacia
los adentros y los afueras. Pero como la puerta permanece siempre abierta, en Freud
por lo menos, tengo que aceptar que estar adentro o afuera es una simple
convención formal [...]
No obstante, dichos límites son fijados por seres que transitan por distintos
momentos y espacios culturales.”
El
lector sabrá sin duda traducir las palabras de Mires a los términos
considerados previamente. Esta “puerta abierta” es una de las cosas que explica
la sorprendente vigencia –muchas veces negada por algunos- de la disciplina
creada por Freud, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces (más de un
siglo). Es posible, sin embargo, que Freud mismo no hubiera estado de acuerdo
con esa metáfora de la puerta abierta, en vista de sus varios intentos de
cerrarla (sobre todo al final de su vida), esfuerzos afortunadamente
infructuosos. Y tales intentos fueron procurados, según la expresión de Mires,
por alguien que transitaba por su momento histórico y espacio cultural. Hoy en
día ya hemos superado aquellos límites y podemos abordar la obra de Freud con
mayor libertad.
La práctica psicoanalítica
Si
nos vamos a la práctica psicoanalítica, podríamos decir que las metáforas que mantienen
la neurosis del paciente y su visión del mundo –inconcientes en su mayoría- son
metáforas fijas, “congeladas”, que determinan la conducta repetitiva que Freud
llamaba “compulsión de repetición”. Y puesto que las metáforas creativas, según
Lakoff y Johnson, tienen el poder de “crear
una nueva realidad”[5]
(Op. cit., pag. 145), si aquellas
metáforas congeladas son sustituidas por otras nuevas, creativas (surgidas durante
el proceso psicoanalítico mediante la interacción con el analista), la realidad
del paciente irá cambiando en consecuencia, al dejar las antiguas metáforas de
tener sentido para él. Esta idea podría tal
vez encontrar oposición a partir de la arraigada
creencia de que “las palabras no crean realidad” (y las metáforas son, qué duda
cabe, lenguaje); según esa concepción, llamada realismo por algunos filósofos, las metáforas a lo sumo podrían describir la realidad, pero no crearla;
a esta idea también podemos llamarla objetivista.
Lakoff y Johnson, sin embargo, consideran al objetivismo y al subjetivismo como
dos mitos injustificados hoy en día, y se declaran partidarios de una
concepción experiencialista. Esta
asume una perspectiva del hombre en interacción con su medio (humano o físico),
lo cual siempre resulta en cambios mutuos, del medio sobre el hombre y del
hombre sobre su medio. Lo que aquellas dos posturas
filosóficas (la objetivista y la
subjetivista) pierden de vista es que nosotros tan
solo podemos comprender el mundo a través de nuestra interacción con él, de lo
cual se sigue que nuestra comprensión de las cosas siempre será
relativa a nuestra cultura y a nuestra historia.
Como
hemos dicho, la metáfora puede “crear” ciertas realidades, al tiempo que oculta
otras, pero puede también ser una guía para acciones futuras que concuerden con
la metáfora preconciente que está en la base de una determinada percepción de
esa realidad, lo que a su vez refuerza el poder de esa metáfora subyacente para
hacer coherente la experiencia. En ese sentido, estas estructuras metafóricas
pueden ser “profecías autocumplidas”, en la medida en que su aceptación provee
el terreno para ciertas inferencias que determinan actitudes. Pero esto nos puede
llevar a concebir estas inferencias como reales, si perdemos de vista que tales
realidades lo son únicamente en
referencia a la metáfora que las define. Conocer esto, desde luego,
puede ser muy útil en la terapia psicoanalítica, en la medida en que las nuevas
metáforas creativas que se van produciendo en el proceso ayudan a “descongelar”,
desvalorizar y descartar las metáforas inconcientes anteriores, responsables de
la sintomatología, la transferencia, etc., y a la postre convocan los cambios
buscados.
Lo
que llamamos la verdad tan solo se refiere a nuestra particular comprensión de
la realidad en este momento de la
historia, y desde que esa comprensión depende de las metáforas que podemos
crear y utilizar, con frecuencia no puede haber “una (sola) verdad”, sino teorías (varias) sobre la verdad. No
siempre esta diversidad se da simultáneamente en el tiempo, aunque es eso
justamente lo que ocurre con el estado actual del psicoanálisis. En otras
disciplinas es quizás más frecuente que las teorías vayan cambiando lenta y diacrónicamente.
Pero siempre cambian.
Avances en el post-modernismo
La
teoría, cualquier teoría, no sería en definitiva sino eso: un sistema metafórico
que permite comprender la realidad desde un cierto punto de vista. Lo cual
implica que esa realidad puede también comprenderse desde otros puntos de
vista, esto es, utilizando otras metáforas (o sistemas metafóricos) que
permitan abordar otros aspectos. Como dicen Lakoff y Johnson, la metáfora es
nuestra principal herramienta para tratar
de comprender parcialmente lo que no podemos comprender totalmente. Lo que
llamamos la verdad es relativa a un particular sistema conceptual, en este
momento de la historia de la humanidad y de nuestra historia particular, así
como de nuestra interacción con otras personas de nuestro entorno. Hablaremos luego
de esto con mayor extensión.
Esta
concepción de la existencia de varias verdades se ha ido abriendo paso muy
lentamente en nuestra civilización, ya que ha predominado por siglos una
concepción absolutista donde las metáforas impuestas desde el poder político,
religioso, filosófico o científico, han sido proclamadas e instituidas como
verdades absolutas, con consecuencias muchas veces nefastas a lo largo de la
historia (guerras, persecuciones, matanzas, o aislamiento social de aquellos
que no se plegaron a la metáfora oficial). Haber reconocido abiertamente la
existencia de varias verdades es una de las virtudes del post-modernismo,
aunque ello puede ocasionar cierta confusión a veces, pues no estamos
acostumbrados a una idea que, sobre todo en las ciencias naturales, puede resultar
más bien “antilógica”[6]. En
los siguientes capítulos echaremos una ojeada a algunas de las diferentes metáforas
que sustentan las teorías que hoy en día medran en el psicoanálisis, así como
los avances provenientes de otras disciplinas, pero que atañen muy de cerca al
psicoanálisis, como la filosofía, la neurociencia o la física teórica. Ello sin
olvidar el funcionamiento de las metáforas en la terapia analítica misma, que examinaremos
en el capítulo que sigue.
[1] Hay traducción al castellano con el nombre –poco afortunado, a mi
entender- de “Metáforas de la vida
cotidiana”.
[2] Recuérdese el ejemplo del modelo “solar” del átomo de Rutherford.
[3] El concepto mismo de “aparato psíquico” es también una metáfora, pues compara la mente con
un artificio mecánico compuesto de partes.
[4] Podemos
cambiar el agua fluyente por electricidad o cualquier otra forma de energía “fluyente”,
y la metáfora funcionará igualmente bien.
[5] Es importante no perder
de vista que Lakoff y Johnson hablan de “realidades” sociales, por lo que esta
idea es perfectamente aplicable a la terapia psicoanalítica, que consiste en
una interacción social entre analista
y analizando, y donde se analizan interacciones de este último con sus relacionados, pero parece más difícil aplicarla a las metáforas
científicas de la teoría psicoanalítica. Es que, con frecuencia, a la realidad
la confundimos con “la verdad”, y las metáforas no pueden crear “verdades
científicas”, sino teorías sobre la verdad.
[6] La teoría cuántica sobre
la luz, que se puede entender como partículas (fotones) o como ondas, es un
ejemplo muy conocido, y lo mismo ocurre a propósito de las partículas
subatómicas. La teoría de la relatividad también plantea situaciones que pueden
crear perplejidad e incertidumbre.